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sábado, 21 de marzo de 2020

Pequeños animales abatidos

¡Cuánto de nuestra pequeña humanidad queda al desnudo cuando se borra la pequeña capa con la que la civilización nos ha barnizado!

Rafael Cuevas Molina/ Presidente AUNA-Costa Rica

Tomo como referencia para encabezar estas reflexiones el sugestivo título de la obra de teatro del autor chileno Alejandro Sieveking, quien acaba de fallecer en Santiago de Chile hace unos pocos días, y que ganó el Premio Casa de las Américas en 1975. En ella se mezclan pasado, presente y futuro en un solo plano, en una época de confusión en la que se combinan los vaticinios fantasiosos sobre el futuro con el pesimismo de quienes se siente acorralados en un presente que no entienden. 

Encerrados en una casa, como todos nosotros ahora, un destino que a ratos parece apocalíptico se cierne sobre los personajes quienes, como pequeños animales abatidos, se mueven en los límites de su estrecho horizonte tratando de interpretar los mensajes contradictorios que les llegan hasta su encierro.

Igual, como pequeños animales abatidos nosotros, los encerrados, presas de la incertidumbre que domina cada vez más estos tiempos, tratamos de descifrar la criptografía de las voces que nos llegan desde afuera, y que intentan explicar o, cuando menos, darle sentido a lo inesperado que se presenta como catastrófico y amenazante.

En la obra de Sieveking, la catástrofe que se avecina y se atisba es el golpe de Estado de 1973 en Chile, así como para nosotros la amenaza que se cierne es la muerte por contagio o, como ya vemos que sucede en tantas partes, la ostratización y el desprecio  colectivo, como si sobre el pecho de los infectados llevaran la letra escarlata que estigmatiza al pecador que debe ser cotidiana y constantemente repudiado. 

¡Cuánto de nuestra pequeña humanidad queda al desnudo cuando se borra la pequeña capa con la que la civilización nos ha barnizado! La antropóloga Margaret Mead consideraba que el primer rasgo de civilización humana jamás encontrado en su excavaciones no era ningún gran edificio enterrado, un Zigurat, una pirámide o alguna caverna decorada con antílopes prehistóricos, sino el hueso de un fémur humano que, habiéndose fracturado, se había logrado soldar, porque eso significaba que había habido alguien que cuidó al herido mientras estaba convaleciente, mostrando una solidaridad que no se presentaba en el reino animal.

Ese escalón que nos diferencia en el reino animal es lo que se ha venido socavando, regular e intensamente, en estos años nefastos. La sociedad del sálvese quien pueda se ha terminado de entronizar entre nosotros. Los rasgos de sociedad solidaria, que con enormes costos y esfuerzos se construyó en algunas esquinas del mundo, se destruye sistemáticamente, y donde no logró concretarse, profundiza su crueldad.

En río revuelto, los avorazados de siempre apuestan por aumentar sus ganancias y dar una vuelta más al torniquete de la explotación. Venden como pócimas salvíficas recetas de más de lo mismo, y aprovechan el desconcierto para pasar a tambor batiente leyes y decretos que los dejen, luego del maremoto, situados en el mejor lugar de la colina.

El capitalismo neoliberal levanta y hace ondear al viento los emblemas de lo anti civilizatorio, saca a relucir su casta depredadora, solo interesa que la faja de producción del capital no se detenga y que sigan triturando sin descanso las piedras del molino. 

En América Latina, la pandemia desnuda nuestro desamparo, la inoperancia de nuestros dirigentes políticos; su demagogia, su ignorancia y su cinismo. Hemos llegado a un borde en el que no se sabe qué puede pasar dentro de unos pocos meses. 

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