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sábado, 10 de noviembre de 2018

Trump, el neofascismo todavía tiene oxígeno

El resultado de las elecciones del 6 de noviembre  sería una suerte de empate entre la derecha neofascista y una gama de fuerzas que van desde el neoliberalismo hasta el progresismo para quien Trump resulta obviamente odioso por su misoginia, racismo y fundamentalismo religioso.

Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de México

Después de la oleada de gobiernos progresistas en América latina, el péndulo ha girado hacia la derecha  desde el triunfo de Macri  en la Argentina de noviembre de 2015. La elección en Brasil de  Jair Bolsonaro a fines de octubre de 2018, confirmó ese vuelco hacia  una derecha que va desde la derecha neoliberal hasta la que se ha empezado a perfilar en diversos países del mundo, entre ellos Estados Unidos de América: la derecha neofascista. Hoy tenemos en los dos países más grandes del continente americano a un gobierno en funciones y otro más que pronto lo estará, con este tinte ideológico. Erróneamente se ha calificado a esta derecha  neofascista como “populista de derecha”. Se le distinguiría así  de la ideologizada caracterización de “populismo de izquierda” a los gobiernos progresistas latinoamericanos   surgidos en los primeros tres lustros del siglo XXI.

En realidad lo que estamos observando como consecuencia de la crisis neoliberal es el surgimiento de una oleada reaccionaria que tiene  un discurso  y prácticas que recuerdan al fascismo europeo del siglo pasado. En las elecciones del martes 6 de noviembre de 2018, esta derecha neofascista encabezada por Donald J. Trump sufrió una derrota parcial. Viendo los acontecimientos desde la perspectiva pesimista, el hecho cierto es que la anunciada “ola azul” de los demócratas no se observó. Trump ha dicho que los republicanos y él mismo, obtuvieron un gran triunfo y en parte tiene razón: conservaron la mayoría en el Senado, ganaron la mayoría de las gubernaturas en disputa y una carta ascendente para enfrentar al presidente estadounidense en 2020, Beto O’Rourke, fue derrotado en Texas por el republicano Ted Cruz. Con ello, una de las estrellas ascendentes del Partido Demócrata sufre un traspiés significativo en su carrera por la candidatura presidencial de su partido. Desde una perspectiva optimista, Trump y los republicanos han perdido el control de la cámara baja (diputados o representantes) después de ocho años de predominio. Proyectos acariciados por el presidente como son la eliminación del programa de salud, el muro fronterizo, la  feroz campaña antimigrante, se enfrentarán a un muro de contención. Tendrá que hacer malabarismos como los que tuvo que hacer Barack Obama para coexistir con una cámara baja opositora. Con la desventaja de que Trump no es Obama y está acostumbrado a un estilo despótico de ejercicio del poder.

Obama ha celebrado los resultados de las elecciones intermedias como el inicio de la derrota de una derecha que por sus tintes aislacionistas y  proteccionistas, resulta incómoda para el establishment neoliberal. El resultado de las elecciones del 6 de noviembre  sería una suerte de empate entre la derecha neofascista y una gama de fuerzas que van desde el neoliberalismo hasta el progresismo para quien Trump resulta obviamente odioso por su misoginia, racismo y fundamentalismo religioso. Ese empate puede verse con optimismo como lo hace Obama, pero también puede verse con pesimismo porque constata que pese a toda la campaña mediática y las tropelías de Trump, a la derecha neofascista estadounidense todavía le queda oxígeno.

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