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sábado, 20 de octubre de 2018

¡Si el presente es de lucha, el futuro es nuestro!

Una somera revisión de la prensa internacional transmite espeluznantes acontecimientos que precisamente están orientados a eso: generar un miedo, una ansiedad y una desesperanza que induzcan a pensar que todo está perdido, que no hay posibilidades de reversión de la espiral retrógrada y que, finalmente la tesis de Fukuyama de que la historia había llegado a su fin se está concretando 25 años después.

Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela

El problema es que la epidemia no solo afecta a aquellos que hacen loas al capitalismo, hoy la humanidad está en verdadero peligro. Como señaló el presidente de Cuba Miguel Díaz Canel en su discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas, el capitalismo ha hecho posible que “…el 0,7% más rico de la población pueda apropiarse del 46% de toda la riqueza, mientras el 70% más pobre solo accede al 2,7% de la misma; 3.460 millones de seres humanos sobreviven en la pobreza; 821 millones padecen hambre; 758 millones son analfabetos y 844 millones carecen de servicios básicos de agua potable”. Todo esto ocurre en un mundo en el que existen recursos suficientes para que no suceda. El gasto militar del año 2017 fue de 1.73 billones de dólares según el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI, por sus siglas en inglés), mientras que el Foro Económico Mundial (FEM) calculó que las necesidades para acabar con la pobreza en el planeta ascienden a 1.5 billones de dólares, o lo que es lo mismo, el 1% del PIB global. Es difícil esgrimir estas cifras para propagandizar el éxito de un modelo. Claro, esto es, si suponemos que la riqueza debe servir para garantizar una vida digna para todos los seres humanos, lo cual es evidente que el capitalismo no se propone. La ganancia desigual, la acumulación de riqueza y el lucro, son los objetivos y la explotación, la expoliación y la guerra los instrumentos para lograrlo en este mundo de “éxitos”.

Las noticias también nos traen algunas aberraciones que la fuerza del capital ha consolidado como válidas y que son expresión fehaciente de un fracaso que ha emergido de sus entrañas. Veamos: la organización racista estadounidense Klu Klux Klan y el gobierno pinochetista de Chile encabezado por su presidente, saludan y apoyan a Jair Bolsonaro. No hacen falta más explicaciones para saber hacia dónde se orientará su gobierno.

Monseñor Oscar Arnulfo Romero es santificado. No fue necesario que se demostrara que había hecho dos milagros, bastó uno por su condición de mártir, la que adquirió cuando fue asesinado por la ultra derecha de su país. Ante las amenazas a su vida, recurrió al Papa Juan Pablo II (también santo), quien no lo recibió, no lo escuchó, ni hizo absolutamente nada para protegerlo. Esto, -demás de su ya conocida costumbre de violar y acosar sexualmente a niños en todo el mundo- da las pautas para entender porque la iglesia católica (pilar ideológico del mundo occidental) se desmorona aceleradamente cediendo su espacio a evangélicos, sai babas, falsos predicadores y muchas otras ideas extrañas, enemigas de los pueblos.

Héctor Llaitul, líder indígena mapuche viajó a la ONU a denunciar la opresión del gobierno chileno contra su pueblo. Seguramente tendrá que hablar con Michelle Bachelet, ex presidenta de Chile, Alta Comisionado de Derechos Humanos de la ONU, en ese cargo sin poseer credenciales éticas que la soporten, cuando en su gobierno se produjo una persecución que ni el gobierno de Pinochet hizo contra el pueblo mapuche. Bachelet aplicó la ley anti terrorista contra los mapuche, mientras al mismo tiempo, convivía amistosamente con los asesinos, torturadores y violadores de derechos humanos que están viviendo en una cárcel “cinco estrellas” que nunca quiso cerrar. Ella sustituyó en el cargo al príncipe jordano y agente del Mossad israelí Zeid Al Hussein. Esa es la altitud moral de los que se supone deben velar por los derechos humanos en el mundo.

El presidente de Estados Unidos Donald Trump reconoció que el cambio climático si existe. Tal hecho ocurrió después de los devastadores huracanes que han arrasado a su país y que han causado pérdidas humanas y severos daños materiales afectando la sacro santa propiedad de empresarios de Estados Unidos.

La derecha belga celebra su victoria electoral con el saludo nazi. Los gobiernos europeos de países constituidos por salvajes genocidas de donde han salido las peores guerras coloniales y de expansión de la historia de la humanidad, siguen dando sus repulsivos mensajes de odio, mientras claman por respeto a los derechos humanos en otras latitudes. La persecución a los migrantes que llegan desde África y el Medio Oriente como producto de siglos de colonialismo y de actos de pillaje que todavía siguen realizando, son expresión de su natural xenofobia y desprecio por los demás.

Seguimos. El tema de moda hoy es la crisis humanitaria en Venezuela, motivada en la creciente emigración que se está produciendo en el país, pero los cinco millones de desplazados en Yemen por una guerra que ya ha producido 20 mil muertos, o los 7 millones de colombianos que han tenido que huir de su país, no son noticia. Incluso en la “civilizada” Europa, Letonia ha perdido el 18,2% de su población (la caída más grande del mundo según la ONU), siguiéndola Estonia, Lituania y Georgia, esta con una disminución en un 17,2% de su población, sin que Estados Unidos haya enviado un “buque hospital” ni haya aplicado sanciones económicas, tampoco amenazado a esos países con una invasión, claro, tienen gobiernos sumisos a Washington y están llenos de bases militares estadounidenses o de sus aliados.

El mundo se sorprende porque Bolsonaro odia a las mujeres y las mujeres votan por él, odia a los negros y los negros votan por él, odia a los gays y los gays votan por él, en definitiva odia a todo el mundo y todo el mundo vota por él, ¿es que acaso los pueblos son masoquistas? ¿Es que acaso les gusta votar para ser perseguidos, reprimidos y violentados en sus derechos? Lo que pasa es que la pregunta que hay que hacerse es otra. Es: ¿por qué los pueblos votan por él?, como votaron por los payasos que gobiernan en Honduras y Guatemala, los delincuentes que lo hacen en Perú, México, Chile y Argentina, el traidor que “dirige” Ecuador o el sátrapa que ostenta la más alta magistratura en Colombia.

La respuesta está en el papel de los medios y las posibilidades que da la post verdad que es la manera de transformar las fake news en realidades. Mientras nos seguimos quejando por cosas que ya no le importan a la ciudadanía, la derecha ha aprendido que estas mismas cosas la llevan a triunfos electorales, por supuesto también recurren al fraude como en Honduras o Paraguay cuando los resultados le son adversos y cuando pueden hacerlo y a golpes de Estado parlamentarios o judiciales como en la misma Honduras, Paraguay y Brasil. Para ello cuentan con la OEA, que da su aval a todo tipo de desmanes en países amigos de Estados Unidos.

Pero el fondo del problema es que la derecha ha conseguido que a los pueblos no les importe elegir ladrones, mentirosos, cobardes, traidores, misóginos, racistas u homofóbicos. La moral capitalista acepta que personajes poseedores de estas “virtudes” accedan al poder siempre y cuando acepten promocionar y estimular la ganancia y el lucro de los sectores más encumbrados de la sociedad y de as transnacionales.

La tarea es estudiar –y pronto- como enfrentar esta nueva tendencia, cambiar y adaptar los métodos de comunicación, propaganda, publicidad y divulgación, tratando de retomar como propios los valores de dignidad, honor, honestidad administrativa, eficiencia,  solidaridad y fraternidad humana, pero hay que hacerlo de manera diferente, aún no sé cómo, pero estoy seguro que solo el trabajo político e ideológico, la comprensión de los pueblos de quienes son sus amigos y quiénes son sus enemigos, permitirá volver a encauzar las luchas populares. Claro, eso requiere de una real autocrítica de lo caminado en los primeros quince años de este siglo y de una elevación a niveles superiores de la moral y la ética de los oprimidos, para cambiar todo lo mal hecho y dejar de echarle la culpa al imperialismo, el fascismo y la reacción por su carácter depredador. Esa es su esencia, es su ADN y nunca la va a mutar, somos nosotros los que tendremos que ser mejores.

No podemos seguir quejándonos, sigue teniendo validez la frase del Che: “Si el presente es de lucha, el futuro es nuestro”.

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