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sábado, 25 de agosto de 2018

América Central en la nueva ruta china de la seda

Construir una posición conjunta, que exprese y defienda la visión de un futuro distinto para nuestros países –con las dificultades que ello supone en sociedades políticamente elitistas, violentas y excluyentes-, será fundamental para hacer frente a las presiones diplomáticas, y a las previsibles tribulaciones (geo)políticas, a las que nos veremos expuestos por el fuego cruzado de intereses abierto en América Central.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Los cancilleres de El Salvador y China.


El presidente de El Salvador, Salvador Sánchez Cerén, del gobernante Frente  Farabundo Martí para la Liberación Nacional, anunció el pasado 20 de agosto el restablecimiento de relaciones diplomáticas con la República Popular China, y el consecuente rompimiento con Taiwán. Para llegar a esta decisión, el mandatario explicó que su gabinete sopesó las ventajas derivadas de la cooperación con la segunda economía del mundo, en campos como el comercio y la inversión, el desarrollo de obras de infraestructura, ciencia, salud, educación y cultura.

El gigante asiático da así un paso más en su posicionamiento estratégico en América Latina, y de manera particular en América Central: en esta región, históricamente sometida a la influencia de los Estados Unidos, China ya mantiene relaciones diplomáticas formales y acuerdos de cooperación con Costa Rica (desde 2007), Panamá (desde 2017) y República Dominicana (desde mayo de  2018). Además,  desarrolla obras de infraestructura en Costa Rica, Honduras, Nicaragua y Panamá (entre ellas, un puerto de contenedores en Colón y una instalación de gas natural en uno de los ingresos del Canal) estimadas en $2000 millones de dólares, a lo que habría que sumar la proyectada inversión de $50.000 millones de dólares en el Proyecto del Gran Canal interoceánico en territorio nicaragüense.

La respuesta de los Estados Unidos ante el anuncio Sánchez Cerén no se hizo esperar: tan sólo un día después de darse a conocer la noticia, Jane Manes, la embajadora en San Salvador, calificó de “oscuras” las negociaciones entre los gobiernos salvadoreño y chino, al tiempo que advirtió que esa decisión “impactará” las relaciones con el país centroamericano. En julio, Manes también había expresado su preocupación por lo que llamó “expansión económica y militar” de China y el aumento de sus inversiones y su influencia en El Salvador. Una reacción similar se produjo a inicios de este año, cuando Rex Tillerson, por entonces Secretario de Estado de la administración Trump, calificó a China como un “actor depredador” que irrumpía en el hemisferio, y aseguró que América Latina no necesitaba “nuevos poderes imperiales que sólo buscan el beneficio propio”.

Esta agresiva retórica desnuda los temores de Washington y su poca capacidad de acción política (más allá de una dudosa Alianza para la Prosperidad en el triángulo norte centroamericano) frente a la invitación que realizó el gobierno chino, en el marco de la II Reunión Ministerial del Foro China-CELAC celebrado en Santiago de Chile, para que los países latinoamericanos y del Caribe se incorporaren a los dos grandes proyectos económicos con los que pretende tomar la vanguardia global en las próximas décadas: la Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda, que articularán circuitos comerciales y energéticos, terrestres y marítimos, entre Europa, Asia del Sur y Oriental, Asia Central, Oriente Medio y América Latina.

Es en ese marco geopolítico en el que debe leerse el trabajo paciente pero sistemático que lleva adelante la diplomacia china en América Central.

En sus declaraciones a la prensa, el presidente Sánchez Cerén sostuvo que el acercamiento a China representa “un paso en la dirección correcta, que corresponde a los principios del derecho internacional, de las relaciones internacionales y a las tendencias ineludibles de nuestra época”. Y seguramente es así. La interrogante inmediata es si estaremos listos, como región, para responder con audacia, inteligencia y soberanía a ese desafío de nuestro tiempo, el convite del nuevo gigante al que Raúl Zibechi llama el próximo imperialismo.

Construir una posición conjunta, que exprese y defienda la visión de un futuro distinto para nuestros países –con las dificultades que ello supone en sociedades políticamente elitistas, violentas y excluyentes-, será fundamental para hacer frente a las presiones diplomáticas, y a las previsibles tribulaciones (geo)políticas, a las que nos veremos expuestos por el fuego cruzado de intereses abierto en América Central por las dos principales potencias que se disputan la hegemonía mundial en esta primera mitad del siglo XXI.

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