El neoliberalismo, como ideología acogida y ajustada a los
intereses de las elites empresariales de América Latina, no ha generado algo
que pueda llamarse teoría económica en la región, sino un conjunto de recetas
que se repiten como consignas para forzar a los gobiernos a que las cumplan.
Juan J. Paz y Miño
Cepeda / Firmas Selectas de Prensa Latina
Su modelo es muy simple: no al Estado, no a los impuestos, si a la
flexibilidad laboral. Y las medidas concretas son variadas: achicar el tamaño
del Estado, reducir el gasto público, privatizar bienes y servicios estatales;
además, reducir o suprimir impuestos directos (como el de rentas),
reestructurar deudas por evasión y elusión fiscal; y, finalmente, reformar las
relaciones laborales para que dependan más de la negociación directa entre
empleados y patronos, abolir el principio pro-operario, flexibilizar derechos
históricos (jornada máxima, salarios mínimos, afiliación obligatoria a la
seguridad social, pago de horas extras, sindicalización, huelga, etc.),
suprimir el pago de “costosas” indemnizaciones por despido, etc. Recuérdese que
el Consenso de Washington de la década de 1990 redujo las consignas
neoliberales a 10 medidas que debían aplicarse en cualquier parte del mundo.
Se supone que tales consignas cumplen un rol histórico trascendental:
promover y garantizar la “libre” empresa y el “libre” mercado. El empresario
aparece como un inversionista que genera trabajo y que hace un altruista
esfuerzo con el solo hecho de pagar salarios. Es un ser que se ve acosado y
hasta estrangulado con roles, impuestos, controles y trámites. Considera que
las ganancias empresariales son fruto de su esfuerzo y su propio trabajo, y que
el Estado ejerce una labor confiscatoria el momento en que interviene para “apropiarse”
de fondos privados por simples necesidades políticas de los gobiernos. A partir
de la microeconomía se trata de entender la macroeconomía, y por ello se llega
a considerar que “administrar” el Estado es casi lo mismo que administrar una
empresa, y que, por tanto, los malos administradores (gobiernos) no saben
manejar cuentas, flujos ni inversiones.
Las consignas neoliberales representan más la visión del pasado que la
visión del futuro. En América Latina, todo el siglo XIX y hasta bien entrado el
siglo XX, similares principios sobre la libertad económica, no lograron el
adelanto, la modernización, ni el progreso de la región. Ha sido necesaria la
intervención del Estado, la imposición del derecho social, las reformas
estructurales para superar las herencias del régimen oligárquico, y hasta la
incursión del capital extranjero, para que América Latina encontrara adelanto y
afirmara su desarrollo capitalista.
El neoliberalismo ha despreciado esa historia. Y ha despreciado
también la historia social y laboral de la región, porque antes del siglo XX no
existieron códigos del trabajo, las relaciones entre patronos y trabajadores se
sujetaron a los códigos civiles y al abuso de los empleadores. A partir de la
Constitución Mexicana de 1917 comenzó el derecho social. Con él se impuso el
principio pro-operario, bajo el cual se fijaron salarios mínimos, jornadas
máximas, contratos individuales, indemnizaciones, sindicalismo, derecho a la
huelga y a los contratos colectivos, así como otras regulaciones destinadas a
proteger estatalmente a los trabajadores, ya que en manos exclusivamente
privadas sus condiciones humanas siempre fueron precarias y explotadas.
El sentido de los impuestos directos y redistributivos de la riqueza,
también acompañó al progreso del derecho social, porque los Estados requerían
de fuertes ingresos tributarios para sostener las políticas de fortalecimiento
y ampliación de esenciales servicios públicos como educación, salud, medicina y
seguridad social, que tampoco fueron montados por la iniciativa privada,
exceptuando ciertas acciones de asistencia social y esto en contados países.
La ideología neoliberal impide comprender que los impuestos directos
para la redistribución de la riqueza son esenciales en América Latina y han
venido ajustándose entre saltos y brincos durante el siglo XX. La elusión y la
evasión han sido las prácticas normales del sector privado contra la acción
social pública.
Igualmente, las regulaciones sobre el trabajo han sido necesarias
porque el afán de lucro capitalista es el que mueve a los empresarios, que no
han sido precisamente los gestores de derechos laborales, sino que, en ausencia
de las garantías laborales, someterían a sus trabajadores a relaciones
comparables con la esclavitud. Las burlas a la legislación social y laboral
ocurren a pesar de esas mismas leyes.
Ante el neoliberalismo se plantea, por tanto, un nuevo desafío
teórico: es necesario avanzar en la idea del derecho social como superior, a
fin de que sujete las consignas neoliberales al bien supremo del ser humano
como eje de toda construcción económica.
Esto significa que los principios del libre mercado a los que ya he
aludido pertenecen a una esfera de la economía: el sector privado; pero no
pertenecen a la macro esfera de los seres humanos del sistema social en el que
viven. Es necesario recuperar el carácter superior de la esfera social sobre la
esfera privada.
En consecuencia, a través de imponer los derechos sociales superiores,
es posible tratar al sector privado como una esfera subordinada al interés
social y público. Es posible pensar en el fortalecimiento y ampliación de los
impuestos directos no solo sobre las rentas, sino sobre patrimonios, ganancias
y herencias, porque así lo demanda el interés superior del bienestar colectivo.
Además, porque la riqueza empresarial no se genera por la acción individual de
los gerentes-propietarios, sino por el valor socialmente generado por los trabajadores. Es posible imponer el respeto
a las normas laborales e incluso la mejora de los derechos del trabajo, porque
así lo exige el interés humano superior del buen vivir.
Desde luego, como la misma experiencia histórica latinoamericana lo ha
demostrado, la imposición de los derechos sociales superiores sobre los simples
intereses de los sectores privados, requiere de un cambio en las condiciones
del poder. No es posible la edificación de modelos económicos sociales con
gobiernos conservadores, sujetos a la visión empresarial neoliberal. Sí es
posible con gobiernos que puedan asumir la nueva orientación de la gestión
pública en la perspectiva de la construcción de una nueva sociedad.
Las dos caras de la medalla son extremos que no sirven para fomentar la economía. Pensar que un país puede salir adelante solo con las "reglas del mercado" fomenta el proceso de "explotación" y abuso del trabajo asalariado en bienestar de los grupos de poder. El que discuta eso simplemente no vive la realidad del trabajador.
ResponderEliminarPero, el exgerado "estatismo" tambien incide en los resultados que un "inversionista" busca lograr cuando invierte en una empresa. y mucho mas cuando toda "la distribución de la riqueza" que este estado promeve se diluye en corrupción fomentada por los grupos políticos vinculados a narcotraficantes y terroristas, que dicho sea de paso tambien es "un negocio" que busca la conforntación de las "ideologías" para que exista la distracción necesaria para su operatividad.
Se necesita "regular" las infulas de los creyentes del neoliberalismo, pero tambien se necesita REGULAR los excesos del POPULISMO ESTATAL que se disfraza de "luchadores sociales".