Lo que está sucediendo
en Venezuela no es extraño a la historia de América Latina. Ni la actitud de la
OEA lo es. Ni la violencia lo es. Ni la crisis. Ni los muertos. Ni la guerra
económica. Ni las mentiras de los medios. Ni la intervención de la mano negra
de los Estados Unidos. Ni el desabastecimiento concertado. Ni el acaparamiento
criminal. Porque lo que está sucediendo viene organizado desde el mismo lado y
con el mismo objetivo que hace cuarenta y cuatro años. Es contra los mismos.
Leandro Grille / Cubadebate
Nicolás Maduro y Salvador Allende. |
Nicolás Maduro no es
Salvador Allende. Ni es Hugo Chávez. Venezuela, además, no es Chile. Hasta ahí
las afirmaciones son de una trivialidad tal que podrían obviarse. Sin embargo,
el paralelismo entre la revolución bolivariana y el gobierno de la Unidad
Popular, encabezado por el inolvidable presidente mártir, es enorme. Y negarlo,
desconocerlo o soslayarlo es condición necesaria para desentenderse y adversar
un proceso político contemporáneo sin la necesidad de replantearse viejos
amores todavía vigentes.
Me propongo exponer
brevemente, dentro de las limitaciones de mi formación, algunas claves de este
paralelismo más allá de que no existen procesos históricos y políticos
homologables en un sentido profundo, mucho menos cuando operan sobre sociedades
y tiempos distintos.
Históricamente
Venezuela ha tenido una economía basada en la extracción y comercialización de
sus enormes reservas petroleras. Chile, por su parte, fundó su economía durante
décadas en la explotación del salitre, hasta su declive tras el desarrollo del
salitre sintético, y tras ello vivió literalmente de la extracción y
exportación de cobre que, al momento de ascender Salvador Allende a la
Presidencia, significaba el 75% de las exportaciones chilenas y más del 30% de
los ingresos tributarios. Ambas eran economías extractivistas, fuertemente
dependientes del precio internacional de un recurso natural preponderante.
Una primera gran
similitud entre el gobierno de la UP y el proyecto político inicialmente
liderado por Hugo Chávez fue la voluntad manifiesta de construir un camino al
socialismo por vía democrática en un país del tercer mundo, recurriendo a las
urnas y no a las armas. Este propósito común de resolver de modo pacífico la
contradicción capital trabajo a favor de los explotados mediante la
construcción de un Estado socialista por vía electoral, todavía no ha probado
su viabilidad en ningún territorio del mundo. No hay precedentes.
No es extraordinario,
entonces, que los dos procesos políticos hayan concentrado su vocación
socializante en la redistribución de la renta producida por su principal rubro
económico, ni puede sorprender que el derrumbe -forzado- del precio
internacional del cobre entre el año 1971 y el año 1973, para Chile, y el
desmoronamiento del precio del barril de petróleo a partir del año 2014, para
Venezuela, hayan tenido las consecuencias económicas devastadoras que tuvieron
en ambos países.
La crisis económica de
la Chile de Salvador Allende fue tan grave y tan atizada por los Estados Unidos
como la crisis venezolana. Desde que Allende obtuvo la presidencia de Chile,
Estados Unidos, gobernado en ese entonces por Richard Nixon y con el genocida
Henry Kissinger al frente del Departamento de Estado, tomó la decisión de
derrocarlo y para ello orquestó un plan, conocido como FUBELT: para destruir la
economía chilena, radiarla del mundo y producir un golpe de Estado que
derrocara al gobierno marxista al que consideraban una grave amenaza a sus
intereses.
Las pruebas de su
accionar se conocieron 25 años después, cuando se desclasificaron los
documentos, pero era evidente para cualquier observador que no fuera
políticamente ingenuo o cómplice. Si el primer año de Allende significó una
mejora sustantiva en la capacidad de consumo de la población, crecimiento
económico, expansión de derechos, impulso de políticas públicas de avanzada,
los años posteriores -condicionados por una guerra económica interna y externa
conducida por Estados Unidos y ejecutada por los sectores más poderosos de
Chile y sus medios afines, más la abrupta -y operada- caída del precio
internacional del cobre tras la nacionalización de 1971, marcaron un derrumbe
de la economía, dos años seguidos de caída del producto bruto, deterioro del
salario real e inflación galopante, que llegó a ser los últimos dos años del
gobierno de Allende la más alta del mundo, superando el 600%.
La política de control
de precios que aplicó el gobierno de Chile para contener la inflación es
perfectamente comparable a ley de precios justos venezolana, y el poder
económico respondió de la misma manera: con desabastecimiento y acaparamiento.
Los chilenos debían hacer colas de varias cuadras para obtener productos
básicos a precio regulado, o pagar montos infernales en el mercado negro que
esquivaba el control del Estado. En Venezuela sucedió lo mismo. Y al
desabastecimiento inducido, la respuesta del Estado venezolano fue la misma que
la respuesta del gobierno de la UP: Allende creo las JAP (Juntas de
Abastecimiento y Control de Precios) y Nicolás Maduro creó los CLAP (Comité
Locales de Abastecimiento y Producción) que tal vez han funcionado mejor que
las JAP, entre otras cosas porque, evidentemente, las autoridades venezolanas
analizaron aquella experiencia y han hecho lo posible para que, a diferencias
de las JAP chilenas, los CLAP venezolanos no sean saboteados y perseguidos.
El descontento social
venezolano de los últimos años y el chileno de la época de Allende trabajado
por la guerra económica y sus duras consecuencias sobre la vida cotidiana de
los chilenos, también fue comparable. Y en las elecciones parlamentarias de
1973, la Confederación para la Democracia (CODE, versión chilena de la actual
Mesa de Unidad Democrática que agrupa a la derecha venezolana) obtuvo el 56% de
los votos, contra el 43% que obtuvo la Unidad Popular de Salvador Allende,
quedándose con la mayoría de las bancas, con guarismos que son singularmente
parecidos a la elección de la Asamblea Nacional que perdió el chavismo en medio
de una crisis idéntica, porque en 2015 la MUD venezolana obtuvo el 56% de los
votos contra el 41% del Partido Socialista Unido de Venezuela.
¿Qué hizo Allende con
un parlamento opositor? La oposición chilena agrupada en la CODE quería los dos
tercios para poder acusar y, eventualmente, destituir a Allende como hicieron
hace poco con Dilma, y como quisieron hacer con Maduro. No llegaron de casualidad.
Pero controlaron el parlamento, y la oposición chilena intentó usar su mayoría
parlamentaria amplia para promover una reforma constitucional con un proyecto
conocido como Hamilton – Fuentealba que intentaba parar las políticas
estatizadoras y socialistas de Allende. Allende vetó el proyecto y, por ello,
fue acusado de avasallar la legalidad y pasar por arriba del poder legislativo.
Fue acusado en parecidos términos que Nicolás Maduro y el odio político de las
clases medias y altas se expresó en la calle, con movilizaciones cada vez más
duras, y también masivas, donde también participaron estudiantes universitarios
-no fueron solo los camioneros- e ingentes sectores sociales, entre los cuales
sectores medios y profesionales, como médicos y abogados y dentistas y
comerciantes. A Allende le calentaron la calle y no hubo 60 muertos, hubo más
de 100, y lo acusaron de asesino, de tirano, de todo. Mientras tanto, los
sectores aliados a la burguesía promovían el golpe, se concentraban en la
puerta de los cuarteles, y participaban en conspiraciones. Si en estos días la
fiscalía general de Venezuela se ha plegado a la oposición, también se plegó la
contraloría general de la República en Chile cuando acusaron a Allende de
desconocer la Constitución por vetar el proyecto de los opositores de derecha,
que se proponía impedir la expropiación de tierras y la intervención en el
comercio y en el rubro de los transportistas.
¿Por qué muchos creen
que Salvador Allende era un hombre democrático y pacífico y su gobierno un ejemplo
inolvidable, y se permiten a la vez aborrecer el proyecto de los bolivarianos?
¿No es acaso una inconsistencia? Por ahora, la gran diferencia es el desenlace.
Salvador Allende fue víctima de un golpe de Estado militar al que resistió con
su vida y el gobierno venezolano no ha sido derrocado todavía, ni siquiera por
un golpe de Estado, aunque lo intentaron. Venezuela se defiende como puede.
Hugo Chávez lo dijo: a diferencia de la chilena, la nuestra no es una
revolución desarmada. Fidel se lo anticipó a Salvador Allende en su discurso de
despedida en el Estado Nacional, al final de un recorrido de tres semanas por
territorio de Chile, en diciembre de 1971. Luego de ver la experiencia -única
en la historia de construcción del socialismo por vía pacífica-, le advirtió al
pueblo de Chile que la violencia era inexorable, porque la derecha la iba a
imponer: “¡Regresaré a Cuba más revolucionario de lo que vine! ¡Regresaré a
Cuba más radical de lo que vine! ¡Regresaré a Cuba más extremista de lo que
vine!”
Lo que está sucediendo
en Venezuela no es extraño a la historia de América Latina. Ni la actitud de la
OEA lo es. Ni la violencia lo es. Ni la crisis. Ni los muertos. Ni la guerra
económica. Ni las mentiras de los medios. Ni la intervención de la mano negra
de los Estados Unidos. Ni el desabastecimiento concertado. Ni el acaparamiento
criminal. Ni las colas gigantes, ni la inflación astronómica, ni el mercado
negro, ni el control de precio, ni los CLAP, ni las derrotas electorales en
medio de crisis operadas, ni la caída majestuosa del precio del recurso
económico más importante, ni las manifestaciones de las clases altas y medias.
Ni las acusaciones de inconstitucionalidad. Ni las acusaciones de despotismo y
tiranía. Porque lo que está sucediendo viene organizado desde el mismo lado y
con el mismo objetivo que hace cuarenta y cuatro años. Es contra los mismos.
Solamente han aggiornado sus métodos, porque como también dijo Fidel aquel día
en el Estadio Nacional de Chile, la derecha aprende antes que el pueblo humilde.
Pero el pueblo humilde también aprende. Y como ahora es más difícil que
aparezca un Pinochet en Venezuela, entonces piden la intervención
internacional. También en Chile se anticipaba una guerra civil. De eso se
hablaba en el 73. Para mí, nada es sustancialmente distinto. Tampoco son
distintos los que no van a soltar la mano de la Revolución Venezolana. Ni es
distinta la derecha que se lo opone. Que no estallen de nuevo los cristales de
los lentes de Salvador Allende.
"Chile y Venezuela"
ResponderEliminarBuenas noches, creo que el señor Leandro Grille debe incorporar en su análisis que el proceso chileno se dió durante la "guerra fría" (1973) con una izquierda dividida y con incapacidad de aumentar la correlación de fuerzas. El proceso venezolano nace despues de la caída del muro de Berlín, del fracaso de la Unión Soviética y del advenimiento de la renovación socialista y el eurocomunismo. Los modelos socialistas contemporáneos aceptan la democracia como forma de gobierno, creen en la revolución progresiva, no totalitaria ni hegemónica. El maxismo-leninismo no es hoy la fuente de inspiración para impulsar los grandes cambios en nuestras sociedades. Allende gobernó Chile 2,5 años y en Venezuela en "chavismo" lleva 17 años, con su economía destruida y una gran crisis social, donde no se puede eludir sus propios errores. El PSUV está fracturado entre los socialistas democráticos y los totalitarios que buscan la hegemonía del poder con el apoyo de los militares. No son comparables los dos procesos. La lucha por la libertad en Chile en la década del 80 también estaba dividida, los socialistas democratatas que buscaban la vía electoral y los que pretendieron usar la vía armada. El Partido Comunista y el MIR apoyados por Cuba intentaron organizar la confrontación armada y fueron aniquilados por el ejercito chileno. Murieron muchos jovenes brillantes educados en europa y Cuba, un sacrificio en vano.
Saludos