Sabiendo perfectamente lo que significa el sistema capitalista y la voracidad del imperialismo estadounidense, el actual sandinismo es cuestionable, quizá tanto como todos los gobiernos populistas-socialdemócratas-reformistas que vemos en la región. ¿Deben apoyarse? ¿Son el camino de izquierda? ¿Es todo a lo que podemos aspirar? El debate está abierto.
Marcelo Colussi / Especial para Con Nuestra
Desde Ciudad de Guatemala
Los movimientos de izquierda en todo el mundo no están en alza. Estas
últimas décadas muestran un triunfo casi absoluto del capital sobre los
intereses de la clase trabajadora, del campo popular en el sentido más amplio.
Conquistas laborales y sociales históricas, conseguidas a través de años de
lucha, han ido desapareciendo con los programas neoliberales vigentes, con un
capitalismo cada vez más rapaz y agresivo.
El ideario socialista, que de ningún modo desapareció (pues nació,
justamente, para luchar contra la explotación capitalista), está en retroceso.
La ideología dominante ha sido capaz de hacerlo retroceder, presentándolo como
una pieza del pasado, pretendidamente tendiente a desaparecer. Hoy por hoy, ya
pocos bastiones socialistas quedan en el mundo, abriendo interrogantes sobre
por qué las experiencias anticapitalistas del siglo XX no se mantuvieron y/o
ampliaron. China, por ejemplo, la gran potencia en alza, habla de un
“socialismo de mercado”, Norcorea y Vietnam desarrollan economías mixtas, y el
“socialismo del Siglo XXI” de Venezuela no logró crecer como modelo real. Todo
eso podría hacer pensar en una extinción del socialismo o, al menos, en una
crisis de las izquierdas.
Que las izquierdas actuales están (¡estamos!, digámoslo en primera
persona) en crisis, es más que evidente. Se perdieron referentes, hay cierta
desazón, se rema contra la corriente. Muchos de los movimientos revolucionarios
de otrora cambiaron sus banderas transformándose en fuerzas reformistas,
socialdemócratas. Es decir, izquierdas parlamentarias de saco y corbata, o
tacón y buenas joyas; izquierdas que hacen el coro al capital, no ofreciendo
alternativas transformadoras reales. En Guatemala, por ejemplo, algunos
sectores de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca –URNG, partido
político surgido de la vieja guerrilla socialista– mandan condolencias por el
fallecimiento del oligarca y máximo exponente de la aristocracia guerrerista
del país Álvaro Arzú, principal cabeza visible del enemigo de clase, lo que
hace pensar realmente en qué izquierda es la que se presenta allí.
¿De qué izquierda hablamos entonces? Cuba, en Latinoamérica, sigue
siendo quizá el más puro y combativo de esos bastiones socialistas; allí, sin
medias tintas, tal ideario tomó cuerpo realmente según los principios básicos
que lo alientan: a) economía en manos del Estado sin presencia del capital
privado y b) democracia de base real, poder popular por medio de asambleas. Con
casi seis décadas de construcción de socialismo, todo indica que en la isla
caribeña el modelo vigente no está por irse. Los diversos cambios que han
tenido lugar en la esfera política en estos últimos años (alejamiento de Fidel
Castro primero, de su hermano Raúl luego, la llegada de Miguel Díaz-Canel a la
presidencia, cierta apertura que se ha venido dando en la economía), no alteran
el rumbo socialista del proceso. Puede haber problemas. Y sin dudas los hay,
pero los principios básicos se mantienen (de ahí los fabulosos logros obtenidos
por la sociedad cubana en salud, educación, organización social, movimiento
cultural, deporte, lucha contra el racismo y el patriarcado, etc.). Su líder
emblemático, el Comandante Fidel, salió de escena y nada cambió en lo
fundamental. Y ningún monumento lleva su nombre, por expreso pedido suyo como
combate al culto de la personalidad. Cuba revolucionaria sigue siendo un lugar
de donde sacar lecciones.
“El
socialismo clásico fue prepotente y arrogante. Siempre nos enviaba a ver tal
página para encontrar verdades y soluciones. Nos dieron catecismos. Y eso es un
grave error.”, pudo decir el ecuatoriano Rafael Correa, refiriéndose a la
experiencia estalinista. Cuando cayó la Unión Soviética, en general la
población no movió un dedo por defenderla. ¿Qué pasó ahí? De eso también
debemos extraer lecciones.
En Nicaragua, con un
ideario de izquierda, se intentó construir un mundo nuevo a partir de la Revolución
Sandinista de 1979. Ya sabemos cómo concluyó la experiencia: por una suma de
factores –monstruosa agresión del imperialismo estadounidense, las dificultades
enormes de transformar los procesos humanos, la caída del campo socialista en
Europa– la revolución hizo agua y terminó hundiéndose. Hoy, casi 40 años
después de aquella gloriosa gesta, es poco lo que queda como legado. El
sandinismo retomó el poder político luego de tres administraciones neoliberales
(Violeta de Chamorro, Arnoldo Alemán, Enrique Bolaños), todos títeres
teledirigidos desde Washington. ¿Es de izquierda ese sandinismo actual, más
orteguista que sandinista? Más aún: ¿son realmente opciones revolucionarias,
populares, socialistas, todos estos gobiernos progresistas que hemos tenido
estos últimos años en Latinoamérica, entre los cuales se inscribe el de Daniel
Ortega?
Socialismo no son programas
asistenciales, clientelares, parches puestos sobre las penurias del capitalismo
con negociaciones de las cúpulas a espaldas de los pueblos. “No miren lo que digo sino lo que hago”, pudo
decir Néstor Kirchner en una conferencia con empresarios españoles,
invitándolos a la inversión en Argentina. ¿Doble discurso de un “revolucionario
montonero”? ¿Qué negoció Daniel Ortega con el cardenal Miguel Obando y Bravo:
complicidad y silencio mutuos (los supuestos ocho hijos del prelado y las
empresas del presidente)? Pactos en secretividad a espaldas de las clases populares
no tienen nada que ver con el socialismo. Ni tampoco los “capitalismos con
rostro humano”. Eso ya lo propugnaba hace décadas John Keynes como salvataje
del capitalismo ante un período de crisis. ¡Y Keynes no era socialista
precisamente!
La economía nicaragüense
no va mal en términos macros, según las mediciones de los organismos del
Consenso de Washington (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional). En el
período 2010-2017 creció en promedio un 5,2% anualmente. Valga apuntar que
actualmente el 96% del PIB del país proviene del sector privado. Repartir esa
riqueza con algún criterio social benefactor no está mal, pero la izquierda no
puede quedarse en eso. En definitiva, un país gobernado por el capital –con el
modelo de alianza público-privado que aplauden la derecha mundial y los organismos
crediticios– puede alivianar las penurias, pero no las termina. ¿Nos quedamos
resignadamente con ese discurso del posibilismo? ¿Eso debe ser la izquierda?
En este momento en Nicaragua se
vive una profunda crisis política. La izquierda –nicaragüense e internacional–
también debe sacar lecciones de eso. ¿Por qué se da la crisis? Como en todo
complejo fenómeno social, hay una sumatoria de causas. El gobierno de Ortega y
de su esposa Rosario Murillo ha abandonado los principios históricos del
sandinismo, aquél fundado por Carlos Fonseca en la década de los 60 del pasado
siglo. El sandinismo revolucionario, antiimperialista y anticapitalista que fue
poder en la década de los 80, ha quedado en la historia. Se han sustituido los ideales y la
mística por el mundo de los negocios, haciendo del Frente Sandinista un partido
para la defensa corporativa de un grupo de interés que lo controla. Pero ese
capitalismo reinante en Nicaragua, con una política asistencial redistributiva,
contribuye a un clima de tranquilidad social. ¿Es de izquierda? No en la forma
en que la entendemos clásicamente, pero sí está alineada con los países del
ALBA, espinita atravesada para el imperialismo, con un discurso populista que
no es el que se habla en el FMI y el BM. Además, Nicaragua abrió las puertas a
China para la construcción del canal interoceánico (¿futura base militar china
allí?), y a Rusia para la instalación de la Estación satelital Glonass,
desplegada por la agencia espacial rusa Roscosmos en Managua, destinada al
espionaje electrónico contra Estados Unidos. Todo eso hace que para Washington,
el actual gobierno de Ortega sea un candidato a derribar, así como lo son todos
los gobiernos con un talante social. De ahí el formidable acoso de Washington a
todas estas iniciativas; los acontecimientos actuales lo muestran. “No tengo la menor duda que Estados Unidos
alienta a los jóvenes nicas a voltear a Ortega. Pero eso no tiene la menor
importancia, porque no estamos para jugar al ajedrez geopolítico sino para
defender la vida de los pueblos, esa vida que el gobierno de Managua se empeña
en destruir”, razonaba el uruguayo Raúl Zibechi. ¿Un gobierno
revolucionario puede reprimir al pueblo que protesta? ¿Por qué eso no pasó en
Venezuela? ¿Qué lecciones sacar de esto?
Sabiendo perfectamente lo que
significa el sistema capitalista y la voracidad del imperialismo
estadounidense, el actual sandinismo es cuestionable, quizá tanto como todos
los gobiernos populistas-socialdemócratas-reformistas que vemos en la región.
¿Deben apoyarse? ¿Son el camino de izquierda? ¿Es todo a lo que podemos
aspirar? El debate está abierto. Enriquezcámoslo con esta frase enviada por un
grupo de apoyo a la Revolución Sandinista: “Comandante
Ortega: No olvidamos que los dirigentes soviéticos, usando el lenguaje del
marxismo, construyeron una sociedad vertical, con poder autoritario, y ellos
fueron de los primeros que se pasaron
de campo cuando la caída del Muro era inevitable.”
Buena reflexion. Comparto la idea de que sea un puntapie para enriquecer el debate. Ojala sirviera para romper la apatia generalizada. Segura de que la lucha de clase en la construccion de un mundo mas justo continua su camino aunque sin objetivos claros, sin proyectos politicos que no sea estos que nos ofrecen estos gobiernos que han surgido en los ultimos diez y 15 años que solo intentan "abuenar" al capitalismo como si fuera imposible la construccion de una sociedad socialista, en la que sin dudas se ha perdido la fe, y por eso cuesta profundizar el declamado socialismo venezolano, entonces le echamos la culpa a los medios de comunicación que «manipulan la opinión pública»; o a los dirigentes traidores. Me parece que el caso de Nicaragua como nunca vuelve a colocar en primera fila la lucha de clase. No es facil emitir una opinion aquí; porque sin dudas las banderas del sandinismo no son las badneras del orteguismo; ahora el imperialismo hegemonico no ve con buenos ojos las inversiones del capital chino en el pais. Lo que no esta claro y no sera facil es desde donde tironear el descontento popular; porque sin dudas la mayoría no ven con buenos ojos las banderas del sandinismo; pues en nombre de estas banderas son las que se ha gobernado por el matrimonio Ortega y se han aplicado las politicas que en los ultimos días están siendo cuestionandos en las calles. Ahora este cuestionamiento hace de las protestas una defensa de los intereses del imperialismo del norte?.
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