Agotadas las opciones
políticas del establishment y ante el inminente giro
fascista en el desarrollo imperialista de los Estados Unidos, ¿será la
presidencia de Trump el catalizador para una auténtica rebelión democrática y
para la construcción de alternativas posneoliberales, surgidas desde el corazón
de una sociedad estadounidense más consciente de las verdaderas causas de su
crisis y de sus responsabilidades nacionales y globales?
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Donald Trump, esa
grotesca metáfora del capitalismo y de la cultura machista, patriarcal,
xenófoba y racista que subyace en las profundidades del mundo libre; ese reflejo deformado y
amenazador en el que se miran, asombrados, millones de hombres y mujeres en la Roma americana, será el próximo
presidente de los Estados Unidos.
Contra todos los
pronósticos de los opinadores y analistas del mainstream; desafiando la poderosa matriz propagandística que
activaron las usinas del poder mediático global para llevar a la Casa Blanca a
la candidata del establishment y consentida de Wall Street, y aún contra la
élite del Partido Republicano; pero, al mismo tiempo, moviéndose siempre bajo
las reglas electorales de la democracia burguesa –a la que no va a desafiar, a
pesar de la retórica agresiva que utilizó para cazar votos-, el triunfo del
magnate fanfarrón expresa a plenitud la degradación política, cultural y
espiritual de la principal potencia militar del mundo, hoy incapaz de enarbolar
muchos de los principios que están en la raíz de su mito fundacional. Que no se
pueda decir nada mejor de la rival de Trump en la contienda del 8 de noviembre,
da una idea cabal de la profundidad de la crisis en la que se encuentra la
sociedad norteamericana.
Sin embargo, no
debiéramos dejarnos llevar por la sorpresa de un resultado que entraba
perfectamente en el juego de posibilidades, por más que las proyecciones de
casi la totalidad de las encuestas y el lodazal de la campaña salpicó en todas
direcciones, se empeñaran en presentarle a los electores, y al mundo entero, la
imagen de una victoria arrolladora de la candidata demócrata Hillary Clinton.
La elección de Trump se explica más por factores culturales, sociológicos, que
no siempre logran salir a la luz de la discusión pública, pero que gravitan con
fuerza en la vida de quienes deben enfrentar, día tras día, la desesperanza, el
desempleo, los salarios que no alcanzan para adquirir el paraíso del consumo, y
en general, la falta de oportunidades de movilidad social que son el resultado
de la aplicación de las políticas neoliberales en los Estados Unidos.
“La fuerza de Trump en
los estados industriales [los más afectados por la crisis económica] fue clave
en generar un apoyo masivo entre trabajadores, resultado de su constante
consigna contra los acuerdos de libre comercio, sobre todo el tratado con
México y Canadá. En parte, esto es la cosecha de tres décadas de políticas
neoliberales aplicadas dentro de Estados Unidos, parte de lo cual fue atacado
por el magnate”, explicó en una crónica el veterano
periodista David Brooks. Ni siquiera la alianza entre jóvenes, afrosdescendientes,
mujeres y latinos, a la que apeló Clinton, logró “derrotar la apuesta de Trump
sobre los blancos, sobre todo los no jóvenes, y un reducido sector latino
conservador y antimigrante”. Como dice el periodista argentino
Martín Granovsky, “los latinos no fueron lo
suficientemente activos y los varones blancos, en cambio, votaron con ganas:
sintieron ganas de ir a votar y lo hicieron. Fueron protagonistas de la guerra
interna que les propuso Donald Trump. Pusieron su rabia en las urnas”.
Esa rabia expresa,
fundamentalmente, los miedos exacerbados por el discurso incendiario de Trump,
el hartazgo con la clase política dominante y su modus operandi –siempre al servicio del poder corporativo-, que
Clinton representó sin ruborizarse, y el profundo malestar con el
neoliberalismo y sus inevitables consecuencias de exclusión y desigualdad
social, que han hecho añicos el sueño
americano para amplios sectores de la población.
Howard Zinn, ese
valiente y crítico intelectual, autor de A
people’s history of the United States (traducido como La otra historia de los Estados Unidos), escribió: “La idea de los salvadores ha sido
incorporada en toda la cultura, más allá del fenómeno político. Hemos aprendido
a mirar a las estrellas, a los líderes y expertos en cada campo de manera que
renunciamos a nuestra propia fuerza, rebajamos nuestras propias habilidades y
nos eliminamos nosotros mismos. Pero de vez en cuando los americanos rechazan
esta idea y se rebelan”.
Agotadas las opciones
políticas del establishment en sus
versiones pretendidamente progresistas (Obama y Clinton), descarrilada la única
opción capaz de inspirar la esperanza (Bernie Sanders, saboteado por su propio
partido) y ante el inminente giro fascista en el desarrollo imperialista de los
Estados Unidos, ¿será la presidencia de Trump el catalizador para una auténtica
rebelión democrática y para la construcción de alternativas posneoliberales,
surgidas desde el corazón de una sociedad estadounidense más consciente de las
verdaderas causas de su crisis y de sus responsabilidades nacionales y
globales?
América Latina demostró
al mundo que es posible resistir y vencer al neoliberalismo, aunque ello
suponga enfrentarse a poderosos intereses y librar largas y cruentas batallas.
No hay garantía de victoria final, pero en esa lucha van las esperanzas de un
futuro distinto, con más justicia social y solidaridad. Ojalá los
estadounidenses valoren lo sucedido, se organicen y emprendan la marcha por los
caminos de la reinvención de su democracia.
Hasta que el neoliberalismo les llego a ellos, luego de imponerlo por gran parte del planeta, dejando tras de si caos, destruccion y pobreza.
ResponderEliminarHasta que el neoliberalismo les llego a ellos, luego de imponerlo por gran parte del planeta, dejando tras de si caos, destruccion y pobreza.
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