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sábado, 27 de mayo de 2017

Sobre esto hay que volver

El recorrido por la obra de Marx nos revela, en verdad, que ella está destinada a permanecer en desarrollo hasta verse cumplida. Crece con nosotros, camina con nosotros, y nos recuerda – una y otra vez – que sobre todo esto hay que volver.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

Para conocer a Marx no hay como acompañarlo en el proceso de producción de su pensamiento, desde su tiempo – y del nuestro. Marx, como sabemos, nació en Alemania en 1818. Como tantos otros jóvenes de la Europa de su tiempo, empezó el camino hacia sí mismo cuando se gestaban los conflictos que darían lugar a la culminación, en 1848, del ciclo histórico inaugurado por la Revolución Francesa en 1789. El capitalismo estaba en ascenso, y ya era evidente que sólo podía existir “a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de la producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales,” abriendo paso a una época en la que 

Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse.  Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.[1]
Cuatro años antes, a sus 26 de edad y ya como exiliado en Francia, había buscado poner orden y hacer el balance de sus pasiones y razones a la luz de las experiencia de su primera juventud. De allí resultaron sus Manuscritos Económico – Filosóficos de 1844, en que están presentes ya muchos de los temas sobre los que seguiría trabajando hasta su fallecimiento en 1883. Allí abordó, por ejemplo, a los humanos como una especie natural, para decir que “del mismo modo que todo lo natural requiere una generación, también el hombre tiene su génesis, la historia; pero este acto genético le es consciente y en cuanto tal se supera a sí mismo. La historia es la verdadera historia natural del hombre.” Y agrega – en un paréntesis especialmente significativo en nuestros días - “(Sobre esto hay que volver.)”[2]

Y en efecto volvió una y otra vez sobre aquellas ideas iniciales, siempre en busca de las evidencias que las confirmaban y ampliaban en su alcance y su significado. En 1845, esa búsqueda dio lugar a aquellas Tesis sobre Feuerbach, que culminan en la afirmación de que hasta entonces los filósofos se habían limitado a interpretar el mundo, cuando de lo que se trataba era de “cambiarlo o transformarlo.” [3] Y en 1846, él y Federico Engels escriben La Ideología Alemana, donde ajustan cuentas con la tradición filosófica en que había sido formados y exponen los lineamentos de lo que llegará a ser una nueva visión del mundo, dotada de una ética acorde a su estructura, a la que Antonio Gramsci llamó en la década de 1930 la filosofía de la praxis.

En el núcleo mismo de esa visión está el conocimiento del proceso de desarrollo de las relaciones que los seres humanos establecen entre sí y con el medio natural para producir sus condiciones de vida. Al respecto, dicen,

Conocemos sólo una ciencia, la ciencia de la historia. Se puede enfocar la historia desde dos ángulos, se puede dividirla en historia de la naturaleza e historia de los hombres. Sin embargo, las dos son inseparables: mientras existan los hombres, la historia de la naturaleza y la historia de los hombres se condicionan mutuamente.[4]

Y en 1848, por supuesto, ambos publican su obra más conocida, El Manifiesto Comunista, en la que resaltan el papel de la lucha de clases como fuerza motriz de la historia, y el de la clase obrera como agente de transformación del mundo.

A esto sigue en la vida de Marx una década de militancia política, estudio y trabajo incesante, en condiciones de pobreza y estrechez continuas. En la fase final de ese periodo, entre 1857 y 1858, culmina la elaboración de los Grundrisse, las notas preparatorias para la redacción del Capital cuyo primer tomo publicaría en 1867. En esas notas están presentes - ya elaborados en lo esencial -, conceptos como el de fuerza de trabajo; los rasgos fundamentales del proceso de formación del mercado mundial, y un análisis particularmente agudo del papel del capitalismo en el desarrollo de la ciencia como actividad productiva, y como fuerza productiva del capital.

Un año después, en el “Prólogo” su Contribución a la Crítica de la Economía Política, Marx nos ofrece en poco más de 500 palabras una admirable síntesis de los resultados de aquellos 15 años de incesante trabajo intelectual.[5] Tras explicar que “en la producción social de su vida” los hombres establecen “relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales,” que forman “la estructura económica de la sociedad […] sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social”, añade que el modo de producción de la vida material “condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general”, y que no es “la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.”

El proceso histórico de formación de la sociedad así entendida, explica, alcanza en su desarrollo una fase determinada en que “las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes […] y se abre así una época de revolución social”, en la cual la transformación de la base económica acarrea “más o menos rápidamente,” la de “toda la inmensa superestructura erigida sobre ella.” Y a esto agrega que ninguna formación social desaparece “antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella,” pues “la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar”, que sólo “surgen cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización.”

La síntesis concluye con dos observaciones. Una, que “podemos designar como otras tantas épocas de progreso en la formación económica de la sociedad el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués.” La otra, que las relaciones burguesas de producción “son la última forma antagónica del proceso social de producción”, pero que al propio tiempo “las fuerzas productivas que se desarrollan en la sociedad burguesa” ofrecen “las condiciones materiales para la solución de este antagonismo”, y con ello permiten que con esta formación social culmine “la prehistoria de la sociedad humana.”

Nada hay aquí de automático, nada está determinado de antemano. En otro momento de su obra, Marx dirá que los seres humanos hacen su propia historia, pero no pueden escoger las circunstancias en que llevan a cabo esa tarea. En este caso, esa circunstancia es definida de manera por demás precisa en una carta a Federico Engels, escrita en octubre de 1858, donde plantea lo siguiente:

La misión particular de la sociedad burguesa es establecer el mercado mundial, al menos en esbozo, y de la producción adecuada al mercado mundial. Como el mundo es redondo, esto parece haber sido completado por la colonización de California y Australia y el descubrimiento de China y Japón. Lo difícil para nosotros es esto: en el continente, la revolución es inminente y asumirá también de inmediato un carácter socialista. ¿No estará destinada a ser aplastada en este pequeño rincón, teniendo en cuenta que en un territorio mucho mayor el movimiento de la sociedad burguesa está todavía en ascenso?[6]

El “(Sobre esto hay que volver.)” de 1844 se hace sentir con fuerza aquí, entonces como ahora, a partir de la capacidad de los elementos sintetizados en el “Prólogo” para dar cuenta de circunstancias históricas específicas. La escala mundial del mercado, por ejemplo, y lo que ella implica como factor de riesgo para la revolución en la Europa de 1858 – que por cierto no llegó a ocurrir – otorgan un significado especialmente complejo a la idea de que la Humanidad se proponga siempre “únicamente los objetivos que puede alcanzar.” ¿Qué implica esto, por ejemplo, cuando el mercado internacional de ayer se va transformando en el mercado global de mañana, y los procesos de producción y apropiación de la plusvalía se ven enmascarados por la des-integración de los circuitos productivos, y la re-integración de los circuitos comerciales?

Otro problema a ser encarado es el que plantea la existencia de un modo de producción asiático – distinto a las formaciones económicas precapitalistas analizadas en los Grundrisse en cuanto no parece conducir al capitalismo hasta tanto no es vinculado por el mercado mundial a su propio desarrollo. El Sumak Q’awsay y otras corrientes del pensar político indoamericano, ¿no son acaso herederos de ese modo de producción en sus versiones mesoamericana y andina, que llegan a vincularse al mercado mundial a través de la España de la Contra Reforma?

Ese sucederse de modos de producción a través de formaciones económico – sociales concretas opera, en efecto, a través de procesos de transición que sin duda incluyen momentos de cambio revolucionario, pero en los que cada modo precedente deja un legado en los subsecuentes. Basta con el ejemplo del cristianismo para apreciar ese vínculo peculiar entre el cambio y la continuidad que lo enmarca. Pero esto abre a su vez el problema de la medida en que esa continuidad llega a condicionar el cambio en su posibilidad, sus formas, su ritmo y su alcance.

Todos estos son problemas de permanente actualidad en todas las sociedades del mundo, y de especial importancia para las nuestras, atenazadas por demonios de resistencia al cambio que no hemos sabido reconocer, ni exorcizar. El recorrido por la obra de Marx nos revela, en verdad, que ella está destinada a permanecer en desarrollo hasta verse cumplida. Crece con nosotros, camina con nosotros, y nos recuerda – una y otra vez – que sobre todo esto hay que volver.




[1] Marx, Karl y Engels, Federico: Manifiesto del Partido Comunista [1848]. Obras Escogidas en tres tomos. Editorial Progreso, Moscú, 1976. I, 114
[2] Marx, Karl, 1844: Manuscritos de París. En Textos Selectos y Manuscritos de París. Estudio introductorio por Jacobo Muñoz. Editorial Gredos, Madrid, 2012, p. 561.
[3] “Los filósofos sólo han interpretado diferentemente el mundo, se trata de cambiarlo o transformarlo.” Marx, Karl: La Ideología Alemana y Otros Escritos Filosóficos. Editorial Losada, Buenos Aires, 2005, p 19.
[4] “Feuerbach. Oposición entre las concepciones materialista e idealista.” Primer Capitulo de La Ideología Alemana,1846 (fragmento)
[5] C. Marx: ”Prólogo” a la Contribución a la Crítica de la Economía Política (1859). http://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/criteconpol.htm

[6] De Marx a Engels. Londres [8 de octubre de] 1858. Correspondencia de Marx y Engels. Editorial Cartago, Buenos Aires, 1973, pp. 103-104.

1 comentario:

  1. Excelente trabajo; muy didáctico y muy orientador, porque sobre todo, sigue vigente la obra de Marx, el mayor esfuerzo metodológico para llevarnos de la mano en el conocimiento de la historia de la humanidad en toda su dinámica. Si, hay que volver en su divulgación y su enseñanza, sin descuidar la aportación de Lenin. Pienso que esto es muy importante. Ah, si se creara un centro de estudios que pudiera servir de plataforma de orientación y guía a los movimientos sociales. Tal vez de esta manera pueda llegarse algún día a la acción unificada de sus membresías. Saludos cordiales, Maestro.

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