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sábado, 18 de noviembre de 2017

Santos: una pesadilla para Colombia

A Santos no le quita el sueño que de los asesinatos de líderes sociales documentados entre 2009 y 2016 (casi todos durante su gobierno), en el 87% de los casos la justicia no ha hecho nada, ni siquiera identificar a los homicidas. La impunidad es cómplice de Santos…o viceversa.

Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela

Los sicólogos y también los siquiatras que investigan acerca de la perversidad humana tienen en el presidente de Colombia Juan Manuel Santos, el más soñado de los objetos de estudio. La perversidad está asociada a una malignidad superior, a la perfidia, a la perversión y a la depravación todas estas, categorías que coinciden en cualquier escuela sicológica o incluso en las visiones religiosas del término, que agregan otros sinónimos los cuales varían según cada punto de vista.

El sicólogo mexicano Alexandro Aguirre Reyes, especialista en Clínica Psicoanalítica y Magister en Terapia Cognitiva Conductual, afirma que la perversión es asintomática. No presenta en el sujeto la necesidad de buscar ningún tipo de tratamiento, ya que nada de lo que le ocurre, le produce padecimiento. Una persona perversa está acosada por pensamientos obsesivos destructivos, al creer que los actos humanos no son sinceros. La mente perversa es una condición anormal de la personalidad cuyo rasgo dominante es la continua agresividad y destructividad hacia otras personas, a través de pensamientos y actos malignos.

Una profesora de la Escuela de Sicología de la Universidad Central de Venezuela, consultada para esta nota explicó que la perversidad tiene su origen en una práctica social, una cultura arraigada, un modelo económico, los antecedentes familiares y tradiciones históricas, es decir, nadie nace perverso, son las condiciones de su entorno, las que le dan esa condición. Santos es un hombre que jamás ha tenido algún tipo de dificultad en su vida y que ha impuesto siempre su razón por la fuerza del dinero de su familia o por el dominio de su clase, que ha tenido una presencia omnipotente a lo largo de la historia republicana de Colombia.

Todos estos, entre muchos otros elementos que no cabrían en un breve artículo como éste, permiten explicar con mayor detalle, la enfermiza determinación de Juan Manuel Santos por destruir a Venezuela. Es comprensible, Santos proviene de una rancia familia de la oligarquía colombiana que por cinco generaciones (alrededor de 180 años) han ostentado el poder y las riquezas que forjaron su carácter y comportamiento. Su obsesiva aspiración de poder lo llevó a cambiar de partido político en tres ocasiones cuando sus caminos hacia la cima se iban cerrando, incluso compitió y derrotó a su mentor y amigo Álvaro Uribe, por la paternidad del ataque militar contra Ecuador, violatorio de la soberanía de ese país y del derecho internacional, lo cual celebró con gran jolgorio. Cuando Uribe no pudo aspirar a la presidencia por tercera vez y designó como su sucesor a Andrés Felipe Arias, Santos no vaciló en traicionarlo e iniciar una campaña en su contra que lo llevó a la presidencia de la República. Antes, contra su voluntad, tuvo que comprometerse con los grandes empresarios colombianos a restablecer las relaciones interrumpidas con Venezuela y Ecuador, que estaban llevando a Colombia a una penosa situación económica en 2010.

A partir de ahí, devino en un político, además de ambicioso, pragmático, oportunista e inescrupuloso. Un nuevo interés individual se atravesó en su camino de perturbadora necesidad de protagonismo: algún hecho de relevancia superior que lo mostrara fuera de las fronteras de su país, nuevamente, para su suerte, vino en su ayuda, la decisión de los que ostentan el poder, quienes impusieron la necesidad de finalizar la guerra, ante el problema que implicaba no poder aumentar ganancias a pesar de tener un país inmensamente rico, que además había firmado un TLC con Estados Unidos, al cual no se le podía sacar provecho por el continuo desangre para la economía del país, que significaba la guerra. Santos, vio en este mandato, esa posibilidad de ser famoso, y de manera oportunista, -sin creer en ello- se auto proclamó el “padre de la paz” de Colombia.

Solo la mente torcida de un sujeto de esta calaña puede afirmar, que su peor pesadilla era Venezuela, tal como lo dijo en una entrevista en Londres el pasado 10 de noviembre. Sólo una mente perturbada puede hacer tal aseveración, sin pensar cuántos graves y profundos problemas existen en su país, que no ha solucionado desde la primera magistratura del Estado y que por el contrario, se han profundizado. ¡Cuánto desprecio por su pueblo y su nación!.

Al presidente colombiano no le causa pesadillas que en su país exista un ejército paramilitar que con el resguardo de sus fuerzas armadas se está preparando para invadir a Venezuela. Claro, con su experiencia en Ecuador, piensa que podría cosechar los lauros de otra eventual “victoria”.

Tampoco le generan pesadillas que en el año 2016 en su país fueran asesinados 190 líderes sociales ni que entre enero y junio de este año, 335 defensores de Derechos Humanos fueran víctimas de algún tipo de agresión que puso en riesgo su vida y que se produjeran 225 amenazas más contra ellos. Asimismo, el pasado año, fueron asesinados 37 líderes ecologistas colombianos. A Santos no le quita el sueño que de los asesinatos de líderes sociales documentados entre 2009 y 2016 (casi todos durante su gobierno), en el 87% de los casos la justicia no ha hecho nada, ni siquiera identificar a los homicidas. La impunidad es cómplice de Santos…o viceversa.

Santos duerme bien todos los días, a pesar que en su país desde 1938 hasta este año han desaparecido 124.679 personas según un informe del Instituto de Medicina Legal. De ellos, 25.140 fueron presuntamente víctimas de desapariciones forzadas. Desde 2010, cuando Santos llegó a la presidencia, los casos anuales superaron los 7.000. Ese número se mantuvo relativamente constante hasta 2015. En 2016 bajó a 6.934 y, en el primer semestre de 2017, la cifra es de 3.932.

Santos es tan inmoral, que la pesadilla que significan los 280 mil venezolanos que se han ido a Colombia no lo dejan dormir, sin embargo, su sueño no se ve afectado por el hecho de que el conflicto colombiano produjo un millón de homicidios y 7 millones de desplazados, (primer lugar en el mundo), el 80% de los cuales llegó a Venezuela, donde viven con los mismos derechos que los ciudadanos que nacieron aquí, porque la Constitución Nacional así lo ordena.

Tampoco le genera pesadillas que su país sea el segundo más desigual de América Latina, y que un 1% de la población sea dueña del 81% de la tierra según la ONG británica Oxfam. Tampoco le causa pesadillas que en 2016 según el Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep) de Bogotá, los cultivos de coca aumentaran de 145.000 a 150.000 hectáreas durante 2016. Es la contribución de Santos a que se mantenga y amplíe la cantidad de 60 mil estadounidenses muertos cada año por sobredosis de drogas, lo cual agradece el gobierno de Estados Unidos, incrementando su apoyo al gobierno colombiano. Otra razón por la que Santos puede dormir tranquilo.

Este mismo centro de investigación afirma que el 62 % de los jóvenes colombianos que viven en el ámbito rural no se inscriben en la educación secundaria y que solo un 2 % accede a la universidad. Pareciera ser que éste no es su problema, no le quita el sueño.

Asimismo, el 42% de hogares colombianos viven en inseguridad alimentaria,   con relación a la desnutrición infantil se pudo establecer que, desde enero hasta noviembre de 2016, en la Guajira colombiana fallecieron 66 niños por hambre, pertenecientes al pueblo indígena wayúu. Además, en la última década, en Colombia han muerto aproximadamente 14.000 niños indígenas por este mismo motivo. Esto ha ocurrido durante el gobierno de Santos, pero eso no le genera pesadillas. ¿Por qué habría de tenerlas?, si son pobres e indígenas, es decir invisibles y excluidos de la gestión gubernamental. Como no existen, no pueden producir pesadillas.

A Santos no le producen pesadillas, los ocho congresistas, entre ellos tres de su partido que van a ser investigados por corruptos, al haber favorecido a la constructora brasileña Odebrecht. No puede darle pesadilla al presidente, algo que es absolutamente normal en su país y que ocurre todos los días.

En otro ámbito, una vez obtenido el Premio Nobel de la Paz, Santos ha permanecido indiferente a las modificaciones esenciales que sus partidarios en el Congreso están haciendo a los acuerdos de paz para transformar el espíritu del mismo, criminalizando a los defensores de derechos humanos y persiguiendo a los combatientes desmovilizados, 32 de los cuales han sido asesinados, así como 12 de sus familiares. Vaya paz la de Colombia y la de este Premio Nobel.

En su cobardía infinita, firmó los acuerdos de paz, para desmovilizar y desarmar a las FARC y hacer, en estas condiciones, lo que no pudo en el campo de batalla: intentar exterminarlos física y moralmente. Se trataba de que las FARC no pudieran jugar un papel en la contención de la agresión militar a Venezuela, mientras el ejército paramilitar de Santos se prepara para ello, lo cual, tampoco lo deja dormir, pero no por las pesadillas, sino por la euforia que le produce la sangre, el dolor y la muerte, por la satisfacción patológica que le produce su irracional perfidia y su natural perversidad. En realidad, la verdadera pesadilla para el presidente de Colombia es él mismo. 

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