Acontece en Nicaragua, como sucede en muchas coyunturas
históricas, que el incendio de la pradera procede de un rayo caído de un cielo
sereno como diría mi maestro René Zavaleta Mercado. Los próximos días serán cruciales
para una Nicaragua enfrentada al fantasma de Venezuela.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
En el momento de escribir estas líneas, el presidente Daniel Ortega y su
vicepresidenta Rosario Murillo siguen enfrentando la turbulencia desatada por
el aumento a un 6.25% a las cuotas de trabajadores y empleadores al Instituto Nicaragüense del Seguro Social
(INSS) y una disminución de 5% de las pensiones
a jubilados, para obtener un fondo de 250 millones de dólares. El
gobierno debe haber calculado mal la reacción popular que ha costado casi 30
muertos, decenas de heridos y detenidos
en una ola represiva que resulta inaceptable en un gobierno que se proclama
cristiano, socialista y solidario. Desde el 16 de abril que se anunció la
reforma a cuotas y pensiones hasta el 24
de abril y a pesar de la derogación de dicha reforma, las movilizaciones y disturbios continuaron y
ha colocado al gobierno de Ortega, en la peor crisis desde que en 2007 volvió a
la presidencia con el Frente Sandinista de Liberación Nacional.
Estuve en Nicaragua en las vísperas de las elecciones del 6 de noviembre
de 2016 y en el mes de diciembre de
2017. En esas dos ocasiones, pude
advertir que la pareja presidencial
Ortega-Murillo se encontraba en una situación envidiable. Según Latinbarómetro,
Daniel Ortega era el presidente más popular de América latina y en las
elecciones la formula sandinista ganó la presidencia y vicepresidencia con más
del 72% de los votos mientras el FSLN obtuvo una cómoda mayoría en el Congreso
con casi 67% de los votos. Al hablar con
gente en la calle y los taxis, advertí que
el gobierno y su presidente contaban con una aceptación grande. Managua
era distinta de la polvorienta y provinciana que yo había visto en los ochenta,
cuando visité el país en diversas ocasiones. Es una ciudad relativamente segura
(como lo es toda Nicaragua) llena de luminarias, nuevos bulevares y centros de diversión. Hablando con
académicos y dirigentes políticos pude advertir que Ortega y Murillo habían
sido exitosos en llegar a acuerdos con sus antaño acérrimos enemigos: la cúpula
empresarial y la Iglesia Católica. El
consenso era tan grande que quien ha sido uno de los importantes ideólogos del
sandinismo, me dijo con preocupación que no era buena tanta hegemonía, que era
necesaria una oposición que hiciera que
el sandinismo no se durmiera en sus laureles.
La oposición de derecha al sandinismo parecía aletargada y la de
izquierda, nacida del mismo sandinismo con figuras paradigmáticas como Sergio
Ramírez, Dora María Téllez, Mónica Baltodano, Henry Ruiz, Víctor Tirado López,
era marginal. Lo sucedido en los últimos días ha cambiado significativamente
este escenario. La cúpula empresarial está unida al enojo popular y la Iglesia
Católica se ha sumado a ese descontento. El agravio popular unido al empresarial ha enarbolado la bandera de la
renuncia de Daniel Ortega. Acontece en Nicaragua, como sucede en muchas
coyunturas históricas, que el incendio de la pradera procede de un rayo caído
de un cielo sereno como diría mi maestro René Zavaleta Mercado. Los próximos
días serán cruciales para una Nicaragua enfrentada al fantasma de Venezuela.
Muy buena observacion Carlos y uno se pregunta.¿Como.encaja tanta estabilidad con tanto dscontento acumulado?
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