El neoliberalismo, lamentablemente, no está derrotado, no está de
salida. Los pueblos están diezmados, sin dudas; los capitales no. Aunque
apoyemos fervientemente todo alzamiento popular, no podemos decir que esas
políticas están derrotadas, ni en vías de serlo muy prontamente.
Marcelo Colussi / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
“Un total de 737
accionistas -un 0,123%- controlan
el 80% del valor de
más de 43.000 compañías multinacionales.”
Narciso Pizarro
“Robar un banco es
delito. Pero más delito aún es fundarlo.”
Bertolt Brecht
Las
recientes revueltas populares en diversos países del mundo (Irak, El Líbano,
Egipto, Francia, Haití, Honduras, Chile, Ecuador) podrían hacer creer que los
modelos neoliberales vigentes están en crisis, están siendo derrotados. En
realidad, más que estar en crisis, están produciendo estragos inconmensurables
en las poblaciones, pero para quienes los implementan y se benefician de ellos,
no están en ninguna crisis. Por el contrario, están sumamente saludables.
No
caben dudas que los pueblos que sufren esas políticas ya están hartos,
hambreados, empobrecidos como nunca antes, hastiados de los engaños de los
políticos, faltos de proyecto alternativo. Están desesperados, evidentemente,
lo cual los hace salir a protestar en forma visceral. Pero esa energía, ese
tremendo descontento, además de ilusionarnos y hacernos creer que las cosas
están cambiando -estamos esperando ese cambio en forma ansiosa- no encuentra
los canales adecuados para transformar la realidad. Los cacerolazos se
enfrentan a balas reales, y sin una conducción revolucionaria con proyecto
claro, no puede haber revolución. Puede haber cambios importantes desde las
casas de gobierno con planes de contenido social, como los que promovían el MAS
en Bolivia, o el PT en Brasil. Pero por la vía de las democracias formales no
se pueden consolidar las transformaciones. Con esos dos ejemplos podemos ver
cómo terminan las cosas. Pero sí, como hay mucho malestar en la gente,
definitivamente hay ebullición, hay protestas, hay movilizaciones.
Como
bien lo dice Susana Merino: “El
planeta se ha transformado en una enorme caldera donde se cocina un guiso para
pocos y en la que sin orden ni proporción se mezclan los más insólitos e
imprevistos ingredientes creados por el ser humano: divisas y otros muy
diversos derivados financieros tales como SWAPS, acuerdos a futuro (forward)
OTCs (operaciones “over de counter”), CDS (Credit Default Swaps, o permutas de
incumplimiento crediticio), los CFD, los contratos de futuros, los bonos
estatales, los fondos de inversión y las opciones, calificados todos como armas
de destrucción masiva, instrumentos en suma puramente especulativos y en
permanente ebullición que según el premio nobel de economía Maurice Allais han
convertido al mundo en un “enorme casino” destinado a sustentar la “pleonexia”,
como llamaban los griegos al insaciable apetito de riquezas que Platón calificó
como verdadera “enfermedad moral”, generando un potaje en permanente ebullición
al servicio de un reducidísimo núcleo de seres humanos.”
Para saber dónde estamos parados y qué procede en consecuencia, es
importante no perder de vista la situación real. “Análisis
concreto de la realidad concreta”, podría decirse. Es decir: análisis muy
exhaustivo de cómo están las cosas, cómo marcha el mundo, y qué se puede -o qué
se debería- hacer para intentar cambiar su curso.
Por
lo pronto, la globalización neoliberal que se ha impuesto estas últimas
décadas, definitivamente está muy viva, no ha muerto. “Los muertos que vos
matáis gozan de buena salud”. Los megacapitales financieros que manejan buena
parte del mundo (excluidas China y Rusia, y algunos otros países que no caen
bajo su égida: Cuba, Norcorea, Irán, Irak y Libia cuando lo intentaron) están
cada vez más robustos. El monstruoso, infame y vil golpe de Estado en Bolivia
(principal fuente mundial de litio, gran reserva de hierro, de zinc, de gas
natural, tras todo lo cual van esos capitales) lo demuestra en forma palmaria.
Seamos
racionales en el análisis y no nos dejemos ganar por la pasión espontánea: las
protestas que se dieron en buena parte del mundo fueron importantes rebeliones
que marcan el camino, sin dudas, pero que no lograron conmover los cimientos de
la estructura capitalista mundial. Ningún presidente fue removido de su cargo
(Evo Morales sí), y los megacapitales globales no perdieron un centavo (y ahora
caerán como buitres sobre las reservas minerales del Estado Plurinacional de
Bolivia).
¿Qué son esos megacapitales que establecen los planes neoliberales de
los que casi nada puede escapar? Son los verdaderos dueños del planeta, de sus
recursos naturales y de sus poblaciones. El mundo del libre mercado (el “mundo
libre” se le llamaba durante la Guerra Fría, en oposición al “reino de las
tinieblas del infierno socialista”) se mueve en torno al dólar. Irak, con
Saddam Hussein a la cabeza, y la Libia de Mohamed Khadafi (a la sazón, país con
el menor índice de pobreza en toda África) intentaron salirse de la esfera del
dólar vendiendo su petróleo en otra moneda, y ahí están los resultados: muertos
ellos, sus países invadidos y sus sociedades en crisis.
El dólar es fijado por el llamado “Banco Central” de Estados Unidos,
que es el país donde oficialmente se imprime esa moneda. Pero en realidad, ese
Banco Central es otra cosa; toma el nombre de Sistema de la Reserva Federal (en
inglés: Federal Reserve System, también conocido como Reserva Federal o, más
comúnmente, como FED), aunque… ni es reserva ni es enteramente federal. No es
Reserva, porque por ley no mantiene ningún fondo en reserva, y no es estrictamente
Federal, por cuanto es un banco público-privado, con participación de la gran
banca empresarial privada.
La
FED es quien fija la política monetaria de Estados Unidos y, por extensión, del
mundo, emitiendo dólares a mansalva, con el respaldo, finalmente, de las
fuerzas armadas (las de Estados Unidos y las de la OTAN).
Los megacapitales que fijan la
marcha del mundo, es decir: el ámbito financiero global, tiene hoy día un poder
pavoroso, inconmensurable. Mientras que la masa mundial de bienes se ha cuadriplicado
en estos últimos 30 años, la masa monetaria se multiplicó por 40. Es decir: los
bancos, los megabancos con poder mundial, tienen un control desmedido del
planeta. Desde hace varias décadas el capitalismo productivo fue dando lugar a
un capitalismo basado crecientemente en la especulación financiera. El mundo
del dinero especulativo fue desplazando en su desarrollo a la industria, así
como la industria dieciochesca desplazó a la producción agropecuaria -fuente principal del modo de producción feudal- en tanto dominadora de la escena sociopolítica.
Hoy día esos capitales
financieros tienen una preponderancia definitoria, marcan el rumbo planetario,
definen la arquitectura del sistema
global. Son transnacionales, se mueven a velocidades de vértigo, invierten en
lo que dé ganancias, no tienen sentimientos ni espíritu solidario (¿acaso el
capitalismo podría tenerlo?). Manejan sectores cada vez más crecientes del
mundo, invirtiendo muchas veces en el aparato productivo de bienes fácticos -industria, servicios, comercio- controlando integralmente los circuitos capitalistas (materias primas,
elaboración, distribución, mercadeo), siendo quien aporta las grandes sumas de
dinero necesarias para generar la producción en su conjunto.
La OTAN es la instancia militar mundial (de
Estados Unidos y de Europa Occidental) que sostiene a todo el sistema del
petrodólar, obligando bajo amenaza militar a los diversos países a comerciar en
esa moneda. Quienes se salen de ese sistema son declarados miembros del “Eje
del mal” (y eventualmente destruidos). Es por este motivo que más de tres
millones de soldados estadounidenses están acantonados en casi 1,500 bases
militares dirigidas por Washington a lo largo y ancho del globo, en 120 países.
¿Para qué? ¡Para cuidar a esos megacapitales y a los ostentosos privilegios de
sus propietarios!
Esos inconmensurables capitales tienen nombre y apellido: son los
poderosos grupos económicos que dirigen las finanzas mundiales, y a través de
sus bancos, con los llamados fondos de inversión, manejan incontables empresas
multinacionales dedicadas a todos los rubros: energéticos, armamentos,
alimentación, comunicaciones, transportes, industria química. Entre los más
connotados se encuentran Goldman Sachs, Rockefeller, JP Morgan, Loeb Kuhn, Lehman, Du Pont,
Rothschild, Warburg, Lazard, Israel Moses Seifs.
Manejando las finanzas internacionales del mundo capitalista (ahora
enfrentados a los grandes capitales chinos), tienen como organismos operativos
a los brazos técnicos de Bretton Woods: el Fondo Monetario Internacional y el
Banco Mundial. El dólar intenta seguir mandando, y las políticas neoliberales
que vienen aplicándose desde los 70/80 del siglo pasado, siguen impertérritas,
más allá de las protestas que actualmente vemos. “Los imperios
económicos están interesados en promover el endeudamiento de los gobiernos.
Cuanto más grande es la deuda, más costosos son los intereses. Pero además
pueden exigir al presidente de turno privilegios fiscales, monopolios de
servicios, contratos de obras, etc. Si este gobierno no acepta, provocarán su
caída, promoviendo disturbios y huelgas que al empobrecer a la nación los
obliga a claudicar ante sus exigencias”, tal como perfectamente lo dijera el
historiador estadounidense Carroll Quigley. Se mueven con pasos muy finamente
estudiados, saben lo que hacen y dónde quieren llegar y, de momento, parecieran
tener casi todo el planeta bajo control.
El neoliberalismo, lamentablemente, no está derrotado, no está de
salida. Los pueblos están diezmados, sin dudas; los capitales no. Aunque
apoyemos fervientemente todo alzamiento popular, no podemos decir que esas
políticas están derrotadas, ni en vías de serlo muy prontamente. Los recursos
naturales del mundo siguen siendo saqueados por ese capitalismo voraz, y cuando
se intenta defenderlos con espíritu nacionalista: golpe de Estado, como el
recién acontecido en Bolivia, o ahogo insoportable, como en Venezuela. Con
China y con Rusia no se meten porque el poder militar de estas potencias se los
impide. Pero ganas no le faltan.
Cuando en 1963 el presidente de Estados Unidos John Kennedy, que no era
socialista precisamente, intentó transformar la FED con un famoso decreto
presidencial (Executive
order number 11110), evitando que fuera ese
banco quien emitiera los dólares, para pasar a hacerlo el gobierno central
(ahorrándose así los intereses que Washington debe pagarle a esa banca privada
al contraer créditos), al poco tiempo fue asesinado. Y todavía no existían
formalmente lo que ahora llamamos neoliberalismo.
Con todo lo dicho no se quiere restar importancia a las protestas
populares que se han encendido recientemente. Por el contrario, ese es el
camino: la insurgencia popular, el levantamiento de los pueblos. Pero sin
proyecto organizado y conducción certera no se pasa de los cacerolazos, no se
conmueven las políticas trazadas. El neoliberalismo, mal que nos pese, está
demasiado firmemente enraizado. Pero la lucha sigue.
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