El poder ciudadano ha
mostrado de nuevo su gigantesco potencial. Este es el yacimiento más valioso
con que contamos no sólo los mexicanos sino los ciudadanos de todo el mundo, y
que las élites del Estado y del capital se obstinan en limitar y suprimir
porque amenazan su existencia.
Víctor M. Toledo / Rebelion
Si un terremoto es la
liberación de la energía acumulada en la corteza terrestre, los sismos en
México han inducido nuevamente la liberación de una formidable energía social
acumulada por décadas de contención. Ni Estado ni capital: ¡sólo el pueblo
salva al pueblo! Sólo la sociedad civil empoderada logra superar las más
tremendas vicisitudes y crisis. Ante la catástrofe, la rapidez de la
solidaridad recobró lo mejor del ser humano, ese instinto de hormiga que ha
permitido a la especie humana, al mono sapiente, mantenerse durante 200 mil
años y evolucionar. Fueron los anónimos, la gente común y corriente, pero sobre
todo los jóvenes, quienes inundaron la nación de una nueva esperanza. Ante la
devastación de los temblores, la vieja herencia de la comunalidad (campesina e
indígena) y del cooperativismo (la mano vuelta, el tequio, la guelaguetza) se
conectó con la nueva generación de mexicanos, nuestros hijos. Los que ya no
quieren saber de ideologías, ni de objetivos falaces o ilegítimos, ni de
pretensiones basadas en el individualismo y en lo mercantil, que les venden día
con día los medios prostituidos de comunicación de masas. La limpieza de sus
vidas se ha expresado y ha florecido en estos días aciagos. Con las acciones
masivas de solidaridad venimos a confirmar que las principales reservas
humanitarias, éticas y espirituales del país siguen vigentes. Este es el gran
mensaje. ¡Las hormigas tricolores rescatando y reconstruyendo el hormiguero
nacional!
El poder ciudadano ha
mostrado de nuevo su gigantesco potencial. Este es el yacimiento más valioso
con que contamos no sólo los mexicanos sino los ciudadanos de todo el mundo, y
que las élites del Estado y del capital se obstinan en limitar y suprimir
porque amenazan su existencia. La sociedad organizada y empoderada se vislumbra
ya como la única vía capaz de superar la tremenda crisis de civilización a la
que nos han llevado los dominadores de la era moderna. Los monos desnudos que
fuimos, que somos y que seguiremos siendo, siempre hemos superado las
situaciones extremas, las catástrofes y las injusticias. Como humanidad o como
especie, porque no hay diferencia entre estas dos palabras, el Homo sapiens ha
logrado siempre salir de sus crisis mediante la autorganización ciudadana. Sea
en su primera fase organizada en hordas, clanes, tribus o comunas aldeanas, sea
en ciudades libres sin Estado, como ocurrió en Europa durante 300 años (de 1000
a 1300), sea hoy como en muchas regiones indígenas (Kuna-Yala, en Panamá, Valle
del Cauca, en Colombia, o los caracoles zapatistas, en México).
Porque, además, el sismo
reprodujo en la capital del país lo que ha estado sucediendo en otros 400
puntos del territorio nacional: la sociedad agredida y devastada por la
perversa asociación entre Estado y capital, por las clases dominantes de la
cúspide de la pirámide. Se trata de las amenazas a la seguridad o los daños provocados
por la minería a cielo abierto, la extracción de gas y petróleo, la
fracturación hidráulica, las termoeléctricas, las presas gigantes, los
oleoductos, los parques eólicos, los megaproyectos turísticos, la contaminación
del aire, agua y suelos, los tiraderos de tóxicos peligrosos, la contaminación
genética con maíz y soya transgénicos, los desarrollos urbanos para las
minorías ricas.
El mecanismo es el mismo:
el Estado corrupto permite o tolera proyectos del Capital voraz violando
normas, leyes y disposiciones legales incluso de carácter internacional (como
el derecho a la consulta de las comunidades donde se realizan los proyectos) en
aras de la ganancia de las empresas y corporaciones, sacrificando a la
naturaleza y a la sociedad. En el caso de CDMX ha sido el auge inmobiliario, el
auge comercial y el auge automovilístico tolerados e incluso auspiciados por
las autoridades que absurdamente han hecho crecer a la ciudad verticalmente,
han privilegiado los gigantescos centros comerciales (malls) y han
puesto las vialidades al servicio del auto. La paradoja surge inevitable: la
capital del país gobernada por la “izquierda” desde hace dos décadas se ha ido
convirtiendo poco a poco en una verdadera ¡ciudad neoliberal!
¿Qué
sigue? Los sismos han revelado la posibilidad de que esa energía social
desatada dé lugar mediante la organización societaria a procesos políticos que
impulsen la ciudadanización y transiten hacia una verdadera ciudad sustentable,
ecológica, orgánica, diversa, segura y libertaria. ¿Cómo? Movilizándose y
organizándose en torno a demandas concretas como moratoria a los autos, agua
para la gente no para los negocios, comedores populares, proliferación de
bibliotecas públicas, museos barriales, azoteas verdes, creación de centros de
arte y ecología al estilo del Huerto Roma Verde (ver),
conversión de baldíos, parques y jardines en áreas de producción agroecológica
de alimentos sanos, tianguis y mercados alternativos, programas masivos de captación
de agua de lluvia, incremento de ciclovías, multiplicación de hogares con
energía solar, etcétera. Para ello deben surgir comités y brigadas ciudadanas a
escala de edificios, barrios o colonias. Recuperando, en suma, el “derecho a la
ciudad” promulgado en la nueva Constitución de CDMX, como ha señalado
atinadamente Julio Moguel (ver). Pero sobre todo teniendo claro que
existe adormecido un poder ciudadano, social o popular, que se hizo presente
con las sacudidas de los sismos, que debemos mantener permanentemente
despierto. ¡Ni Estado ni capital, poder ciudadano!
Hay que aprovechar este momento para cambiar la organizacion estatal vigente que ya perdio su legitimidad. vamos a crear una organizacion diferente donde los representantes de todos los pueblos hagan su trabajo obedeciendo a las mayorias. es decir, deben tener una etica de servicio y un cambio de mentalidad, o sea ya basta de: "chinga que atras te vienen chingando". Hay que reeducarnos para ser un pueblo heredero de una cultura milenaria.
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