Para América Latina, Fidel
Castro ha sido el más grande estadista de todos los tiempos, sin el que no
volveremos a ser nunca más los mismos.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Tuve el honor de conocer a
Fidel cuando tenía veinte años y, como a tantos en el mundo, verlo y oírlo a la
par mía durante toda una mañana me cambió la vida. Había llegado a Cuba como
parte de una delegación de rectores y representantes estudiantiles
centroamericanos. Recuerdo entre los que mirábamos a Fidel en aquella mañana de
mayo en una casa de protocolo en Varadero a mi padre, Rafael Cuevas del Cid; a
los exrectores de la Universidad de El Salvador Rafael “Lito” Menjívar y Fabio
Castillo; a los entonces rectores Jorge Arturo Reina de la Universidad Autónoma
de Honduras; y a Eugenio Rodríguez, de
la Universidad de Costa Rica quien, años más tarde, sentado junto a mí en una
de nuestras reuniones quincenales del Consejo Editorial de la Universidad
Estatal a Distancia (EUNED) en San José, Costa Rica, me comentaría el escándalo
que se montó en la institución que dirigía cuando se enteraron que formaría
parte de la delegación. Y también, entre los presentes en esa luminosa mañana
caribeña, veo el rostro de Carlos Garita, entonces dirigente estudiantil
hondureño, y las esposas de los rectores y exrectores. Todos expectantes,
siguiendo incrédulos las palabras de Fidel quien, inagotable, hablaba y hablaba
sin parar, como un río que no queríamos que parara nunca y que a todos nos
cambió la vida porque después de esa mañana nunca pudimos volver a ser los
mismos, deslumbrados como estábamos por lo que habíamos descubierto a no muchos
kilómetros de donde vivíamos y trabajábamos, pero que solo conocíamos entre la
niebla que cubría a nuestros paisitos atrasados, enzarzados en una lucha
fratricida a muerte.
Volvimos todos, como no podía
ser de otra forma, cada uno al lugar que le correspondía en esa Centroamérica
convulsa de los años setenta, pero de ahí en adelante nuestros ojos vieron más
allá de lo que veían cuando partimos. Creo que a mi padre le desquició la vida,
porque no se puede hablar sino de desquiciamiento el haber atisbado lo que podíamos
ser como personas y como países y volver a nuestro mundo oscuro y pequeño en
donde mandaban personajes siniestros como “El Mico” Sandoval Alarcón fundador,
como él decía, “del partido de la violencia organizada” de extrema derecha; de
Carlos Arana Osorio, “El Chacal del Oriente”, quien “pacificó” el oriente de
Guatemala a costa de las primeras grandes masacres en contra de la población
guatemalteca con el fin de eliminar a la entonces naciente guerrilla, y quien
luego fuera presidente del país dejando una estela interminable de muertos
entre los que recuerdo y veo, con mis ojos de adolescente, a queridos amigos
con los que apenas horas antes habríamos conversado y reído como Fito Mijangos
o Julio Camey Herrera, preclaros universitarios a cuyos entierros
multitudinarios asistí con mi padre transidos de dolor y rabia.
Fue Fidel quien nos
conmocionó, y Cuba; esa Cuba que veíamos y no podíamos creer que fuera cierta,
y de la cual hablamos y hablamos con quien se pusiera a nuestro alcance,
insaciablemente, incrédulos que pudiera existir a casi tiro de honda de
nuestras costas, y que a mí me llevó a elevar mi compromiso hacia una
militancia que espero que no cese nunca, como nunca cesó en Fidel a quien
luego, en mi vida, volví a ver más de lejos, menos íntimamente que aquella
mañana, entre mucha gente siempre, hablando sin parar sobre su entorno, los
amigos y los enemigos y sobre el futuro, que desde entonces se perfiló como una
utopía a la que podíamos llegar si no empeñábamos, si no cejábamos, si perseverábamos
como perseveró él, siempre, contra viento y marea cuando todos decían que hasta
ahí había llegado, que no daba para más, que por fin fracasaría pero salía
avante de alguna forma, tenaz, obstinado, seguro que no sucumbiría como no
sucumbió y llegó hasta hoy, cuando hace apenas unas horas murió en La Habana y
nos llenó de luto a todos los que vimos en él a un hombre excepcional como
pocos más en el mundo en este siglo XX. Y que para América Latina ha sido el
más grande estadista de todos los tiempos, sin el que no volveremos a ser nunca
más los mismos.
Estimado Rafael, como siempre certero y preciso tu artículo sobre Fidel. Mucho más, cuando mojas con saliva tus palabras evocando esa mañana cuando lo conociste y te cambió la vida, como se la cambió a toda nuestra generación, de un extremo al otro en ésta, Nuestra América. Será por eso que su inmensa trayectoria nos ilumina a todos como hermanos de lucha y nos renueva de energía, alimentando esperanzas y alumbrando la utopía de cada día. Nuestra fraternidad abreva en esas fuentes. Un abrazo desde Mendoza, querido hermano. Roberto Utrero
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