El recorrido por la
obra de Marx nos revela, en verdad, que ella está destinada a permanecer en
desarrollo hasta verse cumplida. Crece con nosotros, camina con nosotros, y nos
recuerda – una y otra vez – que sobre todo esto hay que volver.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Para conocer a Marx no
hay como acompañarlo en el proceso de producción de su pensamiento, desde su
tiempo – y del nuestro. Marx, como sabemos, nació en Alemania en 1818. Como
tantos otros jóvenes de la Europa de su tiempo, empezó el camino hacia sí mismo
cuando se gestaban los conflictos que darían lugar a la culminación, en 1848,
del ciclo histórico inaugurado por la Revolución Francesa en 1789. El
capitalismo estaba en ascenso, y ya era evidente que sólo podía existir “a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos
de la producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello
todas las relaciones sociales,” abriendo paso a una época en la que
Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de
creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se
hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado
se esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados
a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.[1]
Cuatro años antes, a
sus 26 de edad y ya como exiliado en Francia, había buscado poner orden y hacer
el balance de sus pasiones y razones a la luz de las experiencia de su primera
juventud. De allí resultaron sus Manuscritos
Económico – Filosóficos de 1844, en que están presentes ya muchos de los
temas sobre los que seguiría trabajando hasta su fallecimiento en 1883. Allí
abordó, por ejemplo, a los humanos como una especie natural, para decir que
“del mismo modo que todo lo natural requiere una generación, también el hombre
tiene su génesis, la historia;
pero este acto genético le es consciente y en cuanto tal se supera a sí mismo.
La historia es la verdadera historia natural del hombre.” Y agrega – en un
paréntesis especialmente significativo en nuestros días - “(Sobre esto hay que
volver.)”[2]
Y en efecto volvió una
y otra vez sobre aquellas ideas iniciales, siempre en busca de las evidencias
que las confirmaban y ampliaban en su alcance y su significado. En 1845, esa
búsqueda dio lugar a aquellas Tesis sobre
Feuerbach, que culminan en la afirmación de que hasta entonces los
filósofos se habían limitado a interpretar el mundo, cuando de lo que se
trataba era de “cambiarlo o transformarlo.”
[3] Y en 1846, él y
Federico Engels escriben La Ideología Alemana,
donde ajustan cuentas con la tradición filosófica en que había sido formados y
exponen los lineamentos de lo que llegará a ser una nueva visión del mundo,
dotada de una ética acorde a su estructura, a la que Antonio Gramsci llamó en
la década de 1930 la filosofía de la praxis.
En el núcleo mismo de
esa visión está el conocimiento del proceso de desarrollo de las relaciones que
los seres humanos establecen entre sí y con el medio natural para producir sus
condiciones de vida. Al respecto, dicen,
Conocemos sólo una ciencia,
la ciencia de la historia. Se puede enfocar la historia desde dos ángulos, se
puede dividirla en historia de la naturaleza e historia de los hombres. Sin
embargo, las dos son inseparables: mientras existan los hombres, la historia de
la naturaleza y la historia de los hombres se condicionan mutuamente.[4]
Y en 1848, por
supuesto, ambos publican su obra más conocida, El Manifiesto Comunista, en la que resaltan el papel de la lucha de
clases como fuerza motriz de la historia, y el de la clase obrera como agente
de transformación del mundo.
A esto sigue en la vida
de Marx una década de militancia política, estudio y trabajo incesante, en
condiciones de pobreza y estrechez continuas. En la fase final de ese periodo,
entre 1857 y 1858, culmina la elaboración de los Grundrisse, las notas preparatorias para la redacción del Capital cuyo primer tomo publicaría en
1867. En esas notas están presentes - ya elaborados en lo esencial -, conceptos
como el de fuerza de trabajo; los rasgos fundamentales del proceso de formación
del mercado mundial, y un análisis particularmente agudo del papel del
capitalismo en el desarrollo de la ciencia como actividad productiva, y como
fuerza productiva del capital.
Un año
después, en el “Prólogo” su Contribución
a la Crítica de la Economía Política, Marx nos ofrece en poco más de 500
palabras una admirable síntesis de los resultados de aquellos 15 años de
incesante trabajo intelectual.[5] Tras
explicar que “en la producción social de su vida” los hombres establecen
“relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo
de sus fuerzas productivas materiales,” que forman “la estructura económica de
la sociedad […] sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política
y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social”, añade que el
modo de producción de la vida material “condiciona el proceso de la vida social
política y espiritual en general”, y que no es “la conciencia del hombre la que
determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su
conciencia.”
El proceso
histórico de formación de la sociedad así entendida, explica, alcanza en su
desarrollo una fase determinada en que “las fuerzas productivas materiales de
la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes
[…] y se abre así una época de revolución social”, en la cual la transformación
de la base económica acarrea “más o menos rápidamente,” la de “toda la inmensa
superestructura erigida sobre ella.” Y a esto agrega que ninguna formación
social desaparece “antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas
que caben dentro de ella,” pues “la humanidad se propone siempre únicamente los
objetivos que puede alcanzar”, que sólo “surgen cuando ya se dan o, por lo
menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización.”
La síntesis
concluye con dos observaciones. Una, que “podemos designar como otras tantas
épocas de progreso en la formación económica de la sociedad el modo de
producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués.” La otra, que
las relaciones burguesas de producción “son la última forma antagónica del
proceso social de producción”, pero que al propio tiempo “las fuerzas
productivas que se desarrollan en la sociedad burguesa” ofrecen “las
condiciones materiales para la solución de este antagonismo”, y con ello
permiten que con esta formación social culmine “la prehistoria de la sociedad
humana.”
Nada hay
aquí de automático, nada está determinado de antemano. En otro momento de su
obra, Marx dirá que los seres humanos hacen su propia historia, pero no pueden
escoger las circunstancias en que llevan a cabo esa tarea. En este caso, esa
circunstancia es definida de manera por demás precisa en una carta a Federico
Engels, escrita en octubre de 1858, donde plantea lo siguiente:
La
misión particular de la sociedad burguesa es establecer el mercado mundial, al
menos en esbozo, y de la producción adecuada al mercado mundial. Como el mundo
es redondo, esto parece haber sido completado por la colonización de California
y Australia y el descubrimiento de China y Japón. Lo difícil para nosotros es
esto: en el continente, la revolución es inminente y asumirá también de
inmediato un carácter socialista. ¿No estará destinada a ser aplastada en este
pequeño rincón, teniendo en cuenta que en un territorio mucho mayor el
movimiento de la sociedad burguesa está todavía en ascenso?[6]
El “(Sobre esto hay que
volver.)” de 1844 se hace sentir con fuerza aquí, entonces como ahora, a partir
de la capacidad de los elementos sintetizados en el
“Prólogo” para dar cuenta de circunstancias históricas específicas. La escala
mundial del mercado, por ejemplo, y lo que ella implica como factor de riesgo
para la revolución en la Europa de 1858 – que por cierto no llegó a ocurrir –
otorgan un significado especialmente complejo a la idea de que la Humanidad se
proponga siempre “únicamente los objetivos que puede alcanzar.” ¿Qué implica
esto, por ejemplo, cuando el mercado internacional de ayer se va transformando
en el mercado global de mañana, y los procesos de producción y apropiación de
la plusvalía se ven enmascarados por la des-integración de los circuitos
productivos, y la re-integración de los circuitos comerciales?
Otro
problema a ser encarado es el que plantea la existencia de un modo de
producción asiático – distinto a las formaciones económicas precapitalistas
analizadas en los Grundrisse en
cuanto no parece conducir al capitalismo hasta tanto no es vinculado por el
mercado mundial a su propio desarrollo. El Sumak
Q’awsay y otras corrientes del pensar político indoamericano, ¿no son acaso
herederos de ese modo de producción en sus versiones mesoamericana y andina,
que llegan a vincularse al mercado mundial a través de la España de la Contra
Reforma?
Ese
sucederse de modos de producción a través de formaciones económico – sociales
concretas opera, en efecto, a través de procesos de transición que sin duda
incluyen momentos de cambio revolucionario, pero en los que cada modo
precedente deja un legado en los subsecuentes. Basta
con el ejemplo del cristianismo para apreciar ese vínculo peculiar entre el
cambio y la continuidad que lo enmarca. Pero esto abre a su vez el problema de
la medida en que esa continuidad llega a condicionar el cambio en su posibilidad,
sus formas, su ritmo y su alcance.
Todos estos son
problemas de permanente actualidad en todas las sociedades del mundo, y de
especial importancia para las nuestras, atenazadas por demonios de resistencia
al cambio que no hemos sabido reconocer, ni exorcizar. El recorrido por la obra
de Marx nos revela, en verdad, que ella está destinada a permanecer en
desarrollo hasta verse cumplida. Crece con nosotros, camina con nosotros, y nos
recuerda – una y otra vez – que sobre todo esto hay que volver.
[1] Marx, Karl y Engels, Federico: Manifiesto
del Partido Comunista [1848].
Obras Escogidas en tres tomos.
Editorial Progreso, Moscú, 1976. I, 114
[2] Marx, Karl, 1844: Manuscritos de París. En Textos Selectos y Manuscritos de París. Estudio
introductorio por Jacobo Muñoz. Editorial Gredos, Madrid, 2012, p. 561.
[3] “Los filósofos sólo han
interpretado diferentemente el mundo,
se trata de cambiarlo o transformarlo.”
Marx, Karl: La Ideología Alemana y Otros
Escritos Filosóficos. Editorial Losada, Buenos Aires, 2005, p 19.
[4] “Feuerbach. Oposición entre las concepciones
materialista e idealista.” Primer Capitulo de La Ideología Alemana,1846 (fragmento)
[5] C. Marx: ”Prólogo” a la Contribución a la
Crítica de la Economía Política (1859). http://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/criteconpol.htm
[6] De Marx a Engels.
Londres [8 de octubre de] 1858. Correspondencia
de Marx y Engels. Editorial Cartago, Buenos Aires, 1973, pp. 103-104.
Excelente trabajo; muy didáctico y muy orientador, porque sobre todo, sigue vigente la obra de Marx, el mayor esfuerzo metodológico para llevarnos de la mano en el conocimiento de la historia de la humanidad en toda su dinámica. Si, hay que volver en su divulgación y su enseñanza, sin descuidar la aportación de Lenin. Pienso que esto es muy importante. Ah, si se creara un centro de estudios que pudiera servir de plataforma de orientación y guía a los movimientos sociales. Tal vez de esta manera pueda llegarse algún día a la acción unificada de sus membresías. Saludos cordiales, Maestro.
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