La pesadilla macrista llega a su fin por su intrínseca
sinrazón de ser en un país como el nuestro, que alguna vez fue vanguardia en
materia de justicia social y seguridad social.
Carlos
María Romero Sosa / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina
El rostro de Macri tras conocer la magnitud de su derrota en las PASO. |
La locución es común, de uso
diario, y desde ya que no soy original al proponerla como título, como que de
ese modo se llama una novela dramática publicada en 1943 por Enrique Larreta,
el aristócrata que supo ser yrigoyenista cuando el radicalismo olía a pueblo y
denostaba “el régimen falaz y descreído”,
así caracterizado por el antiguo comisario de Balvanera. Pero es que no encuentro otra expresión para
definir lo sucedido en la elección PASO (Primaria, abierta, simultánea y
obligatoria) del domingo 11 de agosto último. Sencilla y tautológicamente porque
tenía que suceder lo ocurrido
después de tres años y medio de experimentar Mauricio Macri y sus secuaces –el
famoso “mejor equipo de los últimos cincuenta años”- como en crueles ritos de
vivisección, el nivel de tolerancia
popular al infraconsumo, a los salarios de hambre, al flagelo del desempleo en
aumento, a la inflación desbordada, a la falta de medicamentos y vacunas para
los sectores que no pueden acceder a la medicina prepaga, al endeudamiento de
la población a tasas usurarias para
sobrevivir, a la suba delirante del costo del trasporte y a la dolarización
de los servicios de luz, gas y
agua, a la miseria de los jubilados
y su falta de cobertura en un PAMI
desquiciado, a la carencia de vacantes de los niños en edad escolar y en fin a los niveles de pobreza y
indigencia que sufren en carne propia
cada vez más personas en el país y el
Observatorio de la Deuda Social
de la UCA (Universidad Católica Argentina) pone en números francamente
lacerantes.
Alguna vez dije que para el actual
presidente, la República Argentina no es otra cosa que el juguete del niño rico
que se encapricha por tenerlo para destrozarlo; y a las pruebas me remito tan
sólo al ejemplificar con la leonina deuda externa que contrajo hipotecando a
varias generaciones y que culminó con el préstamo lleno de condicionamientos
para el desarrollo nacional del FMI.
Ahora, con el resultado de la elección en que las dos terceras partes de los sufragantes
votaron en contra de su proyecto neoliberal y conservador, con berrinche de chico
contrariado le echó la culpa a los ganadores por la suba al día siguiente del dólar en franca corrida cambiaria, la
multiplicación del riesgo país, el
desplome de la bolsa y los demás
indicadores económicos de crisis que hacen pensar otra vez en los aciagos días
de diciembre de 2001.
“Todo lo real es racional y todo
la racional es real” enseña Hegel y de nada hay que asombrarse ante el hecho
que el pueblo argentino no haya decidido suicidarse. El instinto de
conservación primó frente a las encuestas
falsas -entre ellas la de la machacada buena imagen de la gobernadora
bonaerense Vidal, que perdió por paliza contra la fórmula Kicillof-Magario del
centroizquierdista Frente con Todos-, los medios hegemónicos ensuciando la
cancha con infames operaciones de prensa, el poder judicial servil procesando y
encarcelando opositores y las comparaciones de los períodos kirchneristas y en
especial de la última gestión de
Cristina Fernández, con las tan
diferentes realidades económicas de Cuba, Venezuela o Irán. Sí, como “lo real
es racional”, resulta lógico que salvo padecer de síndrome de Estocolmo,
ninguna víctima se identifique con su victimario.
Mauricio Macri creyó tener una
carta ganadora con la zoncera cipaya de nuestra inclusión en el mundo que cacareó
en la cumbre del G20 reunida en Buenos Aires a finales del año pasado. Como si
el país hubiera pertenecido al planeta
Plutón hasta su llegada al poder el 10 de diciembre de 2015. Lo más
hipócrita del caso es que cuando el PRO era oposición criticó con saña los acuerdos suscriptos con China
por el gobierno de Cristina. Además la política exterior de la ex mandataria
jamás apuntó contra el mundo y menos en
tiempos de una globalización que se ya intuía irreversible porque ello
hubiera sido pelear contra molinos de viento. Sin embargo una cosa era y es
reconocer las condiciones de la época y
gobernar bajo esa circunstancia privilegiando los intereses nacionales y otra
la obsecuencia con las potencias dominantes, en especial hoy con los Estados
Unidos de Trump o tratar de caerle simpático al ultraderechista presidente
brasileño Bolsonaro, vía las arengas represivas y proclives al uso de armas por
los civiles de la inefable ministra de Seguridad Patricia
Bullrich.
Sabrá Macri –lo dudo- que ya desde
los primeros momentos de la lucha por nuestra emancipación se enviaron misiones
a Europa para tantear en las monarquías del Viejo Mundo las perspectivas de
comercio y de ayuda financiera; no otra cosa representó el fallido viaje de
Mariano Moreno a Inglaterra en 1811 enviado por la Primera Junta. Y sabrá también –sigo dudando- que los próceres de la Independencia no se
achicaron ante las potencias extracontinentales: el mismo Secretario de la
Junta advirtió en La Gaceta sobre el riesgo de “dejarse envolver en cadenas”
foráneas; ni frente al Papa León XII, que en una encíclica defendió el
colonialismo español y exhortó a los fieles la obediencia al absolutista
Fernando VII; ni temblaron de cara al poder bélico de la Santa Alianza porque de haber pensado mucho
en la posible respuesta del mundo, el general San Martín no hubiera cruzado los
Andes.
Dije antes que los pueblos no se
suicidan aunque a veces transitan
caminos equivocados que los conducen al
borde del precipicio. Y cabe reconocer que en 2015 y 2017 se votó mal a
instigación de una propaganda maligna que bombardeó conciencias infectándolas
de individualismo, prejuicios burgueses y odio de clase. Sumado esto a la lita de las promesas falsas
como aquella estupidez de la luz al
final del túnel que pronosticaba la
lamentable vicepresidenta que padecemos,
espejitos de colores que despertaron
ingenuas expectativas de futuro en buena parte de la población.
De las tres experiencias
neoliberales sufridas desde 1976, la primera, la de Martínez de Hoz bajo la
dictadura de Videla, fue posible por el genocidio de los 30000 desaparecidos.
La segunda, la de Carlos Menem y su ministro Cavallo, duró algo más debido a la
venta de las joyas de la abuela en las tramposas privatizaciones que
permitieron el espejismo de la modernización y el oportunista “voto cuota” de
las clases medias encandiladas por poder viajar a Miami y cancherear con grosería argentina -en el sentido en el que Ortega y
Gasset nos aplicó ese término-, del “Déme dos”; haciendo prevaler el cálculo
egoísta al que se refirió Marx en el Manifiesto Comunista a cualquier
sentimiento de patriotismo y solidaridad con los excluidos de la módica fiesta
del mundo que algunos disfrutaron en los
noventa.
En cambio, esta última aventura
del capitalismo prebendario y de amigos del poder con sociedades off shore en
paraísos fiscales, una aventura podrida desde la cabeza con la que quiso
encandilar Macri entre posverdades dictadas por su asesor de imagen Durán Barba
al resto de la sociedad que mira acrecentar
su fortuna con la “ñata contra el
vidrio”, por suerte se acaba pronto, a más tardar el 10 de diciembre si no pasa antes -y no lo desea nadie- lo que a De
la Rúa.
La pesadilla macrista llega a su
fin por su intrínseca sinrazón de ser en un país como el nuestro, que alguna
vez fue vanguardia en materia de justicia social y seguridad social. El que pudo enorgullecerse de haber ungido en
1904 el primer legislador socialista de América en Alfredo Palacios y que más
tarde, con el peronismo en el poder, plasmó en la legislación y consolidó en
los hechos, el mayor reconocimiento a los derechos de los trabajadores, a la
par que activó la defensa de la soberanía nacional contra los embates del
capitalismo internacional y las oligarquías a su servicio.
Impecable su anaaisis querido poeta. Muy importante para que otros pueblos no sigan el mismo camino mentiroso de estas supuestas "elites" modernizantes que son solo expresion del peor cipayismo
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