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sábado, 11 de abril de 2020

El beso de la muerte

Invitadxs a una última cena sin besos de traición, pero sí con traiciones de mantel en inhumanas e inmundas sobremesas donde se reparten, una vez más, las entrañas de los pueblos. Cantar sin cantores, amores sin amantes, procesiones sin pascuas, domingos sin ramos, sábados sin gloria, ni domingos sin resurrección. 

José Toledo Alcalde / Para Con Nuestra América

Tiempos de espanto y desconcierto recorren las calles del mundo. Ahora se percibe la ausencia del gesto; ya bastante caído en desuso. No hay nada más apocalíptico que asistir en primera fila a espeluznantes necrópolis como las de Guayaquil, Madrid, Barcelona, Nueva York, Londres, y…Tétrico escenario donde carnes sin halito de existencia hieden perfumando la indolencia de nefastas administraciones públicas e indolentes corpúsculos privados a la orden de un mercado que no entiende de mortandad prematura pero sí de mendicidad. Y, muchos de estos cuerpos, ¿recuerdas? ¿Los de la necrópolis? besaron apasionadamente el día anterior sin pensar que ese encuentro sería el billete sin retorno.

En el escultural cementerio catalán de Poblenou (Pueblo Nuevo) “El Beso de la Muerte”, (El Petó de la Mort, en catalán) reza el epitafio: «Mas su joven corazón no puede más; / en sus venas la sangre se detiene y se hiela / y el ánimo perdido con la fe se abraza / sintiéndose caer al beso de la muerte» (Mossèn Cinto Verdaguer). 

Quién nos diría, sólo al empezar este misterioso 2020, que la cuaresma sería nuestro real y macabro evento pascual. ¡Liturgia sin fin! Pasar de la creación del aliento húmedo y vivificante a alejarnos lo más que podamos de aquellas exterminadoras gotículas insignificantes que dieron sentido a todo en un Génesis que parece narrativa de otros mundos. Quién nos podría haber dicho que la partida de ajedrez entre el caballero cruzado Antonius Block  y su contrincante la muerte, del film Séptimo Sello de Ingrid Bergman (1957), sería nuestra partida sin que de ajedrez sepamos ni siquiera una insignificante coma. Dramático juego interminable de la existencia. 

Y, en este largo juego, de cuentos y descuentos, no contento el VIH/sida con apagarnos el fuego de la naturalidad, quién nos diría que serian nuestros besos los que nos conducirían a la macabra danza, sin mascaras, ni guantes y de la mano de Camille Saint-Saëns,[1] donde la única ausente sería la alegría del vivir.

Festín de Tánatos. Embriagados, con la multitudinaria asistencia de la feligresía, repartían besos por doquier entre propios y extraños.  Sin distingos de clases. La igualdad era sintonizada en borbotones de juguetonas gotículas. Festival del sinsentido en donde las unidades de cuidados intensivos no son privilegiados paraísos fiscales donde muy pocos pueden ingresar y salir. ¡En los paraísos de las democracias perfectas, al festín tétrico del desamor - en cuidados intensos - sólo ingresa quien puede!

Puertas abiertas de par en par ofreciendo el más inesperado beso de la traición. No importa cuántos condones podríamos saquear de nuestra farmacia de turno ó cuantas camionadas de papel higiénico ó mascarillas podríamos haber atesorado en suntuosas residencias de burguesa inmunidad fiscal. Basta con haber jugado la estúpida partida de la inmortalidad para haber probado el amargo néctar de sus labios.      

¿Quién nos diría que seriamos nosotrxs los que crearíamos el sendero a la danza de los cuerpos sin cuerpos, de hálitos sin creación, de carnavales sin antifaces, de fallas sin vírgenes y cielos estrellados? 

¿Quién nos diría que tsunamis de gotículas nos exterminarían, cual perfecto genocidio sin culpables, y a fuerza de tóxicas mareas de estornudos y cómplices salivazos, seriamos sumergidos en los más confusos besos de la desesperanza?

 ¿Quién nos diría que se nos tenía preparado al mejor exterminador, invisible y certero, de cuyas manos cientos y miles caen cada día?  Inmune espectro de andar lujurioso ante el enceguecido mirar de una Corte con mucho de Penal y sin sombra de Internacional.
¿Quién nos diría que seriamos nuestros verdugos y las armas nuestros dedos inquietos en membranosos agujeros? ¿Qué fue lo que sucedió? 

¿Qué hicimos o dejamos de hacer para por medio de engañosos besos, a través de las puertas de nuestros placeres, nos encontremos de un momento a otro, en un abrir y cerrar de ojos, viéndonos partir sin rumbo como apesadumbradas hojas de otoño?

¿Se equivocó el Zohar[2] al revelarnos la fuente de nuestra mortal inmortalidad la cual llenándonos de sus poéticas gotículas no nos hizo otra cosa que el amor?: Se nos ha enseñado que el besar es la unión de un espíritu [ruah] con otro espíritu, por ello el beso es en la boca, pues la boca es el origen y la fuente del espíritu. Y por eso en el amor, el beso es en la boca y se une espíritu con espíritu, sin haber separación del uno con el otro.

Pareciera que asistimos a la perpetua afonía de un Cantar de los Cantares a quien se le secuestro el alma por quien sabe qué tipo de murciélagos ó vampiros travestidos de piratas. 

Invitadxs a una última cena sin besos de traición, pero sí con traiciones de mantel en inhumanas e inmundas sobremesas donde se reparten, una vez más, las entrañas de los pueblos. Cantar sin cantores, amores sin amantes, procesiones sin pascuas, domingos sin ramos, sábados sin gloria, ni domingos sin resurrección. 

Ojalá que al final del desconcierto exista el concierto de lo que no debe seguir existiendo, y la certeza que sólo lo innegablemente nuevo será aquello que haga del Mors Osculi el santo y seña del tránsito del desamor al festín de los besos sin límites. Ósculos que hermanan, perdonan para ser perdonados, alegran para ser alegrados, abrazan para ser abrazados, liberan para ser liberados, resucitan para ser resucitados.  

El único consuelo que veo merodear frente a la ventana, lejos de los míos, de los tuyos, de los nuestros, me sumerge en el inmune abrazo y sanador susurro de un poema. Gotículas inmortales del espíritu insurgente del amor antiviral. No sabemos hasta cuando vagabundeando en medio de esta laica y aún incomprendida cuaresma. Mientras hay, sin existir, algunos por allí que hacen de la violencia y barbarie del odio, entre los pueblos, tóxicos besos de avaricia, rencor y traición. 

Mientras perduren, en relativos tiempos y espacios, algunos por allí, creyentes en que existen muros que pueden detener la indignación amorosa de los pueblos, aún y a pesar de la existencia de estos alguienes, resistimos prefiriendo ser besados por la calidez de aquel Eros entre rejas, cuarentenarias utópicas seducciones, y mil veces históricas esperanzas, como la de Gabriela Mistral:
      
          Besos
Hay besos que pronuncian por sí solos
la sentencia de amor condenatoria,
hay besos que se dan con la mirada
hay besos que se dan con la memoria.

Hay besos silenciosos, besos nobles
hay besos enigmáticos, sinceros
hay besos que se dan sólo las almas
hay besos por prohibidos, verdaderos.

Hay besos que calcinan y que hieren,
hay besos que arrebatan los sentidos,
hay besos misteriosos que han dejado
mil sueños errantes y perdidos.

Hay besos problemáticos que encierran
una clave que nadie ha descifrado,
hay besos que engendran la tragedia
cuantas rosas en broche han deshojado.

Hay besos perfumados, besos tibios
que palpitan en íntimos anhelos,
hay besos que en los labios dejan huellas
como un campo de sol entre dos hielos.

Hay besos que parecen azucenas
por sublimes, ingenuos y por puros,
hay besos traicioneros y cobardes,
hay besos maldecidos y perjuros.

Judas besa a Jesús y deja impresa
en su rostro de Dios, la felonía,
mientras la Magdalena con sus besos
fortifica piadosa su agonía.

Desde entonces en los besos palpita
el amor, la traición y los dolores,
en las bodas humanas se parecen
a la brisa que juega con las flores.

Hay besos que producen desvaríos
de amorosa pasión ardiente y loca,
tú los conoces bien son besos míos
inventados por mí, para tu boca.

Besos de llama que en rastro impreso
llevan los surcos de un amor vedado,
besos de tempestad, salvajes besos
que solo nuestros labios han probado.

¿Te acuerdas del primero...? Indefinible;
cubrió tu faz de cárdenos sonrojos
y en los espasmos de emoción terrible,
llenáronse de lágrimas tus ojos.

¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso
te vi celoso imaginando agravios,
te suspendí en mis brazos... vibró un beso,
y qué viste después...? Sangre en mis labios.

Yo te enseñé a besar: los besos fríos
son de impasible corazón de roca,
yo te enseñé a besar con besos míos
inventados por mí, para tu boca.

¡Los pueblos tienen la palabra!


[1] Camille Saint-Saëns. La danse macabreOpus 40. En: https://www.youtube.com/watch?v=71fZhMXlGT4

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