Bajo la
consigna de dominar a través de la fe se consolidan las doctrinas de diseño.
A partir de la segunda mitad del siglo pasado se produjo un
crecimiento repentino de los cultos protestantes y pentecostales en todos los
países de América Latina; este fenómeno tuvo su origen en estrategias de
dominio geopolítico establecidas por Estados Unidos como una forma de incidir
en los movimientos sociales de nuestro continente y neutralizar –en el marco de
la Guerra Fría- todo brote de subversión en los sectores más pobres. Con una
novedosa estrategia mercadológica nunca antes vista, estas sectas lograron
llegar a la población por medio de programas de televisión, marchas, grandes
concentraciones en sitios públicos y una labor de zapa, casa por casa, para
conquistar nuevos adeptos.
El terreno estaba abonado; la iglesia católica -con su preeminencia
indiscutible en las sociedades y gobiernos latinoamericanos- nunca se preocupó
gran cosa por defender y aumentar su influencia, dado que esta se consideraba
garantizada. Por lo tanto, su actitud monárquica le jugó la mala pasada y poco
a poco su feligresía fue desgranándose para migrar hacia un culto más cercano a
sus intereses y necesidades. Las estructuras elitistas del catolicismo
conservador no pudieron evitar el auge de esta nueva ideología de la
prosperidad cuya influencia fue creciendo a medida que aparecían por todos
lados pequeños templos con una oferta más atractiva y cercana a los sectores
populares.
Esta ideología representa uno de los instrumentos más audaces del
sistema neoliberal para convencer al pueblo de la existencia de una relación
entre su comunión con Dios y los beneficios materiales, generalmente destinados
a enriquecer a su pastor y, por tanto, a engrandecer a su iglesia. De ahí
procede la idea de que la prosperidad debe provenir del esfuerzo personal y no
de una adecuada redistribución de la riqueza del país desde la administración
del Estado. Otro de los fundamentos de estos credos es el énfasis en la
negación de toda forma de equidad: de género, diversidad sexual, derechos
sexuales y reproductivos, feminismo y todo cuanto signifique un desafío a sus
doctrinas ultra conservadoras.
Esta estrategia -exitosa y eminentemente territorial- es hoy una
amenaza contra los derechos civiles en la mayoría de países latinoamericanos,
en donde se puede observar la infiltración de estas sectas en la política,
hasta el extremo de determinar el rumbo de las decisiones que afectan a la
ciudadanía en su conjunto; en cuenta, los derechos a la libertad de culto y la
naturaleza laica de los Estados, establecidos en los textos constitucionales.
La manipulación de la fe –fenómeno facilitado por restricción del acceso de los
pueblos a una educación de calidad- es una de las formas más nefastas de
neutralizar su participación consciente y analítica en los eventos políticos
más decisivos de su país y ejercer así una ciudadanía consciente y responsable.
Los sectores de extrema derecha, cuyo pensamiento siempre ha estado
enfocado en obtener los mayores beneficios posible de un sistema depredador,
injusto e individualista, se han subido a esta plataforma haciendo gala de una
falsa religiosidad, por medio de la cual influyen en procesos electorales y en
una labor legislativa cuyo propósito es ir eliminando espacios de participación
de las grandes mayorías. Esto, con el fin de consolidar el sistema político-económico
establecido desde hace décadas por Estados Unidos para los países de su patio
trasero. Esos espectáculos de oración en los despachos de empresarios y
gobernantes corruptos, rastreros y codiciosos, tan comunes en estos tiempos,
constituyen la peor de las ofensas.
Mientras no cita las fuentes bibliográficas no es veraz.
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