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sábado, 11 de febrero de 2017

El “populismo” y la exacerbación de las contradicciones

Un tema esgrimido recurrentemente por quienes han calificado de “populistas” a los gobiernos nacional progresistas latinoamericanos de los últimos veinte años, es que crean contradicciones entre distintos grupos sociales, que polarizan a la sociedad y enfrentan a unos grupos contra otros.

Rafael Cuevas Molina / Presidente UNA-Costa Rica

El argumento central sostiene que los discursos radicales de quienes dirigen los procesos, las políticas sociales que empoderan económica y políticamente a grupos que suben en la escala social, o ideas de igualitarismo en sociedades tradicionalmente muy desiguales, son las causantes de esta situación.

Ansían volver a un estado de cosas en el que argumentan que se vivía en paz, cada quien en su sitio, sin ambiciones desmedidas ni reclamos desproporcionados; sin que las turbas, aquellas que Tomás Borge catalogó de “divinas” en la Nicaragua revolucionaria de los años ochenta, estuvieran tan constante y beligerantemente presentes en el panorama político.

Esta situación, que catalogan de caótica, debe desaparecer, argumentan, para volver a vivir todos como hermanos, queriéndose mucho, para que la sociedad, normalizada, viva en paz y logre progresar, ir hacia delante, crecer y florecer.

Es este un argumento falaz y apócrifo. En primer lugar, porque nuestras sociedades jamás estuvieron en un estado de paz beatífica; todo lo contrario, si algo las caracterizó siempre fue la confrontación, en algunos casos exacerbada, como esos años que precedieron los gobiernos de Kirschner en Argentina, cuando después del quiebre del 2002 las manifestaciones en todo el país clamaban por que se fueran todos; los que vieron como caían un gobierno tras otro en Bolivia y Ecuador; o los del caracazo en Venezuela, solo para mencionar algunos hechos.

En segundo lugar, los gobiernos nacional populares no han creado ninguna contradicción nueva, aunque sí las han evidenciado, expuesto a la luz del día; le han dado voz a quienes tradicionalmente nunca la tuvieron, y los que siempre la tuvieron la oyen como estentórea, disonante y fuera de lugar. No se trata de que antes no se reclamara y ahora sí, sino que ahora sí se oye el reclamo y se le pone atención.

Quienes polarizan la lucha política por no estar de acuerdo con este estado de cosas son los que siempre tuvieron la sartén por el mango, y ponen el grito en el cielo cuando son otros los que tienen la posibilidad de tenerlo.

Hay, efectivamente, un mundo más convulso, en el que se ha hecho evidente lo que estaba subyacente, lo que existía pero no se manifestaba en toda su plenitud. Las causantes de esta situación de convulsión, reclamo y beligerancia son las reformas neoliberales que, ellas sí, llevan casi cuarenta años agudizando la desigualdad no solo en América Latina sino en todo el mundo. Lo polarizante no es la respuesta, el “basta” expresado de múltiples formas en muchas partes, sino el estado de cosas que las causa.

Lo mismo sucede en los Estados Unidos y -por su influencia global- en todo el mundo, después de la elección de Donald Trump en lo Estados Unidos. Aquí, la evidenciación de las contradicciones sucede por la llegada al poder del signo contrario, no el polo democratizador e igualador, sino el discriminador y segregador.

¿Ha creado Donald Trump las contradicciones racistas, misóginas y xenófobas de las que hace gala? No. Pero él las evidencia, las saca a flote, las pone en primer plano y nos las muestra, provocando reacción.

Las tradicionales clases dominantes les tienen terror a estos estados de efervescencia social en lo que puede pasar cualquier cosa. Tal como está el mundo, organizado para que ellos ganen y los demás hagamos chitón, es lo que les conviene.

En el caso de Trump su temor es que la reacción a lo que hace arrase con él y a ellos de carambola.

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