Una de las tragedias
sociales que debiese despertar entre los seres humanos la mayor sensibilización
y visualizarse en toda su cruda magnitud, es la existencia en pleno siglo XXI,
del trabajo infantil y de formas de explotación laboral hacia este sector,
sencillamente ultrajantes.
Pedro Rivera Ramos / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
En todo el mundo y pese
a todos los esfuerzos realizados hasta hoy para superar y erradicar el trabajo
infantil, un poco más de 200 millones de niños siguen condenados a esa
situación, lo que los priva al pleno disfrute de la educación, salud,
libertades y tiempo para el ocio y los juegos. Por ello es fundamental un
trabajo sostenido y constante de todos los gobiernos, de todos los grupos
organizados, de todas las instituciones internacionales y de todas las
personas, para eliminar las peores formas de trabajo infantil que existen en la
actualidad.
Un documento sumamente
importante en esta lucha contra este flagelo en Panamá, es el Convenio 182 de
la OIT sobre las peores formas de trabajo infantil, que hace más de trece años
entró en vigor. Cúmplase en su totalidad el articulado de este instrumento
básico y, de seguro, tanto en nuestro país como en el resto de la humanidad tendrán así a todos sus niños y niñas felices.
Es innegable que
trabajo infantil y pobreza van de la mano. De igual modo, estas construcciones
sociales que laceran al imaginario colectivo, están también ligadas a las
desigualdades e inequidades que existen en nuestras sociedades. Por ello es que
para vencerlas, debemos pasar indefectiblemente por el gasto público y su
sostenibilidad en el tiempo. Es preciso, en primer lugar, invertir de forma
eficaz en la educación de las nuevas generaciones y sobre todo, en los sectores
más vulnerables.
Por otra parte, el
llamado “trabajo decente” en el mundo neoliberal y las preocupaciones y
conflictos que genera para interconectar eficazmente, el mercado laboral con
las entidades educativas de formación, las universidades y sus egresados, no
son de reciente data y tampoco han sido caminos de rosas. De lo que realmente
se trata, es la de emprender el desarrollo de acciones más integrales que le
garanticen a la juventud panameña un empleo decente, es decir, un trabajo
decoroso y una remuneración justa, que les permita, por un lado, sumarse al desarrollo
de las potencialidades económicas que la Nación exhibe y, por el otro,
entregarse en su propio mejoramiento personal, profesional y familiar. Y todo
esto en un contexto donde hay una profunda, marcada, incesante y objetiva
transformación del conocimiento y del mundo del trabajo.
Es evidente que no se
puede reconocer ni hablar de trabajo decente, y mucho menos para la juventud,
sin considerar por una parte, el origen y definición de este concepto en el
marco de la globalización neoliberal, así como la de revelar las razones que
llevaron a su acuñación; y por la otra, las relaciones de producción
prevalecientes en la sociedad y que determinan, que mientras más desigualdades
existen en un país, más difícil resulta encontrar trabajos decentes y dignos.
Sin duda alguna, en
este contexto a las universidades le cabe una responsabilidad suprema. Su
principal objetivo, que es al mismo tiempo la razón de ser de ellas, es el de
educar y formar ciudadanos con elevados valores morales y éticos y excelentes y
sólidas competencias profesionales. Ellos deben responder a las exigencias cada
día más variadas y complejas del competitivo mercado laboral y deben, a su vez,
mostrar que lo hacen guiados por una ineludible responsabilidad ciudadana y un
permanente compromiso social. Por eso las Universidades, más que cualquier otro
centro de formación para el mundo del trabajo, tienen la obligación --por ser
las entidades que deben ser-- de
conservarse como centros de formación integral de los educandos, para beneficio
principalmente de una sociedad que crece y se consolida verdaderamente, cuando
sus profesionales tienen un conocimiento más allá del mero saber instrumental,
cuando son capaces de reconocer la utilidad de saberes que no suelen tener una
aplicación inmediata o práctica, pero que les permiten contar con una visión
general del mundo en que viven y actúan.
De allí las grandes
dificultades y los complejos retos que las Universidades de hoy tienen, para
asumir plenamente su misión principal. Se trata en síntesis, de encontrar la
interacción aceptable, o la que mejor funcione, entre los objetivos supremos de
la educación universitaria, las necesidades de la sociedad y las demandas del
mercado laboral. Es preciso superar ese desencuentro que en cierta medida ha existido,
principalmente entre el mundo laboral y el académico, sin que ello suponga en
modo alguno sacrificar las exigencias prioritarias del primero o la calidad
educativa del segundo.
Dolor e indignación debemos sentir de vivir en un mundo, donde la explotación infantil exista.
ResponderEliminarNiños que deberían estar estudiando, ensalzando los valores humanos, sociales y morales a los que tienen derecho y disfrutando de esta etapa de su vida, carguen sobre sus endebles hombros el peso de la manutención de sus hogares, víctimas del sistema imperante en sus países.
Sirva este artículo para concientizar, a lo que les falta amor por el ser humano y sólo les interesa incrementar su capital.
Dolor e indignación debemos sentir de vivir en un mundo, donde la explotación infantil exista.
ResponderEliminarNiños que deberían estar estudiando, ensalzando los valores humanos, sociales y morales a los que tienen derecho y disfrutando de esta etapa de su vida, carguen sobre sus endebles hombros el peso de la manutención de sus hogares, víctimas del sistema imperante en sus países.
Sirva este artículo para concientizar, a lo que les falta amor por el ser humano y sólo les interesa incrementar su capital.