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sábado, 14 de septiembre de 2019

Argentina: Con los días contados

Legalmente hay un presidente en funciones por un lado y un candidato mayoritariamente votado, por el otro. Es un dato de la realidad, visto desde la superficie, el lugar más directo de observar. Debajo de ella, en los subterfugios del poder, las cosas operan diferente. Se sabe, hay una fachada, una representación concreta y una esperanza en ciernes.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

El tiempo se escurre. Un mes y medio no  es nada. Los días previos a las elecciones de octubre son vertiginosos. En esa rapidez, cada soldado de la tropa resulta sospechoso, cada uno empieza a pensar por su propio destino. El círculo íntimo se disuelve: la Leona, la gobernadora Vidal le ha vuelto la espalda, ella misma sabe de su incierto futuro y cuántas legiones le seguirán, ¿soñará un “vidalismo”? es posible; Rodríguez Larreta tiembla ante el avance de Lamens y los sones de la cumbia que se extiende por los cien barrios porteños, “Macri ya fue, Vidal ya fue, si vos querés Larreta también”; el hijo pródigo, “El Monaguillo” Marquitos Peña Braun, el autor del epíteto, la grasa militante para identificar a los opositores, ya no es creíble y se lo responsabiliza del desastroso resultado, de ser el mariscal de la derrota, como se advertía en los jóvenes días de la democracia recuperada. Estos años de desprecio a las mayorías le han blanqueado el pelo. No luce la altanería que lo caracteriza.

El poder es fugaz y se escapa de las manos como un jabón mojado. Resbala. Se tiene o no se tiene. La guardia pretoriana lo advierte, lo huele como a la adrenalina. Sigue obedeciendo por inercia, pero la volatilidad del cuerpo del amo que empieza a disolverse, es el espejo de su propia estabilidad y lo sabe. Quizás más que ninguno, el cuerpo estable de la Quinta de Olivos y La Rosada sabe que los gobernantes son inquilinos, depositarios de la voluntad popular consentida por el voto. Empieza a crecer el murmullo conspirativo, primero es leve, luego descarado. El juicio es implacable, muerto el rey, puesto el rey. Menos mal que la modernidad arrasó con los asesinatos masivos que eliminaron a emperadores, zares, reyes y soberanos de toda especie.

La política responde a imponderables, a cuestiones azarosas al límite con la magia, como en el tango Yira yira de Carlos Gardel, “cuando la suerte que es grela, fayando y fayando te largue para’o, la indiferencia del mundo que es sordo y es mudo, recién sentirás”…

En la desesperación hasta el más plantado acude al mano santa o a las brujas, como hizo Carlos Menem, tan neoliberal como adicto al brujerío, tal como es recordado por el imaginario popular.   

Coincidencia o azar, Diego Maradona ha regresado a Argentina, a hacerse cargo de la conducción de  Gimnasia de La Plata. Su llegada ha generado un fenómeno extraordinario como todo lo que suscita alrededor suyo, cientos de hinchas han renovado su afiliación y se dicen que, en 48 horas, “el Diego ha conseguido más inversores que Macri en los cuatro años”.

La madre de Cristina Fernández es hincha de toda la vida de ese club, al igual que sus hijas, por lo tanto que la hermana de CF lo reciba a los abrazos, es un hecho afectivo innegable.

Otro signo más de los tiempos que corren. Si el Diego y su iglesia, decide apoyar a la fórmula FF, es un mandato; para colmo de los colmos, es reconocido su desprecio por el  ex presidente de Boca Juniors, actual mandatario argentino.

Legalmente hay un presidente en funciones por un lado y un candidato mayoritariamente votado, por el otro. Es un dato de la realidad, visto desde la superficie, el lugar más directo de observar. Debajo de ella, en los subterfugios del poder, las cosas operan diferente. Se sabe, hay una fachada, una representación concreta y una esperanza en ciernes.

En representación del país Mauricio Macri parte la semana entrante para participar de la Asamblea General de las Naciones Unidas, es un viaje relámpago y retorna nuevamente. Tiene previsto un mensaje escueto. Es probable que sea el último en ese organismo ecuménico. Sus días parecen contados, lo sabe y se nota en su rostro envejecido. La primera magistratura ha sido un peso excesivo para su privilegiada espalda esquiva al esfuerzo. Ya no hay posibilidades para unas pequeñas vacaciones en Villa La Angostura; el tiempo es fugaz.

Alberto Fernández regresó de su gira por España y Portugal, representa como nadie en este momento al Peronismo, fenómeno político que nos identifica tanto como país, como por las connotaciones ideológicas que involucra. De ello se desprende un movimiento obrero organizado, un elevado índice de sindicalización que viene resistiendo los embates neoliberales desde la dictadura en adelante y un sistema de obras sociales – cerca de 300 que atienden la salud de 14 millones de afiliados – algo único también, consecuencia de la composición de la población y su tradición solidaria mutualista que a mediados de los ’40 del siglo pasado encuentran el apoyo estatal. Surgidas en la época de gloria del movimiento justicialista, reconocido por un pensador como el “maldito hecho burgués”, que lo caracteriza, en un momento muy particular como el actual, en que las izquierdas del mundo parecen estar replegadas ante el embate descarado de la extrema oposición.

Tan extrema y hasta ridícula que, en la cenagosa transición de este período post PASO, ha tomado la posta de campaña el senador Miguel Ángel Pichetto, candidato a vice de Macri, antes “peronista” y ahora furioso apologista de la derecha más retrógrada que abjura de su antigua filiación partidaria. Recita como en los decimonónicos catecismos políticos, que todo los males actuales se reducen a los últimos setenta equivocados años, justamente los dorados años de posguerra que dan origen al peronismo. Se pasea por los canales hegemónicos diciendo que no existe hambre en la Argentina citando las hambrunas de países africanos o a los nórdicos donde la inversión del gasto social es menor a la local. Como el resto de las principales espadas de su debilitada alianza política, los masivos acampes son políticos y obedecen a la presente campaña.

Su pulcra imagen y sus trajes a medida responden a los de una persona que hace décadas usufructúa una posición social privilegiada, muy alejada de la realidad que viven esos millones de argentinos a los que, supuestamente representa.

Como era esperable, la inflación repuntó en agosto llegando al 4% recayendo sobre todo en los alimentos sin que la eliminación del IVA haya tenido incidencia significativa en los precios de los castigados consumidores. Sin embargo, la publicidad de Presidencia de la Nación expone la medida enfatizando la sensibilidad y comprensión hacia los más necesitados. Una mueca que no alcanza a gesto y que a la vista de todos se advierte forzada, como todas las adoptadas en la emergencia, en este camino de retirada.

La Ley de Emergencia Alimentaria fue aprobada en Diputados y pasó al Senado para la semana entrante, descontándose su rápida sanción. Con desdén el Poder Ejecutivo dijo que viene de 2002, aunque tendrá vigencia hasta 2022, intentando poner en movimiento los mecanismos administrativos que lleven urgentemente los alimentos a los millones de niños mal nutridos. Una verdadera vergüenza en un país que los produce para 400 millones.


Mientras tanto el tiempo transcurre inexorablemente agotando los plazos, deshaciendo a pedazos los ídolos de barro que, bajo la garúa, tienen los días contados… 

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