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sábado, 8 de junio de 2019

Argentina: enredados en contradicciones

Mentir exige un ejercicio constante. En la actualidad el discurso oficial plagado de mentiras se extiende por los medios las redes e impregna la tarea específica de los trolls. Si no hubiera un fin determinado, el máximo beneficio económico de las transnacionales y los grupos locales, sería demencial. Si bien la castigada sociedad sobrevive atolondrada de mentiras, a tientas intenta divisar una luz al final del túnel.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

La esperanza es lo último que se pierde se repite inconscientemente, sospechando que la verdad anda esquiva, dando vueltas por ahí.

Esta semana ha sido de conmemoraciones, se ha recordado el 75° aniversario del desembarco de los Aliados en Normandía el pasado 6 de junio. Dos días atrás, el 4, también se cumplían 76 años del golpe nacionalista de 1943, que intenta cerrar la etapa oligárquica iniciada con el golpe anterior de 1930 que derroca a Yrigoyen e inicia la tristemente célebre Década Infame. Ese mismo día 4, pero de 1946, asume el primer gobierno Juan Domingo Perón. Esos setenta años, que el actual discurso oficial intenta culpar de todas las desgracias del país, como un preclaro deseo de volver a la injusta situación anterior.

Sin embargo, mal que le pese a esa rancia oligarquía crecida de la apropiación de tierras ganadas al indio, esa década desarrolló la revolución más amplia y profunda de toda la historia argentina. Conjunción de ideas y voluntades que hicieron posible una distribución de la riqueza jamás realizada. Ideas que venían de vertientes antagónicas que entendían que debía diseñarse un nuevo Estado con facultades inexploradas hasta ese momento y que debían enfrentar los nuevos desafíos sociales.

Es cierto que fue una época sin precedentes, los ingresos extraordinarios dejados por la venta de alimentos al mundo hambreado de la guerra. Pero, desde el surgimiento y apogeo del modelo agroexportador, en el último cuarto del siglo XIX, los excedentes de “el granero del mundo” – rebautizado actualmente por el presidente Macri, como el supermercado del mundo, se usaron en tirar manteca al techo en Francia, Suiza o Italia, para bienes suntuarios o construcciones palaciegas en las estancias bonaerenses o del litoral.

Es más, las elites gobernantes no supieron reaccionar frente a la Gran Depresión y se arrojaron a los pies del león inglés, para mantener los privilegios previos. El pueblo, el país plebeyo de mestizos e inmigrantes indeseables no contaba para nada.

Con el Coronel Perón instalado en la Secretaría de Trabajo y Seguridad Social, los reclamos obreros tuvieron respuesta oficial. El trabajador rural, bastardeado por décadas, tuvo su estatuto al igual que el resto de los sindicatos que ampliaron sus condiciones y reconocimiento.

Pero sin duda, fue la reforma de la Constitución de 1949 el mayor triunfo de la mejor tradición federal yrigoyenistas, con las ideas revolucionarias de izquierda como del socialcatolicismo proveniente de las encíclicas Rerum Novarum y Quadragesimo Anno, según lo reconocía el propio líder del movimiento, como también el miembro informante y redactor de la Carta Magna, Arturo Enrique Sampay.

De entrada, en el Preámbulo se reconocía a la Argentina como nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana, conforme la Tercera posición adoptada frente al mundo emergente de Yalta. Un desafío demasiado osado y temido por las catervas cipayas que se sentían desplazadas.

La propiedad privada compulsó con la propiedad social de los medios de producción, al establecerse la intervención del Estado en la economía, arrogándose éste la titularidad del subsuelo y sus riquezas, como también el monopolio de los servicios públicos y los transportes hasta ese momento en manos extranjeras. Surgieron nuevos organismos en áreas de avanzada como la aeronáutica y se fortalecieron empresas públicas que venían abriéndose paso. Incluso se avanzó más en el reconocimiento de los derechos del trabajador, elevándolo a rango constitucional. Algo inédito, cuya impronta pervive en la consciencia de los trabajadores.

Fue un antes y un después. Un salto descomunal que el dictador Aramburu suprimió en abril de 1956, restituyó la Constitución liberal de 1853/60 y al tiempo, llamó a una Convención Constituyente para incorporar parte de todo ese andamiaje jurídico que no podía abandonarse. El resultado fue el artículo 14 bis, en donde se comprimieron y cercenaron los derechos consagrados anteriormente.

Claro, mirando a los vecinos brasileños y chilenos, podríamos decir que corremos con cierta ventaja. Mientras los seis meses de Bolsonaro reinstalaron el clima de la dictadura y, aunque en su acotada visita le dedicó elogios a Macri y un declamado rechazo a CFK, intromisión no denunciada por el servicio exterior, como era de esperar puesto que ambos mandatarios corean en contra del presidente Maduro de Venezuela. Sin embargo, aunque progresan voces que intentan modificar la Carta Magna brasileña de 1988, aun son discusiones y amagues.

Y, en el caso de Chile, la dictadura de Pinochet derogó la Constitución de 1925 y designó una Comisión de Estudios de la Nueva Constitución CENC, cuyo borrador fue supervisado y modificado por la Junta Militar y luego de un sospechado plebiscito, se puso en vigencia en 1981. Algo único y repugnante que arrasó con los cimientos democráticos de la sociedad y llevará muchas décadas modificar las mentalidades de la comunidad, azotada por un disciplinamiento que caló hondo en varias generaciones.

Es por eso la insistencia del gobierno en echarle la culpa al peronismo y denigrar aquella década gloriosa. De allí su enredo de mentiras y contradicciones.

Todo ese ideario de lucha, de sangre y reivindicaciones desde 1955 hasta ahora, es la bandera que, desde el sur, guía las rebeliones populares del continente.

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