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sábado, 14 de diciembre de 2019

Ecología y teología de la liberación

La Ecología integral y la Teología de la Liberación tienen algo en común: ambas parten de un grito. La Ecología del grito de la Tierra, de los seres vivos, de los ecosistemas agredidos por el tipo de crecimiento material ilimitado que no respeta los recursos limitados de la Tierra.

Leonardo Boff / Servicios Koinonia

La Teología de la Liberación nació al escuchar el grito de los pobres económicos, de las clases explotadas, de las culturas humilladas, de los negros discriminados, de las mujeres oprimidas por la cultura patriarcal, de los LGBT y portadores de necesidades especiales. Todos gritan por liberación. De esta escucha nacieron las distintas tendencias de la Teología de la Liberación: la feminista, la indígena, la negra, la histórica entre otras. En todas ellas el respectivo oprimido es siempre el sujeto y protagonista principal de su correspondiente liberación.

Es importante recordar que ya en los años 80 del siglo pasado quedó claro que la misma lógica que explota a los oprimidos y a las clases empobrecidas, explota también la naturaleza y la Tierra. La marca registrada de la Teología de la Liberación es la opción por los pobres, contra la pobreza y en favor de su liberación.

Dentro de la categoría pobre debe ser incluido el Gran Pobre que es la Tierra, pues al decir del papa Francisco en su encíclica ecológica “nunca hemos maltratado y herido a la Madre Tierra como en los dos últimos siglos” (nº 53). Por lo tanto, no fue por factores extrínsecos que la Teología de la Liberación incorporó el discurso ecológico, sino que la deriva de su propia lógica interna que da centralidad al pobre y al oprimido.

También quedó muy claro que el modo de producción capitalista es el causante del grito de la Tierra y del grito del pobre. Si queremos la liberación de ambos, necesitamos superar históricamente este sistema. Aquí se trata de contraponer otro modo de habitar la Casa Común, que sea amigable con la Tierra y liberador.

El paradigma del mundo moderno, el poder como dominación sobre todo y sobre todos, alcanzó su máxima expresión en la cultura del capital, generador de desigualdades: una injusticia social y otra ecológica. Es individualista, competitivo y excluyente.

Debemos, entonces, contraponerle otro paradigma. Este será el cuidado. Más que una virtud, el cuidado comparece como un nuevo paradigma de relación con la naturaleza y con la Tierra: no agresivo, amigo de la vida y respetuoso con los demás seres. Si el paradigma dominante es de puño cerrado para someter, el del cuidado es de la mano extendida para entrelazarse con otras manos y proteger la naturaleza y la Tierra.

Según el antiguo mito del cuidado que adquirió su mejor elaboración filosófica con Martin Heidegger en Ser y Tiempo (&41-43), el cuidado pertenece a la esencia del ser humano. Según el mito, el cuidado viene primero, pues significa el presupuesto que debe existir para que cualquier ser pueda irrumpir en la existencia. Sin cuidado ningún ser emerge ni se mantiene en la existencia. Languidece y muere.

Hoy más que nunca necesitamos cultivar el paradigma del cuidado, puesto que todo en cierta forma está des-cuidado. El cuidado da origen a una cultura de la solidaridad contra la competición, del compartir contra el individualismo, de la autolimitación contra los excesos del poder, del consumo sobrio contra el consumismo.

Solamente la incorporación del cuidado, como paradigma y como cultura, nos puede, según la encíclica papal Sobre el cuidado de la Casa Común, “alimentar una pasión por el cuidado del mundo… una mística que nos anima, nos alienta y da sentido a la acción personal y comunitaria” (nº 216).

Para realizar esta diligencia la Eco-teología de la Liberación ha tenido que dialogar y aprender con los nuevos saberes de las ciencias de la Tierra y de la vida. Especialmente está llamada a contribuir con los valores del respeto, de la veneración y del cuidado, propios de la fe, valores fundamentales para una ecología integral. Finalmente, una Eco-teología de la Liberación testimonia, contra todas las amenazas, la esperanza de que “Dios, el soberano amante de la vida” (Sab 11,26) no permitirá que nuestra humanidad, un día asumida por el Verbo de la vida, vaya a desaparecer de la faz de la Tierra.       

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