¿Con qué derecho Washington
declara ahora ilegal, ilegítimo o usurpador al gobierno bolivariano de Nicolás
Maduro? No hay ahí sino el interés encubierto de mantener la reserva petrolera
más grande del mundo bajo su influencia, la cual, con la revolución popular y
antiimperialista que está teniendo lugar en Venezuela, no está asegurada para
su proyecto hegemónico.
Marcelo
Colussi / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
“Nos preocupan seriamente las últimas declaraciones del senador Mitch
McConnell, y si a la brevedad no modifica esa forma de pensar, nos veremos
obligados a actuar enérgicamente”. “Queremos
dejar muy claro que si el presidente Donald Trump continúa con esa postura,
deberá atenerse a las consecuencias, porque no podemos aceptar de ningún modo
ese tipo de acciones”. “La comunidad
internacional repudia enérgicamente la instalación de nuevas bases de Estados
Unidos, y si no las cierra de inmediato exigiremos por todos los medios que lo
hagan, guardándonos el derecho de usar la fuerza si ello fuera necesario”.
¿Alguien podría imaginarse declaraciones de ese tipo? Seguramente no. ¡Son
impensables! Provocarían risa. Nadie se dirige diplomáticamente así a la
superpotencia de Estados Unidos, ni siquiera sus rivales que están a la par en
términos económicos y/o militares, Rusia y China.
Ahora bien: no nos
resulta en absoluto llamativo que Washington haga continuamente uso de esta
modalidad insultante. Es parte de la “normalidad” vigente. ¿Quién le responde
de tú a tú al imperio, no intimidándose de la altanería con que él nos trata a
los latinoamericanos? Casi nadie; solo los países –pueblo y gobierno– que se
atrevieron a zafarse de su yugo: Cuba revolucionaria, en su momento la
Nicaragua Sandinista, Bolivia con el MAS y Evo Morales, la Revolución
Bolivariana de Venezuela. Es decir, países que, con distintas modalidades y
estilos, caminan por la senda del socialismo. Conclusión rápida que se
desprende de eso: solo el socialismo libera de verdad.
Ahora, con el más
absoluto descaro y desparpajo, Washington desconoce y llama a repudiar al gobierno
democráticamente electo de Nicolás Madura en Venezuela. Una serie de países de
la región (conocida como Grupo de Lima, con la sana excepción de México, ahora
con una propuesta renovadora) le hacen el coro, siguiendo fielmente los
dictados de la Casa Blanca, su verdadero amo. ¿Por qué?
Podemos empezar
respondiéndolo con una afirmación que, en principio, no parece pertinente:
México, gran productor de petróleo, tiene que comprar combustible (petróleo
refinado: gasolina, diesel, etc.) a las empresas petroleras estadounidenses. O
Guatemala, de donde provienen los tradicionales “hombres de maíz” (los mayas
hace 4,000 años que cultivan esa planta en Mesoamérica), le debe comprar maíz
transgénico a Estados Unidos. Y mucho del chocolate norteamericano que
consumimos en nuestros países (de marcas “caras” y “elegantes”), tiene como
materia prima el cacao que sale de Latinoamericana. Esto comienza a explicar la
anterior pregunta: somos rehenes de la gran potencia del norte.
Eso tiene historia. Las
oligarquías vernáculas, nacidas de la colonia española o portuguesa, surgidas
ya de la corrupción y el facilismo con una visión más feudal que capitalista
moderna, no se desarrollaron al mismo ritmo de los enclaves anglosajones. Desde
el inicio de la vida republicana, entonces, los países del sur quedaron
supeditados al amo del norte. Salvo honrosas excepciones antiimperialistas, en
general esas oligarquías prefirieron el papel de segundo violín, teniendo
asegurado su pasar a partir de la monumental explotación a la que sometieron a
sus pueblos. Y, desde el vamos entonces, se prosternaron hacia el capital
anglosajón impetuoso. Dos siglos después, nada ha cambiado.
El otrora Secretario de
Estado durante la presidencia de Bush hijo, el general Colin Powell, lo dijo
sin ambages: los tratados de libre comercio firmados por Washington sirven para
“garantizar para las empresas
estadounidenses el control de un territorio que va del Ártico hasta la Antártida
y el libre acceso, sin ningún obstáculo o dificultad, a nuestros productos,
servicios, tecnología y capital en todo el hemisferio”. Más claro:
imposible.
Desde la tristemente
célebre Doctrina Monroe de 1823 (“América
para los americanos”… ¡del Norte!, habría que agregar), Latinoamérica es el
resguardo de la potencia estadounidense. De aquí saca una larga serie de
beneficios:
-El 25% de los recursos
naturales que consume Estados Unidos (energéticos y materias primas), proviene
de esta región. Los contratos que le permiten operar aquí para la explotación
de esos recursos son francamente leoninos, porque en general solo dejan un 1 o
2% de regalías al país anfitrión de todo lo que extrae (mineras, petroleras,
sembradíos para agrocombustibles), llevándose (robándose) el resto. Eso, sin
contar con los daños ecológicos irreversibles que provocan, además del
aplastamiento de pueblos y culturas originarias. Las oligarquías nacionales lo
toleran, y se aprovecha de eso como socias menores.
-Latinoamérica mantiene
una deuda externa de medio billón y medio de dólares con los organismos
crediticios internacionales (Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial), de
los que son principales accionistas bancos privados estadounidenses (cada
latinoamericano, al nacer, ya está debiendo 2,500 dólares a esta banca, con lo
que su vida ya está hipotecada. Lo pagará con su carencia crónica de servicios
que deberían brindarle sus respectivos Estados, y que nunca lo harán, pese a
que lo mandatan sus respectivas Constituciones.
-Dado la mano de obra
tan barata que rige en la región (salarios básicos de 300 a 500 dólares
mensuales, cuando en territorio estadounidense son el cuádruple), mucha
industria del Norte se instala en nuestros países (ensambladoras, maquilas, sin
hacer ninguna transferencia tecnológica), aprovechando, además de los bajos
salarios, también la falta de regulaciones laborales y medioambientales. Una
vez más: las oligarquías nacionales lo toleran, y se aprovecha de eso como
socias menores.
-Buena parte de la
población latinoamericana y caribeña, dada sus pésimas condiciones de
sobrevivencia en sus propios países, viaja masivamente al “sueño americano” en
búsqueda de un mejor porvenir. Según datos de la Organización Internacional
para las Migraciones –OIM– más de 1,400 indocumentados llegan a la frontera sur
de Estados Unidos cada día. Muchos no pasan, pero sí una gran cantidad, y pese
a al endurecimiento de las políticas migratorias, el capital norteamericano se
aprovecha inmisericordemente de esa población (ejército de reserva industrial),
chantajeándola con su irregular estatus migratorio, con lo que se permite pagar
salarios de hambre, imponiendo condiciones laborales infames. Los gobiernos de
la región no dicen nada al respecto, pues esa masa de migrantes envía divisas a
los familiares que se quedaron, con lo que se descomprime en parte la bomba de
tiempo de la pobreza.
-Como las relaciones
del imperio con nuestros países no son igualitarias, Washington, aunque hable
de tratados comerciales “libres”, impone abusivamente productos y servicios de
su propiedad, convirtiendo a Latinoamérica en un rehén comercial. De aquí salen
materias primas baratas (vendidas por las oligarquías), pero llegan productos
industriales y servicios caros, muy elaborados (que paga la totalidad de las
poblaciones). La asimetría en la balanza comercial se inclina tremendamente a
favor de las empresas del norte.
Por todos esos motivos
el subcontinente latinoamericano sigue siendo el patio trasero de la
geoestrategia de la Casa Blanca. Es una región tremendamente controlada; de ahí
que existan al menos 70 bases militares de Washington con gran capacidad
operativa, de las que no se sabe a ciencia cierta qué potencial tienen. La más
grande se está construyendo en Honduras, cerca de las reservas petrolíferas de
Venezuela. ¿Coincidencia?
En general, todos los
gobiernos de la región –de derecha, obviamente defensores a ultranza del libre
mercado– se arrodillan ante las directivas norteamericanas. Las oligarquías
nacionales no osan enfrentársele porque, así como están, están muy bien. En todo
caso, son socias menores del capital estadounidense, y los gobiernos mantienen
amables amistades (tanto, que un genuflexo presidente argentino: Carlos Menem,
llegó a decir que eran “relaciones carnales”). De ahí que cada vez que algún
mandatario de la región se sale un milímetro del guión trazado por el gran
imperio, altaneramente la Casa Blanca se permite las más groseras
intromisiones. En tal sentido, la injerencia en los asuntos internos de
nuestros países es proverbial. Tanto, que el ex candidato presidencial
hondureño Salvador Nasralla, pudo decir sin vergüenza, casi con candidez, que “al final todos sabemos que Estados Unidos es
quien decide las cosas en Centroamérica” (expresión que se podría extender
a toda Latinoamérica).
Todo lo que acontece en
términos políticos en nuestra sufrida zona, tiene siempre como actor –más o
menos directo, más o menos oculto– a Estados Unidos. Los golpes de Estado que
barrieron nuestros países en prácticamente todo el siglo pasado, las fuerzas
armadas de cada país preparadas en estrategias contrainsurgentes y
anticomunistas desde la Escuela de las Américas, las actuales frágiles
democracias, las decisiones que toma la Organización de Estados Americanos
–OEA– (ministerio de colonias, según expresión del cubano Raúl Roa García), o
el actual Grupo de Lima, no son sino movidas de la política de Washington. Su
injerencia, su abierta y grosera intromisión en nuestros asuntos, ya se acepta
como normal.
¿Con qué derecho Washington
declara ahora ilegal, ilegítimo o usurpador al gobierno bolivariano de Nicolás
Maduro? No hay ahí sino el interés encubierto de mantener la reserva petrolera
más grande del mundo bajo su influencia, la cual, con la revolución popular y
antiimperialista que está teniendo lugar en Venezuela, no está asegurada para
su proyecto hegemónico.
¿Hasta cuándo las
burguesías nacionales y los blandengues gobiernos de la región van a seguir
permitiendo la injerencia norteamericana? ¿De verdad que quieren las relaciones
carnales? Es un poco vergonzoso, ¿no? Como vemos, solo el socialismo puede ser
realmente antiimperialista.
La Injerencia de los EEUU en Nicaragua a traves de la OEA y su pelele Almagro es ofensiva y viola el derecho internacional, lo mismo sucede con el gobierno títere de Costa Rica que se entromete en los asuntos internos de Nicaragua y da asilo a delincuentes que estuvieron cometiendo crímenes y torturas en los tranques del golpe estado fallido.
ResponderEliminar