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sábado, 14 de octubre de 2017

Venezuela: democracia (popular) o barbarie (imperial)

Un compromiso por la democracia y la paz profunda, verdadera y sin dobleces, es lo que necesita la sociedad venezolana para construir el país que sus ciudadanos, hombres y mujeres de todas la edades, quieran para su presente y su futuro, sin que ello implique sacrificar los derechos políticos, sociales, económicos y culturales conquistados ni el camino de emancipaciones recorrido desde finales del siglo XX.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Una vez más, como ha sido una constante durante más de tres lustros de Revolución Bolivariana, el pueblo venezolano está convocado para asistir a las urnas electorales este domingo 15 de octubre (15-O), y elegir a los nuevos gobernadores y gobernadoras de los 23 estados que componen la división administrativa del país. Mientras el oficialismo se prepara para intentar retener la mayoría de las gobernaciones, y los partidos de la oposición que presentaron candidaturas afirman que arrasarán en los comicios, unos y otros aprobaron la auditoría de datos de las máquinas de votación, garantizando así la transparencia y confiabilidad del sistema electoral, intencionalmente cuestionado por la derecha –dentro y fuera de Venezuela- tras la elección de la Asamblea Constituyente el pasado 30 de julio. Más allá del triunfalismo de ambos bandos, la dinámica política venezolana y el comportamiento de los electoras en los últimos años invita a ser cautelosos sobre pronósticos y aguardar los resultados definitivos del escrutinio del Consejo Nacional Electoral.

Esta particularidad, sin embargo, no nos impide ubicar estas elecciones en su contexto, es decir, como una batalla más en la guerra no convencional declarada por Estados Unidos a Venezuela. Se trata, entonces, de una elección que evidencia los conflictos y tensiones a escala nacional e intenta dirimirlos, pero al mismo tiempo trasciende al ámbito internacional por la proyección de la Revolución Bolivariana y el valor estratégico de Venezuela en la geopolítica global.

No debe olvidarse que la cita del 15-O está precedida de las altisonantes expresiones y amenazas contra el gobierno constitucional venezolano, proferidas por el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, en la última Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) en Nueva York. Allí, en medio de su declaratoria de guerra universal, o visto de otra manera, su proclama de continuidad de la guerra infinita declarada por George W. Bush en 2001, y que constituye la expresión más dura y sórdida del imperialismo en nuestro tiempo, Trump dejó en claro cuáles son los planes de Washington para Venezuela: redoblar las sanciones unilaterales, instalar la tesis del Estado fallido y, en consecuencia, seudolegitimar una intervención militar y la recolonización política del país. Y la oposición, articulada en la llamada Mesa de la Unidad Democrática (MUD) está implicada en esa estratagema, al no denunciar la agresión ni posicionarse a favor de la defensa de la integridad, la soberanía y la independencia del país.

En ese sentido, la Proclama de Caracas del movimiento internacional de solidaridad Todos somos Venezuela expresa: “Hoy, el imperialismo norteamericano asume la agresión política de manera directa en la persona del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien además de amenazar con emplear sus fuerzas militares contra Venezuela, encabeza una acción de cerco diplomático pocas veces vista, desde la Organización de Estados Americanos (OEA), con la participación de algunos gobiernos del área, a objeto de socavar la fortaleza de la democracia bolivariana; al tiempo que, mediante una Orden Ejecutiva, oficializa la práctica del bloqueo financiero que ya venía aplicando “para asfixiar a la economía venezolana”. Esta agresión, sostiene la Proclama, “constituye una flagrante violación de la Proclama de América Latina y el Caribe como Zona de Paz, refrendada por los presidentes de todos los países de la región durante la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), efectuada en La Habana en enero de 2014, en la que se defiende el derecho soberano de cada país a definir su propio destino sin injerencia extranjera”.

Las manifestaciones de apoyo a la Revolución Bolivariana también han encontrado eco entre gobiernos de países no alineados con Washington; en ese marco se inscribe el respaldo expresado, por ejemplo, por China en la Asamblea General de la ONU, donde su canciller afirmó que “la política de China respecto a Venezuela no cambiará”, y pidió a la comunidad internacional “adoptar una postura justa y objetiva” y “desempeñar un rol constructivo” (como lo ha intentado la iniciativa de diálogo de República Dominicana). Asimismo, cabe destacar la reciente gira realizada por el presidente Nicolás Maduro a Argelia, Rusia, Bielorrusia y Turquía, con el propósito de romper lo que el analista Arah Aharonian llama “estrategia internacional de aislamiento y estrangulamiento diplomático y económico-financiero”. Esta apuesta por la ofensiva diplomática, así como por la desdolarización del comercio exterior, especialmente en materia petrolera, puede ser fundamental para el futuro del país y la revolución, como explica el economista Alfredo Serrano Mancilla: “Hubiera sido sencillo resolverlo alineándose al eje dominante de siempre. Sin embargo, lo complicado está en hacerlo desde la otra vereda. Venezuela ha decidido que sí hay alternativa frente a la trampa de la vieja pero tan presente tesis thatcheriana, TINA, There is no alternative. Mientras Maduro siga estrechándole la mano a Putin, Erdogan, Rohani o Xi Jinping, Venezuela no está sola”.

Así pues, se llega a estas elecciones con múltiples escenarios de lucha abiertos: uno es el de la violencia sistemática, organizada y financiada desde el exterior, y ejecutada sin escrúpulos por las diversas dirigencias de la derecha local y sus aliados latinoamericanos, prestos a firmar manifiestos sobre lo que ocurre en Venezuela y a guardar silencio cómplice sobre las atrocidades y violaciones a los derechos humanos que ocurren en sus propios países; otro es de la manipulación de los cárteles mediáticos, que magnifica los desaciertos del gobierno e instrumentaliza el dolor, el sufrimiento y las necesidades insatisfechas producto de la estrategia de la guerra económica –guerra de asfixia al pueblo-; y frente a esto, el gobierno bolivariano apuesta por la resistencia soberana ante la injerencia extranjera –solapada, en unos casos, y cínicamente explícita en otros-; por los llamados al diálogo frente a la obstinación antidemocrática de la oposición; y por la búsqueda de soluciones dentro de los caminos de la democracia popular que se construye desde 1999 (tal es el caso de la elección e instalación de la Asamblea Nacional Constituyente), frente a la barbarie imperial que no deja de amenazar y de hostigar desde el derrotado golpe de estado de 2002.

En ese sentido, las declaraciones del Ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, y del líder opositor y presidente de la Asamblea Nacional, Julio Borges, dejan en claro las dos visiones que, con mayor beligerancia, se disputan hoy el futuro de Venezuela. Mientras Padrino López pidió en un acto público “que cada voto que se exprese el domingo en las elecciones a gobernadores regionales sea una manifestación contra el intervencionismo”, contra “todo esquema de expresión neocolonial” y “por nuestra recuperación nacional en todos los ámbitos, en lo moral, en lo político, en lo social”; por su parte, Borges llamó a hacer de las elecciones “un terremoto político” irreversible, que le permita a la MUD “estar en la antesala de un cambio completo y democrático” que, paradójicamente, pasa por el no reconocimiento, y seguramente la destrucción, de la institucionalidad y las políticas públicas consolidadas por la Revolución Bolivariana.

¿Es posible llegar a una solución de consenso, a favor del bien común, al margen de estas dicotomías, de la polarización irreconciliable? Probablemente sí, pero en el escenario de guerra al que está sometido Venezuela, con la Casa Blanca interviniendo en todos los ámbitos y preparando acciones militares, esa alternativa parece más que lejana.

Un compromiso por la democracia y la paz profunda, verdadera y sin dobleces, es lo que necesita la sociedad venezolana para construir el país que sus ciudadanos, hombres y mujeres de todas la edades, quieran para su presente y su futuro, sin que ello implique sacrificar los derechos políticos, sociales, económicos y culturales conquistados ni el camino de emancipaciones recorrido desde finales del siglo XX.

En ese sentido, y al margen de los resultados de las elecciones del 15-O, muchas voces solidarias con la Revolución, pero que no por ello renuncian a la crítica, insisten en llamar la atención sobre la necesidad de hacer de la Asamblea Nacional Constituyente un foro deliberativo y de acción política vigoroso; que se convierta en el motor de las transformaciones y no en una simple caja resonancia; que sintonice con las aspiraciones y necesidades de las grandes mayorías de la población,  y por supuesto, que sea eficiente en el uso del tiempo limitado de su mandato, en esta carrera contrarreloj en la que se decide la continuidad o no del legado chavista. He ahí uno de los grandes desafíos que hoy encara el proceso bolivariano.

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