La clase política tradicional se ha divorciado de los
intereses de las mayorías, por lo que
éstas deben tomar conciencia y
organizarse para construir una
democracia real, esto es, directa y participativa, todo por medios
eminentemente políticos sin el recurso a la violencia verbal y menos física.
Arnoldo
Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América
Pocas veces he visto
tanta expectativa a nivel nacional como la que se ha suscitado en días
recientes en torno al esperado fallo de la Sala Constitucional (Sala IV),
respondiendo a la consulta hecha por el
Poder Legislativo sobre la constitucionalidad del procedimiento seguido por los
diputados, para aprobar con el voto de 35 parlamentarios el proyecto de ley que
impone nuevos tributos a los ciudadanos. Efectivamente, en vísperas de que se
venciera el período requerido por la ley para que dicho fallo se diera, los
magistrados dieron a conocer el
mencionado fallo, tan ansiosa por no decir angustiosamente, esperado en
los círculos políticos nacionales y en los organismos financieros
internacionales. La respuesta de los magistrados fue la ordenada por los
organismos financieros con la genuflexa complacencia de nuestros políticos.
Para lograr la
apetecida respuesta, unos y otros
crearon, con el apoyo cómplice de un poderoso círculo de medios de
comunicación, que no se cansaron de malinformar y manipular a la opinión
pública, una atmósfera apocalíptica
rayana en la histeria, hasta el punto de que el propio presidente al que no se
cansaron de hacer coro sus principales ministros liderados por el presidente del Banco Central, especie de
procónsul representante del Fondo Monetario Internacional le dio a entender la
los magistrados que, si se negaban a legitimar la constitucionalidad del procedimiento
empleado para aprobar el mencionado paquete tributario, ellos –los magistrados
– serían responsables por la hecatombe
que sobrevendría al país; pues no habría dinero para pagar a los empleados
públicos, ni para hacerle frente a las deudas contraídas ante los organismos
internacionales; en vista de lo cual, esos organismos cerrarían todas las puertas para
presentar eventuales futuras solicitudes
de crédito.
En la práctica, el
Presidente Alvarado sentaba en el banquillo de los acusados a los magistrados,
dando muestras, una vez más, del poco
respeto que le merece al Ejecutivo la independencia con que deben, según norma básica de la Constitución, operar
los tres poderes de la Nación.
Los magistrados, para
escándalo e indignación de no pocos reconocidos y respetados expertos en derecho
constitucional, dieron muestras de una pusilanimidad incompatible con la
dignidad que implica haber sido
revestidos de la toga que los inviste de un poder que los convierte en
guardianes y garantes del orden constitucional; no tomaron conciencia de que
tenían la posibilidad histórica de demostrar que todavía Costa Rica debe ser
vista como un estado de derecho, no estuvieron a la altura de las
circunstancias; las más elementales normas de la hermenéutica jurídica,
universalmente aceptadas en cualquier país medianamente civilizado, fueron
pisoteadas, como varios juristas no han titubeado en señalar, hasta el punto de
que uno de ellos insinuaba que esos magistrados podrían haber incurrido en el delito de prevaricato, lo
cual tendría consecuencias penales. Si lo vemos desde el punto de vista
político, lo hecho por los magistrados no es más que un golpe de estado blando,
el segundo en que incurren pues el haber derogado el artículo de la
Constitución que prohibía la reelección presidencial, únicamente para que Oscar Arias pudiera volver a Zapote
para hacer aprobar un TLC rechazado por las mayorías populares, fue también un
golpe de estado blando; lo cual manifiesta, si miramos el contexto
internacional, que ni siquiera aquí se tiene originalidad, dado que golpes como
éste se han perpetrado en otras latitudes como en Paraguay contra el Presidente
Lugo o, más recientemente, en Brasil contra la Presidenta Dilma Rouseff.
Ante la crisis
económica que ellas han provocado, las oligarquías criollas obedeciendo
órdenes de los organismos financieros imperiales, han convertido a los
magistrados en sustitutos de los militares; los cuarteles tradicionalmente
daban golpes de estado, pero dado el repudio universal que los regímenes
dictatoriales suscitaban, las clases dominantes se impusieron la tarea de
buscar un sustituto y no les fue difícil encontrarlo en un poder judicial
complaciente, por no decir cómplice; para ello convirtieron el derecho en un
mero procedimiento formal sin contenido axiológico, logrando así que los privilegios de las minorías dominantes se
impusieran sobre los derechos del Soberano.
Tan infame concepción
teórica se expresa prácticamente en la legislación en materia tributaria, donde
los impuestos no se aplican según las
normas de la justicia distributiva, sino que se convierten tan sólo en tributos
que los súbditos deben pagar a sus señores; desde el punto de vista
epistemológico, esta acrobacia ideológica hace que la exégesis del texto legal se vea obnubilada
por una hermenéutica jurídica determinada por el imperativo categórico del
poder, quien fija de forma inapelable no sólo la ley en sí misma, sino también
su interpretación dentro de un contexto, variable materialmente pero
inconmovible en sus intereses de una clase cada vez más reducida pero cada vez
más poderosa y despótica.
La exégesis muestra lo
que dice el texto legal, la hermenéutica su interpretación, que proviene no del
texto sino del contexto, esto es, de las
circunstancias atenuantes o agravantes concebidas como una de las fuentes de la
moral; ahora bien, cuando las circunstancias son de tal magnitud que impiden el
libre ejercicio de la razón a la hora de aplicar la ley, cualquier decisión que se tome carece de
valor real; porque estas son normas
universales en razón de su naturaleza ética concebida ésta como conjunto de condiciones de posibilidad del
derecho positivo. Los magistrados requieren de
un mínimo de libertad, concebida ésta como ausencia de presión
indebida, para poder tomar decisiones que afectan el destino mismo
de una nación; en este caso, no se dieron esas condiciones mínimas. Los
magistrados se convirtieron en rehenes de un poder totalitario que provenía,
tanto de Zapote como de los poderes fácticos; por ende, una decisión tomada en
esas circunstancias carece de valor y no
puede ser compulsiva; un régimen político que promueve tales aberraciones
jurídicas demuestra en la práctica carecer de las condiciones mínimas que lo
acrediten como democrático.
Pero esta penosa muestra
de pusilanimidad y falta de entereza frente al poder establecido, para desdicha
de nuestro noble pueblo, no sólo se
evidenció en la conducta de los magistrados sino también en la del presidente
Carlos Alvarado. Para nadie es un misterio que en la Costa Rica actual el poder real lo tiene el ministro de
la Presidencia, Rodolfo Piza, quien representa a los sectores del más rancio
conservadurismo del país.
Rodolfo Piza, hombre
fuerte del segundo gobierno del prematuramente envejecido PAC, es un ferviente defensor de esta concepción ideológica totalmente a
contrapelo de las más auténticas tradiciones e instituciones democráticas del
pueblo costarricense, que nos ha posibilitado crear un estado derecho relativamente
funcional.
Frente a este golpe de
estado blando, a los costarricenses sólo les queda organizarse en un frente de resistencia que
logre desalojar del poder al tripartidismo hoy imperante, mediante la
participación masiva en las elecciones.
La clase política
tradicional se ha divorciado de los intereses de las mayorías, por lo que éstas deben tomar conciencia y organizarse para construir una democracia real, esto es,
directa y participativa, todo por medios eminentemente políticos sin el recurso
a la violencia verbal y menos física. Para ello, debemos inspirarnos en
nuestros más auténticos valores cívicos, aquellos que guiaron a nuestros
próceres en 1821 a forjar una república y en 1856 a defenderla. Ahora se trata
de defender y profundizar nuestro mayor tesoro: EL ESTADO SOCIAL DE DERECHO.
Nos puede estar pasando como la gallina de Stanley... a Saber...
ResponderEliminar```En una de sus reuniones, Stalin (dictador soviético, 1878-1953) solicitó que le trajeran una gallina. La agarró fuerte con una mano y con la otra empezó a desplumarla.
La gallina, desesperada por el dolor, intentó fugarse, pero no pudo.
Así logró quitarle todas las plumas. Stalin les dijo a sus ayudantes y secretarios: “Ahora observen lo que va a suceder"
Puso a la gallina en el suelo, se alejó de ella un poco y agarró en su mano un puñado de trigo mientras sus colaboradores observaban asombrados cómo la gallina, asustada, dolorida y sangrando, corría detrás del dictador tirano mientras este le iba tirando puños de trigo y daba vueltas por la sala.
La gallina lo perseguía por todos lados. Entonces, Stalin miró a sus ayudantes y secretarios que estaban totalmente sorprendidos, y les dijo:
"Así de fácil se gobierna a los estúpidos. ¿Ven cómo me persigue la gallina a pesar del dolor que le he causado? Así son la mayoría de los pueblos, siguen votando a sus gobernantes y políticos a pesar del dolor que les causan por el simple hecho de recibir un regalo barato, una promesa estúpida o algo de comida para uno o dos días”.```
������
*¡¡¡Comparte, a ver si este país deja de ser TAN ESTÚPIDO como la gallina!!!*
La gallina es el país o la sala cuarta?
ResponderEliminarAaaaaahhs!... el pueblo blando; ...Tal vez la sala IV...sólo desplumó el PESCUEZO...No.
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