La doctrina Monroe de 1823 ha creado formas de pensar y obrar por parte
de políticos del país del norte que enviciaron las relaciones interamericanas a
lo largo de casi dos siglos, siempre para mal.
Luis A. Montero Cabrera / Cubadebate
La palabra española “doctrina”
presenta varios significados en el Diccionario de la Real Academia (RAE), de
las que tomamos las tres primeras: “1. Enseñanza que se da para instrucción de alguien;
2. f. Norma científica, paradigma; 3. f. Conjunto de ideas u opiniones
religiosas, filosóficas, políticas, etc., sustentadas por una persona o grupo.
Doctrina cristiana, tomista, socialista.” Todas tienen algo que ver, y ninguna
se adapta particularmente a la “doctrina” que más se menciona hoy en nuestra
prensa: la llamada “doctrina Monroe”.
Se trata de una política
establecida por el quinto presidente de los EE.UU., James Monroe, y preparada
por su secretario de estado, John Quincy Adams. Ambos son considerados en la
historia de ese país como “padres fundadores”. En esencia establecía que
cualquier esfuerzo de alguna nación europea para controlar un estado
independiente en cualquier parte de América se vería como “la manifestación de
una disposición inamistosa hacia los Estados Unidos”. También comprendía que
ese país reconocía y no interferiría en las colonias que aún existían. Debe
tenerse en cuenta que en el momento de su promulgación, en diciembre de 1823,
ya la mayor parte de los países de America habían alcanzado su independencia de
las metrópolis coloniales europeas. Solo quedaban en manos de potencias
europeas nuestras islas del Caribe, las Guayanas y Canadá.
Nos dedicaremos solo a una de
las múltiples consecuencias de este hecho histórico y para ello tenemos que
usar un formalismo lógico muy útil en las matemáticas y las ciencias básicas en
general. Si se desea comprender un proceso u objeto cualquiera, reconocer su
estructura y predecir su comportamiento, es preciso encontrar la base, los factores
conocidos que en última instancia lo determinan, y que deben ser
preferiblemente independientes unos de los otros. En el mismo momento en el que
uno de esos factores básicos contiene o determina a algún otro, toda la
definición pierde su sentido. En buena matemática, toda base debe ser
“ortogonal”, estar constituida por términos absolutamente independientes entre
sí. Si esto no se cumple, deja de serlo.
Proyectado esto al escenario
político y geográfico de 1823 en América, la definición de “independencia” de
cualquiera de los países que se había liberado estaba siendo evidentemente
comprometida por uno de ellos mediante la doctrina Monroe. La aparente
solidaridad con las nuevas naciones independientes que podía interpretarse de
su pronunciamiento, refleja fríamente una atribución unilateral de guardián
privilegiado de injerencias externas para uno de esos países, el que la
promulgó. Es poco probable que el “Supremo Poder Ejecutivo” que gobernaba
México en ese tiempo hubiera hecho una declaración de esa índole, siendo de
hecho entonces uno de los mayores países independientes de América. El otro
gran país, Brasil, que se había declarado a si mismo imperio por Pedro I en
1822, seguramente que tampoco.
La doctrina Monroe de 1823 ha
creado formas de pensar y obrar por parte de políticos del país del norte que
enviciaron las relaciones interamericanas a lo largo de casi dos siglos,
siempre para mal. Esgrimirla hoy equivale a declarar implícitamente
superioridad política y de muchos otros tipos para el país del norte. Se hace
evidente que en cualquier circunstancia en la que una entidad, persona o país
cualquiera se declara unilateralmente afectado por acciones externas sobre
otro, establece un esquema de protectorado que es muy oneroso de aceptar entre
supuestos iguales. Algunos políticos, interesados e ignorantes, han amplificado
aún más la aberración ética de esta doctrina a lo largo del tiempo. Han
cambiado así lo que debería ser un esquema de paz para convivencia entre
iguales en un modelo en el que un país presenta la fachada y todos los demás
habitan su patio trasero. Son muchos los hechos históricos en los que las
formas de pensamiento y acción originadas de esta forma han resultado fatídicas
para todos en nuestra America.
Otra dimensión se manifiesta
cuando las leyes o sanciones dictadas por un país establecen condicionamientos
para el comportamiento político de otro y lo obligan a renunciar a su
independencia y libertad si se atreve a cumplirlas. Deviene así en paria y
dependiente del que estableció la ley.
Esto sería una consecuencia
obligada de una ley norteamericana muy mencionada también en estos tiempos, la
llamada Ley Helms Burton de 1996. No es solo el título III que se activó ahora
el verdaderamente lesivo e inaceptable por cualquier persona digna. Lo peor
está promulgado y vigente desde su misma firma hace 23 años. La esencia de esa
Ley radica en que establece un código de conducta y de acciones que debe seguir
un gobierno en Cuba para que se puedan establecer relaciones normales entre los
dos países y se levante el bloqueo que nos tiene agobiados desde hace casi 60
años. La independencia de Cuba se vería hecha añicos por cualquier político o
grupo que pretendiera cumplir las indicaciones del Congreso de los EE.UU. para
nuestro país. Es el caso de una nueva enmienda Platt. La dignidad de los
cubanos, nuestro derecho a estar orgullosos de nuestra condición de personas
libres, se vería destruida. Estos sentimientos puede tenerlos cualquier otro
ciudadano del mundo en circunstancias similares. No se trata solo de nuestra
incuestionable vocación soberanista, tan coloreada con la sangre derramada por
tantos y tan honorables patriotas.
Un aparte es bien merecido por
los que concibieron e impulsaron esa Ley en el país del norte. Resulta evidente
que para ellos no tenemos valor alguno como tal. Su engendro solo les serviría
para satisfacer intereses personales al precio de la libertad de las cubanas y
cubanos dignos. ¿Creerán que pueden lograrlo? En abril de 1961 se respondió sin
duda alguna cuando fueron derrotados en Girón. Su fracaso de entonces no se
debió a que los EE.UU. no participaran directamente, como deshonrosa y
colonizadamente afirman. Se debió verdaderamente a la dignidad, condición
humana y apego a la libertad en la Revolución Cubana y sus combatientes. Y
todos esos valores siguen en pie.
Excelente!
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