En los
últimos tiempos, Brasil se ha convertido en un inmenso laboratorio de
manipulación autoritaria de la legalidad. Esta captura ha hecho posible la llegada
a la segunda vuelta del neofascista Bolsonaro y su eventual elección.
Boaventura de Sousa Santos / Página12
Nos hemos
acostumbrado a pensar que los regímenes políticos se dividen en dos grandes
tipos: democracia y dictadura. Tras la caída del Muro de Berlín en 1989, la
democracia (liberal) pasó a considerarse casi consensualmente como el único
régimen político legítimo. A pesar de la diversidad interna de cada uno, son
dos tipos antagónicos, no pueden coexistir en la misma sociedad, y la opción
por uno u otro supone siempre lucha política que implica la ruptura con la
legalidad existente. A lo largo del siglo pasado se fue consolidando la idea de
que las democracias solo colapsaban por la interrupción brusca y casi siempre
violenta de la legalidad constitucional, a través de golpes de Estado dirigidos
por militares o civiles con el objetivo de imponer la dictadura. Esta narrativa
era, en gran medida, verdadera. No lo es más. Siguen siendo posibles rupturas
violentas y golpes de Estado, pero cada vez es más evidente que los peligros
que la democracia hoy corre son otros, y se derivan paradójicamente del normal
funcionamiento de las instituciones democráticas. Las fuerzas políticas
antidemocráticas se van infiltrando dentro del régimen democrático, lo van
capturando, descaracterizando, de manera más o menos disfrazada y gradual,
dentro de la legalidad y sin alteraciones constitucionales, hasta que en un
momento dado el régimen político vigente, sin haber dejado de ser formalmente
una democracia, aparece como totalmente vaciado de contenido democrático, tanto
en lo que se refiere a la vida de las personas como de las organizaciones
políticas. Unas y otras pasan a comportarse como si estuvieran en dictadura.
Menciono a continuación los cuatro principales componentes de este proceso.
La elección de autócratas. De Estados
Unidos a Filipinas, de Turquía a Rusia, de Hungría a Polonia se han elegido
democráticamente políticos autoritarios que, aunque sean producto del
establishment político y económico, se presentan 2 como antisistema y
antipolítica, insultan a los adversarios que consideran corruptos y ven como
enemigos a eliminar, rechazan las reglas de juego democrático, hacen
apelaciones intimidatorias a la resolución de los problemas sociales por medio
de la violencia, muestran desprecio por la libertad de prensa y se proponen
revocar las leyes que garantizan los derechos sociales de los trabajadores y de
las poblaciones discriminadas por razones étnicas, sexuales o de religión. En
suma, se presentan a elecciones con una ideología antidemocrática y, aun así,
consiguen obtener la mayoría de los votos. Los políticos autocráticos siempre
han existido. Lo nuevo es la frecuencia con la que están llegando al poder.
El virus plutócrata. La forma en la que el
dinero ha venido descaracterizando los procesos electorales y las
deliberaciones democráticas es alarmante. Al punto de preguntarse si, en muchas
situaciones, las elecciones son libres y limpias y si los responsables
políticos actúan por convicciones o por el dinero que reciben. La democracia
liberal se basa en la idea de que los ciudadanos tienen condiciones de acceso a
una opinión pública informada y, sobre su base, elegir libremente a los
gobernantes y evaluar su desempeño. Para que esto sea mínimamente posible, es
necesario que el mercado de las ideas políticas (los valores que no tienen
precio, porque son convicciones) esté totalmente separado del mercado de los
bienes económicos (los valores que tienen precio y sobre esta base se compran y
venden). En tiempos recientes, estos dos mercados se han fundido bajo la égida
del mercado económico, hasta tal punto que hoy, en política, todo se compra y
todo se vende. La corrupción se ha vuelto endémica.
La
financiación de las campañas electorales de partidos o de candidatos, los
grupos de presión (o lobbies) ante los parlamentos y los gobiernos tienen hoy
en muchos países un poder decisivo en la vida política. En 2010, la Corte Suprema
de Justicia de Estados Unidos, en la sentencia Citizens United v. Federeal
Election Commission, asestó un golpe fatal a la democracia estadounidense al
permitir el financiamiento irrestricto y privado de las elecciones y decisiones
políticas por parte de grandes empresas y de super ricos. Se desarrolló así el
llamado dark money, que no es otra cosa que corrupción legalizada. Ese mismo
dark money 3 explica en Brasil una composición del Congreso dominada por la
bancada armamentista ("de la bala"), la bancada ruralista ("del
buey") y la bancada evangélica ("de la Biblia"), una caricatura
cruel de la sociedad brasileña.
Las fake news y los algoritmos. Durante
cierto tiempo Internet y las redes sociales que generó se vieron como una
posibilidad sin precedentes para la expansión de la participación ciudadana en
la democracia. En la actualidad, a la luz de lo que sucede en Estados Unidos y
Brasil, podemos decir que serán más bien las sepultureras de la democracia, en
caso de que no se regulen. Me refiero en particular a dos instrumentos: las
noticias falsas y el algoritmo.
Las noticias
falsas siempre han existido en sociedades atravesadas por fuertes divisiones y,
sobre todo, en periodos de rivalidad política. Hoy, sin embargo, su potencial
destructivo a través de la desinformación y la mentira que propagan es
alarmante. Esto es especialmente grave en países como la India y Brasil, en los
que las redes sociales, sobre todo WhatsApp (cuyo contenido es el menos
controlable por estar encriptado), son ampliamente usadas, hasta el extremo de
ser la más grande, e incluso la única, fuente de información de los ciudadanos
(en Brasil, 120 millones de personas usan WhatsApp). Grupos de investigación
brasileños denunciaron en el New York Times (17 de octubre) que de las
cincuenta imágenes más divulgadas (virales) en los 347 grupos públicos de
WhatsApp en apoyo a Bolsonaro, solo cuatro eran verdaderas. Una de ellas era
una foto de Dilma Rousseff, candidata al Senado, con Fidel Castro en la
Revolución cubana. Se trataba, de hecho, de un montaje realizado a partir del
registro de John Duprey para el diario NY Daily News en 1959. Ese año Dilma
Rousseff era una niña de once años. Apoyado por grandes empresas
internacionales y por servicios de contrainteligencia militar nacionales y
extranjeros, la campaña de Bolsonaro constituye un monstruoso montaje de
mentiras a las que la democracia brasileña difícilmente sobrevivirá.
Este efecto
destructivo es potenciado por otro instrumento: el algoritmo. Este término, de
origen árabe, designa el cálculo matemático que permite definir 4 prioridades y
tomar decisiones rápidas a partir de grandes series de datos (big data) y de
variables, considerando ciertos resultados (el éxito en una empresa o en una
elección). Pese a su apariencia neutra y objetiva, el algoritmo contiene
opiniones subjetivas (¿qué es tener éxito?, ¿cómo se define el mejor
candidato?) que permanecen ocultas en los cálculos. Cuando las empresas se ven
obligadas a revelar los criterios, se defienden con el argumento del secreto
empresarial. En el campo político, el algoritmo permite retroalimentar y
ampliar la divulgación de un tema que está en boga en las redes y que, por
ello, al ser popular, es considerado relevante por el algoritmo. Sucede que lo
viral en las redes sociales puede ser producto de una gigantesca manipulación
informativa llevada a cabo por redes de robots y de perfiles automatizados que
difunden entre millones de personas noticias falsas y comentarios a favor o en
contra de un candidato, convirtiendo el tema en artificialmente popular y
ganando así incluso más destaque por medio del algoritmo. Este no tiene
condiciones para distinguir lo verdadero de lo falso, y el efecto es tanto más
destructivo cuanto más vulnerable sea la población a la mentira. Fue así como
en 17 países se manipularon recientemente las preferencias electorales, entre
ellos Estados Unidos (a favor de Trump) y, ahora, Brasil (a favor de
Bolsonaro), en una proporción que puede ser fatal para la democracia.
¿Sobrevivirá
la opinión pública a este envenenamiento informativo? ¿Tendrá la información
verdadera alguna posibilidad de resistir ante tal avalancha de falsedades? He
defendido que en situaciones de inundación lo que más falta hace es agua
potable. Con una preocupación paralela respecto a la extensión de la
manipulación informática de nuestras opiniones, gustos y decisiones, la
investigadora en computación Cathy O’Neil designa los big data y los algoritmos
como armas de destrucción matemática (Weapons of Math Destruction, 2016).
La captura de las instituciones. El impacto
de las prácticas autoritarias y antidemocráticas en las instituciones ocurre
paulatinamente. Presidentes y parlamentos electos mediante los nuevos tipos de
fraude (fraude 2.0) a los que acabo de aludir tienen el camino abierto para
instrumentalizar las instituciones democráticas; y pueden hacerlo supuestamente
dentro de la legalidad, por más 5 evidentes que sean los atropellos y las
interpretaciones sesgadas de la ley o de la Constitución. En los últimos
tiempos, Brasil se ha convertido en un inmenso laboratorio de manipulación
autoritaria de la legalidad. Esta captura ha hecho posible la llegada a la
segunda vuelta del neofascista Bolsonaro y su eventual elección. Tal como ha
ocurrido en otros países, la primera institución en ser capturada es el sistema
judicial. Por dos razones: por ser la institución con poder político más
distante de la política electoral y por ser constitucionalmente el órgano de
soberanía concebido como “árbitro neutro”. En otra ocasión analizaré este
proceso de captura. ¿Qué será de la democracia brasileña si esta captura se
concreta, seguida de las otras capturas que esta hará posible? ¿Será todavía
una democracia?
Ustedes tocan a muchos países ,pero que más autoritario y neofascista que el gobierno de Trump es la representación de una parodia de la democracia y construyendo un muro peor que el que se construyó en Alemania.
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