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sábado, 6 de mayo de 2017

Los futuros de ayer, y de mañana

Estamos en un momento en que la realidad se muestra superior a las ideas conque hasta ahora hemos intentado explicarla y construirla. Nuestro problema, en una circunstancia así, no consiste tanto en ofrecer mejores respuestas desde una racionalidad en crisis, sino en producir mejores preguntas ante una realidad en transformación, para identificar así las oportunidades que esa transformación nos ofrece.

Guillermo Castro Herrera / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Panamá

Si lo pensamos un poco, podremos darnos cuenta de cuánto influyen en nuestro trabajo y nuestras expectativas los nombres que otorgamos al presente que tenemos y el futuro que deseamos. Así, por ejemplo, pasar de la barbarie a la civilización, del atraso al progreso, del subdesarrollo al desarrollo, del Tercer Mundo al Primero han sido aspiraciones de sociedades como la nuestra a lo largo de los últimos 200 años.

Sin embargo, por lo general utilizamos esos términos sin prestar mayor atención a dos elementos de gran interés. Uno, el origen y el significado de esos términos. Otro, que ellos siempre se presentan en pares excluyentes, donde uno de expresa lo que no deseamos, y el otro, aquello a que aspiramos.

Entender esto es de gran importancia para comprender mejor nuestras opciones de futuro. Hoy, en efecto, el futuro no se nos presenta bajo la forma ilusoria de una disyuntiva entre pares de futuro, sino con opciones múltiples y difusas, a menudo difíciles de identificar con precisión. Y eso es un claro síntoma de que no vivimos una época de cambios, sino un cambio de épocas.

En realidad, esas maneras de nombrar los estados del presente y las disyuntivas del futuro forman parte de lo que el historiador norteamericano Immanuel Wallerstein ha llamado el desarrollo de la geocultura del moderno sistema mundial. Ha sido en el marco de esa geocultura que sociedades muy diferentes asumieran las mismas categorías para explicarse los vínculos que fueron estableciendo entre sí en el proceso de formación del primer mercado mundial en la historia de la Humanidad.

Antes de la formación de ese mercado, había otras categorías, que no eran vinculantes, sino excluyentes. Griegos y chinos consideraban bárbaros a los integrantes de todas las demás sociedades humanas, del mismo modo que la Europa medieval se definía como el espacio de la Cristiandad, por contraste con – y en oposición a – toda sociedad que no participara de su fe.

Estas oposiciones se fueron diluyendo a lo largo de la fase inicial de formación y desarrollo del mercado mundial por el capitalismo entonces emergente, entre 1450 y 1650. Para 1750, ese proceso había progresado de manera notable, vinculando entre sí mediante el intercambio comercial constante y creciente a sociedades que hasta entonces habían coexistido en un relativo aislamiento. Europa Occidental – y en particular Holanda, Inglaterra y Francia – dio una primera organización a ese mercado bajo una forma colonial, en el que los colonizadores eran ellos y los colonizados, los demás.

De ese periodo data la formación del primer binomio vinculante en la historia de la geocultura del moderno sistema mundial: el que opone la civilización a la barbarie como partes enfrentadas en un conflicto cultural, moral y político que solo podría resolverse con el triunfo de la primera. Hispanoamérica tuvo una destacada participación en el desarrollo de ese conflicto.

En 1845, el liberal argentino Domingo Faustino Sarmiento publicó en Santiago de Chile, donde se encontraba exilado, su libro Facundo. Civilización o Barbarie, que es probablemente la obra que mayor influencia ha tenido en la formación de la cultura política de los latinoamericanos. La civilización de Sarmiento era la del mercado mundial, como la barbarie que cuestionaba provenía del legado de la economía – mundo medieval hispana en vías de desintegración.

A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, todo parecía dar la razón a Sarmiento. Pero en 1891, otro liberal – de orientación radical democrática – supo plantear en el más rico y complejos de sus ensayos sobre nuestra política que no había en nuestra América batalla “entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”.[1]

Martí expresaba en esa afirmación el paso a una etapa nueva, en la que el binomio civilización / barbarie dejaba lugar al de progreso / atraso, asociado al enorme potencial adquirido por la ciencia y la tecnología modernas a lo largo del siglo XIX, y las posibilidades que ese potencial abría para el crecimiento económico y el cambio social en los países hispanoamericanos.[2] No se trataba ya tan solo de poner en explotación los recursos humanos y naturales de regiones distantes para beneficio de las sociedades del centro del mercado mundial. Ahora era posible la producción y exportación  de bienes de alto volumen por unidad de precio – alimentos, minerales, fibras -, para generar los ingresos necesarios para dotar a nuestras sociedades de servicios hasta entonces inimaginados, como la luz eléctrica, el telégrafo, transporte público, agua entubada y centros de formación técnica y profesional.

La palabra progreso – y su derivado, “progresista” – adquirió entonces un prestigio que perdura hasta hoy, mientras la de “atraso” pasó a designar tanto los problemas técnicos y culturales que se oponían a la modernización de nuestras sociedades, como la resistencia al cambio por parte de quienes temían las transformaciones sociales que esa modernización podría acarrear. Esa pugna, sin embargo, se fue agotando con la crisis de la organización colonial del mercado mundial, que vino a expresarse en el ciclo de guerras por la hegemonía sobre ese mercado que se prolongó de 1914 a 1945.

De esa gran transición del mercado colonial al internacional surgió un binomio nuevo: el de desarrollo / subdesarrollo, definido alguna vez por el economista argentino y primer Director de la CEPAL, Raúl Prebisch, como “el progreso técnico y sus frutos”. El desarrollo así entendido tuvo un enorme atractivo en una comunidad de Estados nacionales cuyo número pasó de medio centenar en 1945, a cerca de dos centenares en la década de 1960. Los pueblos que habían sido coloniales, en efecto, aspiraban ahora a ingresar a un círculo virtuoso en el que el crecimiento económico generara sociedades mejor educadas y atendidas en sus necesidades básicas, y mucho más capaces, por tanto, de construir sus propias democracias.

El desarrollo se convirtió, así, en el referente más común del lenguaje político y burocrático de toda la comunidad interestatal entre las décadas de 1950 y 1970. Para la de 1980, sin embargo, se hizo evidente que el subdesarrollo de amplias regiones del planeta no era una anomalía del sistema internacional, sino un condición para el desarrollo de otras regiones más favorecidas.

Los primeros avisos provinieron de la degradación ambiental; los siguientes, del desorden financiero, y a ello siguió la evidencia del deterioro de las condiciones de vida de grandes grupos de población rural y urbana en Asia, África y América Latina. Hoy, los sueños del desarrollo han devenido en la realidad de un mundo en que se combinan el crecimiento económico incierto con una inequidad social persistente, una degradación ambiental creciente y una erosión constante de la institucionalidad.

De entonces acá comenzó a gestarse la confusión reinante hoy, cuando el binomio desarrollo / subdesarrollo ha cedido su lugar a la meta de un desarrollo calificado como sostenible, en evidente – aunque no explícito – contraste con la insostenibilidad de una economía mundial organizada para el crecimiento ilimitado. Con ello, nuestra especie ha ingresado en una etapa inédita en su historia, en la que por primera vez desde el siglo XVIII carece de una opción de futuro claramente definida.

De hecho, estamos en un momento en que la realidad se muestra superior a las ideas conque hasta ahora hemos intentado explicarla y construirla. Nuestro problema, en una circunstancia así, no consiste tanto en ofrecer mejores respuestas desde una racionalidad en crisis, sino en producir mejores preguntas ante una realidad en transformación, para identificar así las oportunidades que esa transformación nos ofrece.

De lo único que podemos estar seguros, hoy, es de que el verdadero problema a resolver es el de encarar las amenazas que hoy enfrenta el desarrollo de la especie que somos. Y esto solo tendrá solución en la medida en que seamos capaces de crear una circunstancia en la que nuestro desarrollo sea sostenible por lo humano que llegue a ser, recuperando todo lo mejor de nuestro pasado en la construcción de un futuro muy superior a nuestro presente.

Panamá, 29 de abril de 2017




NOTAS: 

[1] Martí, José: “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI, 17. Y antes, en 1884, refiriéndose a las ambiciones coloniales inglesas sobre Egipto, había dicho que se sustentaban en “el pretexto de que la civilización, que es el nombre vulgar con que corre el estado actual del hombre europeo, tiene derecho natural de apoderarse de la tierra ajena perteneciente a la barbarie, que es el nombre que los que desean la tierra ajena dan al estado actual de todo hombre que no es de Europa o de la América europea”.Una Distribución de Diplomas en un Colegio de los Estados Unidos. Bachilleres Norte-Americanos y sus Discursos. 
Quienes eran esos Bachilleres.” La América. Nueva York, junio de 1884. http://www.josemarti.cu/wp-content/uploads/2014/06/distribucion_diplomas-_colegio_EE.UU_.pdf
[2] En el plano cultural, esto se expresaba por ejemplo en el desplazamiento de Humboldt por Darwin como modelo de referencia en el campo de la ciencia, y del buque de vela por el de vapor que se asociaba a su vez a la locomotora en tierra en la tarea de abrir a la producción de recursos minerales y agropecuarios espacios hasta poco antes vedados por el escaso desarrollo de las fuerzas productivas, y las formas primitivas de organización y desarrollo de la fuerza de trabajo.

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