La historia ambiental
puede y debe enseñarnos a preguntar, más que a responder; sobre todo se trata
de indagar sobre la reorganización de nuestras relaciones sociales que nos
permita enfrentar con éxito la tarea de hacer saludables nuestras relaciones
sociales por lo sustentables que llegen a ser nuestras relaciones con el mundo
natural.
Guillermo Castro Herrera / Especial para Con Nuestra
América
Desde Ciudad Panamá
“Desde que el lenguaje permitió que la
evolución cultural humana incidiera sobre procesos antiquísimos de evolución
biológica, la humanidad ha estado en condiciones de alterar los más antiguos
equilibrios de la naturaleza de la misma manera que la enfermedad altera el
equilibrio natural en el cuerpo de un huésped... Desde el punto de vista de
otros organismos, la humanidad se asemeja así a una grave enfermedad epidémica,
cuyas recaídas ocasionales en formas de conducta menos virulentas nunca le han bastado para entablar una
relación estable y crónica”.
El ambiente o mejor
aun, lo ambiental, constituye un tema de creciente importancia en el debate
sobre la salud pública. Las expresiones más visibles de ese interés se ubican
en torno a los riesgos de malestar, enfermedad y muerte que afloran en tiempos
en los que se combinan el crecimiento demográfico, el deterioro social y la
degradación del mundo natural, a una escala y con una intensidad sin
precedentes en la historia de nuestra especie.
En verdad, si se
entiende a la salud como una situación deseable de bienestar físico, mental y
social, y se acepta además que ese bienestar se logra - o no - en el seno del
ecosistema que ocupa cada grupo de la especie humana, cabe afirmar que el
estado de salud de cada uno de esos grupos expresa la calidad de las relaciones
que mantiene con su entorno natural. Las actividades encaminadas a la
transformación de ese entorno, como sabemos, dan lugar a la formación de un
ambiente que constituye el ámbito de interacción entre la salud, en tanto
producto del desarrollo humano, y la enfermedad y la muerte, como hechos
naturales.
Para Paul Epstein, por
ejemplo, en todo tiempo y época “la salud humana tiende a seguir tendencias
tanto en los sistemas sociales como en el ambiente natural.” De este modo, si
bien en periodos de relativa estabilidad, los controles naturales sobre las
plagas y los organismos patógenos pueden funcionar de manera eficiente, en tiempos
de cambio acelerado en los que “un clima cada vez más inestable, la acelerada
pérdida de especies, y crecientes inequidades económicas plantean un desafío a
la tolerancia y la resistencia de los sistemas naturales”, la interacción entre
estos elementos de cambio contribuye “al surgimiento, resurgimiento y
redistribución de enfermedades infecciosas a escala global.”[2]
La adecuada comprensión de estos vínculos, por otra parte,
demanda una perspectiva histórica. Cada sociedad, en efecto, tiene una salud y
un ambiente característicos, que resultan de una trayectoria en el desarrollo a
menudo conflictivo tanto de las relaciones que guardan entre sí los grupos que
la integran, como de las que mantiene con el mundo natural. El examen de esas
trayectorias en el pasado, y de sus expresiones en el presente, constituye una
valiosa fuente de experiencias para el análisis de los problemas de la salud
pública en un mundo en crisis.
Dicho examen, al propio
tiempo debe ser planteado a partir de un diálogo entre las ciencias naturales y
las humanas en torno al problema común de las consecuencias para la salud y el
desarrollo de nuestra especie que se han derivado de las intervenciones humanas
en el mundo natural, y las enseñanzas que cabe desprender de ello. Esta tarea de
construcción demanda extender al campo de la salud mucho de lo que se ha
logrado de la década de 1980 acá en el abordaje de lo ambiental como objeto de
estudio de una historia ambiental que
concibe el pasado “como una serie de intercambios ecológicos que han tenido
lugar entre las comunidades humanas y sus entornos – el mundo, y real, de
objetos que no hemos inventado, pero que inciden constantemente sobre nuestra
vida cultural”, y define su tema central como “un pensamiento que ubica a la
gente en su plena complejidad orgánica, y enseña a ser responsable con respecto
a todos nuestros asociados en la Tierra”.[3]
En la medida en que una
parte sustancial de esa complejidad orgánica se refiere a aquellos intercambios
ecológicos directamente vinculados a nuestras formas de vivir, enfermar y
morir, una historia ambiental de la salud cuenta con importantes antecedentes
de investigación y reflexión sobre la formación y las transformaciones de las
condiciones sociales y ecológicas vinculadas a las relaciones entre los humanos
y los microparásitos responsables por las enfermedades infecciosas. Al
respecto, el historiador norteamericano William McNeill, en su pequeña gran
obra clásica de 1976, Plagas y Pueblos,
tras señalar que “una comprensión más plena sobre el sitio en perpetuo cambio
de la humanidad en el equilibrio de la naturaleza debería ser parte de nuestra
comprensión de la historia” - se propone:
"dejar al descubierto
una dimensión de la historia humana que hasta ahora no ha sido reconocida por
los historiadores: la de los encuentros de la humanidad con las enfermedades
infecciosas y las consecuencias de largo alcance que se produjeron cada vez que
los contactos a través de la frontera de una enfermedad distinta permitieron
que una infección invadiera una población carente de toda inmunidad contra sus
estragos".[4]
Desde allí, a partir del hecho de
que los humanos pudieron poblar el planeta entero “porque aprendieron a crear
micromedios idóneos para la supervivencia de una criatura tropical en
condiciones muy diversas”, McNeill examina las relaciones de conflicto y
coevolución entre nuestra especie y sus microparásitos a lo largo de un proceso
en el cual “la adaptación y la invención culturales disminuyeron la necesidad
de un ajuste biológico a medios diversos, introduciendo así un factor
fundamentalmente perturbador y continuamente cambiante en los equilibrios
ecológicos que existían en todas las partes de la tierra”. En esa perspectiva,
el autor aborda además la interacción entre ese microparasitismo natural y el macroparasitismo
social que se expresa en las relaciones de opresión y explotación de unos
grupos humanos por otros a lo largo del proceso de formación, desarrollo y
crisis de las civilizaciones.
La civilización, en efecto – con
sus características de sedentarismo y aumento del número y la densidad de los
humanos, sostenido por la ampliación selectiva de su familia ecológica, animal
y vegetal; incremento del macroparasitismo, e intercambio constante entre
grupos humanos distantes–, crea condiciones que favorecen la inserción y
coevolución permanente de agentes de enfermedad infecciosa en las sociedades
humanas. Ese proceso condujo a la unificación microbiana de Eurasia, primero, y
del mundo, después, a partir de la conquista europea de América, el intercambio
de esclavos y microparásitos entre África y el Nuevo Mundo, y la expansión de
esas relaciones de coevolución y conflicto a escala mundial.
De aquí emerge un panorama en el
que el estado general de salud de cada sociedad contribuye a modelar sus alternativas
de relación y acción tanto en relación al mundo natural, como ante otras
sociedades y en lo que toca a su propio desarrollo social y material.[5] Plagas y Pueblos se inscribe así en aquel campo de reflexión a que
se refería Federico Engels al afrimar que, si habían sido necesarios miles de
años “para que el hombre aprendiera en cierto grado a prever las remotas
consecuencias naturales de sus actos dirigidos a la producción, mucho más le
costó aprender a calcular las consecuencias sociales de esos mismos actos”. [6] Y lo hace de un modo
en el que, a cuarenta años de su primera edición, mantiene abierto el desafío
de llegar a entender en toda su complejidad la relación entre la sociedad, la
salud y el medio ambiente en el mundo contemporáneo.
De este modo, Plagas y Pueblos nos incita a trascender
las tentaciones de la especialización tecnocrática, para facilitar a la
historia el papel de primer orden que le corresponde en la construcción de
nuestras opciones de futuro. Aquí, la historia ambiental puede y debe
enseñarnos a preguntar, más que a responder; sobre todo se trata de indagar
sobre la reorganización de nuestras relaciones sociales que nos permita
enfrentar con éxito la tarea de hacer saludables nuestras relaciones sociales
por lo sustentables que llegen a ser nuestras relaciones con el mundo natural.
Panamá, 20 de marzo de 2018
[1]
McNeill, William, 1984 (1977): Plagas y
Pueblos. Siglo XXI de España, 1984.
[2]
Epstein, Paul, 1997: “Climate, ecology, and human health”. Consequences:
Volume 3, Number 1, 1997, 1.
[3]
Worster, Donald, 1996: “The two cultures revisited. Environmental history and
the environmental sciences”, en Environment
and History, Volume 2, Number 1, February 1996. Traducción GCH.
[4]
Op. Cit., p. 5, 3.
[5]
Un ejemplo característico se encuentra en el caso de las llamadas “enfermedades
tropicales” como obstáculo a la expansión europea en amplias regiones de
Africa, Asia y América Latina, en las que la malaria y la fiebre amarilla
actuaron durante largo tiempo como un poderoso factor de disuasión al
despliegue no solo de la población, sino y ante todo de las técnicas de
producción y encuadramiento social - para usar la expresión de Pierre Gourou –
propias
de las sociedades Noratlánticas del siglo XIX. El tema, que se constituyó en un
importante campo de las ciencias médicas anteriores a la era de los
antibióticos, renace hoy de sus cenizas al calor de las crecientes migraciones
de humanos que se desplazan, con toda su carga de microparásitos, del mundo
tropical al templado, a lo largo de los caminos que recorren el lado oscuro de
la globalización.
[6]
“El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”, en Marx, Carlos
y Engels, Federico: Obras Escogidas,
Editorial Progreso, Moscú, 1969, p.388.
Excelente aporte que nos induce a ver con mayor claridad la articulación existente entre los diversos factores que configuran y determinan el desarrollo humano y su entorno natural; la relación dialéctica existente entre el quehacer humano en lo económico, en lo político y en consecuencia en lo cultural como adopción, llama a la reflexión sobre nuestras propias responsabilidades frente a la vida y la muerte. Gracias por compartir.
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