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sábado, 2 de mayo de 2020

¿La crisis cambiará la historia latinoamericana?

Diversos análisis y estudios sociales sostienen que la crisis provocada por la pandemia del coronavirus es inédita, solo comparable con la de los años 30 del siglo XX (aunque peor); que la humanidad se halla en una situación similar a la segunda postguerra mundial; y que la historia cambiará en forma inexorable. El panorama es igualmente válido para América Latina.

Juan J. Paz y Miño Cepeda / www.historiaypresente.com

La devastadora crisis de los 30, que estalló en los EEUU provocando millones de desempleados (llegó al 25%) y miles de empresas cerradas, solo fue superada con la política del New Deal, del presidente Franklin D. Roosevelt (1933-1945). Gracias a ella, fueron abandonadas las recetas de la economía liberal ortodoxa -que se demostraron inútiles- y se impusieron soluciones nunca antes aceptadas: intervención sobre bancos y empresas, prisión y sanciones a empresarios especuladores, prohibición de despido de trabajadores, fomento del sindicalismo, plan emergente de abastecimientos, bonos y subsidios, seguridad social universal y pensiones jubilares; pero, ante todo, intervención del Estado con regulaciones, controles de precios, inversiones, obras y servicios públicos, financiados con fuertes impuestos (hasta el 79% sobre ingresos superiores a 5 millones de dólares) y controles de ganancias y patrimonios. Roosevelt cuestionó la insensibilidad de las corporaciones, mientras los republicanos y la elite empresarial se quejaba del “desplume a los ricos”. EEUU iniciaron así la construcción de una economía social.

Después de la II Guerra Mundial (1939-1945), los EEUU consolidaron su hegemonía en el mundo capitalista/imperialista, pero su liderazgo también fue importante para la reconstrucción de la devastada Europa con la ayuda del Plan Marshall y para la creación de múltiples instituciones internacionales que marcaron al siglo XX: tras los Acuerdos de Bretton Woods (1944) nacieron FMI, BM y también GATT, años después la ONU (1945), OMS (1948) e incluso la OEA (1948). Sin duda, ese liderazgo estuvo condicionado por la guerra fría con la URSS y el bloque socialista que nació en esa misma postguerra, ampliado luego por las revoluciones en China (1949), otros países asiáticos, y Cuba (1959). En cambio, los países europeos edificaron sus economías sociales de mercado, con Estados de bienestar.

Las economías sociales en Europa y los EEUU se modificaron a partir de la década de 1980, cuando las políticas de Ronald Reagan (1981-1989) y Margaret Thatcher (1979-1990) en Gran Bretaña, encabezaron el giro mundial hacia el neoliberalismo, que triunfó con el derrumbe del bloque socialista y el éxito de la globalización transnacional. De acuerdo con Joseph Stiglitz, al abandonar el camino hacia una economía social, los EEUU agudizaron la desindustrialización a favor del capital financiero, crecieron las injusticias económicas, y se incrementó la pobreza al ritmo de la concentración de la riqueza.(1) En Europa solo los países nórdicos mantuvieron fuertes beneficios, porque en los otros fueron afectados los Estados de bienestar, aunque sin renunciar a varios beneficios colectivos como la seguridad social y la educación pública. Aún así, quienes perdieron con las reformas fueron las clases medias y, sobre todo, los trabajadores y sus derechos.

En América Latina las soluciones a la expandida crisis de los años 30 llegaron con los gobiernos “populistas” clásicos (Getulio Vargas [1930-1945; 1951-1954] en Brasil, Lázaro Cárdenas [1934-1940] en México, Juan Domingo Perón [1946-1955; 1973-1974] en Argentina), que fortalecieron las capacidades estatales, su intervencionismo económico, el nacionalismo y amplias políticas sociales y laborales. Fueron orientaciones comparables con el New Deal, que Ecuador adoptó aún antes, con los gobiernos julianos (1925-1931),(2) aunque el país se estancó, de acuerdo con un estudio que aborda el período 1927-1937, en el contexto de la crisis.(3) Todas esas políticas latinoamericanas se orientaron tanto a superar los regímenes oligárquicos tradicionales, como a lograr una modernización capitalista propia, que no descuidara la cuestión social. 

Sin embargo, después de la II Guerra Mundial (1939-1945) no se afirmaron en la región sistemas de economía social (el contraste estuvo en Argentina y Uruguay, que lograron condiciones de vida que eran comparadas con países europeos). El capitalismo se consolidó con los desarrollismos de las décadas de 1960 y 1970, que tampoco las crearon, aunque mejoraron las condiciones generales gracias al activo intervencionismo estatal. Pero durante las décadas finales del siglo XX, América Latina se orientó por la globalización y el aperturismo económico en auge, época a la que siguió el ciclo de los gobiernos progresistas, que retomaron el camino para la construcción de economías sociales, que nuevamente sufrieron retrocesos y hasta parálisis con la sucesión de la actual fase de gobiernos conservadores, en medio de la cual el progresismo se reduce a unos pocos países. 

Si la crisis de 2008 fue igualmente comparada con la de los años 30, la crisis económica provocada por la pandemia actual es ciertamente inédita en la historia. Los países han debido paralizar las actividades a causa de un factor extraeconómico y los gobiernos han tenido que obligar cuarentenas con casi dos meses de duración. Según su alcance, el impacto sobre las economías podría llegar hasta el 15% del PIB y, de acuerdo con la CEPAL, América Latina y el Caribe, que ya acumulaban casi 7 años de bajo crecimiento, tendrán en 2020 una caída del PIB de -5,3% (destaca México) que “será la peor en toda su historia”, pues una contracción comparable solo se halla en la Gran Depresión de 1930 (-5%) y en 1914 (-4,9%), cuando estalló la I Guerra Mundial.(4) Hay que sumar el hecho de que la región cuenta con un 60% de población desocupada y subocupada, que resulta seriamente impactada con las cuarentenas; y que, además, las capacidades estatales fueron desmanteladas antes de la pandemia, por la subordinación de los gobiernos conservadores al modelo de economías neoliberales.

La ortodoxia del mercado libre quedó derrumbada con la crisis sanitaria, porque se hizo evidente al mundo la conveniencia de contar con Estados fortalecidos y capaces de cubrir los servicios básicos para su población, especialmente en el área de la salud. Por eso, en Europa se retoma la idea de volver a los Estados de bienestar, y se ha creado un primer fondo común en torno a 1.5 billones de euros(5) para atender, de inmediato, la recuperación económica a favor de la población y las empresas bajo riesgo. Dinamarca y Polonia se niegan a rescatar a las empresas registradas en paraísos fiscales,(6) una medida casi imposible en América Latina y especialmente en países con gobiernos empresariales o carentes de voluntad política para hacerlo. También se destaparon realidades poco visualizadas, como la pobreza extendida en EEUU o Europa y el riesgo con el aumento de la población desempleada. Para cubrir en algo las necesidades, en ciudades como Madrid se montaron sistemas de abastecimiento básico.(7) Al mismo tiempo, tomaron impulso medidas antes insospechadas como la renta básica universal, bien sea emergente o bien permanente (en Italia, la entrega de 600 euros,(8) y en los EEUU se adoptarán “bonos” familiares y rescates),(9) porque incluso se ha previsto que el teletrabajo podría presionar a la baja en los salarios. Se discute la posibilidad de la “moneda-helicóptero” (sobremisiones monetarias del Banco Central para entregar dinero a ciudadanos y empresas, vigilando la inflación), que paradójicamente fuera una propuesta de Milton Friedman -“padre” del neoliberalismo- en 1969, quien buscaba brindar mayor capacidad de consumo a grandes masas, para acelerar el crecimiento de las inversiones privadas libres de regulaciones.(10) Se discuten flexibilidades en las jornadas, pero sobre la garantía y protección a los trabajadores. En Europa también se fomenta los acuerdos entre empresarios y sindicatos, que en América Latina están matizados por la debilidad sindical o las imposiciones finales de los criterios empresariales y gubernamentales. Mientras España fija precios topes para mascarillas y geles (en Ecuador se llamarían “precios políticos” y no de “libre competencia”), una empresa como Amazon rompe la ortodoxia e invita a comprar menos, porque el e-comercio resulta insostenible.(11) Hay empresas que implantan microchips a sus trabajadores, para controlar actividades;(12) y Apple junto a Google anuncian la creación de una app para rastrear el Covid-19 desde los celulares,(13)  una propuesta cuestionada por los ciudadanos europeos, altamente sensibles a toda incursión contra su libertad y privacidad individual. Solo Holanda se encamina a adoptar un modelo basado en la redistribución de la riqueza y no en el crecimiento del PIB.(14)

¿Cómo caminará América Latina? Al no existir integración y al haberse dejado a un lado instituciones como Unasur o Celac, la colaboración fracasa y cada país obra por su propia cuenta. Nadie ha planteado una reconstrucción semejante al Plan Marshall; sin embargo, el FMI y el BM piden algo insólito como la suspensión de los pagos por deuda para los países en desarrollo,(15) en tanto Ecuador paga 325 millones de dólares a los “bonistas”.(16) Presionados por burguesías nacionales movilizadas exclusivamente por las “pérdidas” en sus negocios, en países como Brasil se aboga por la pronta apertura y se cuestionan los riesgos médicos planteados por los científicos. La “refeudalización”, término que empleó el historiador Olaf Kaltmeier (una “aristocracia monetaria” concentra la riqueza e influye en el poder político), sigue presente.(17) Las ultraderechas advierten el “peligro” del retorno del “populismo” en un documento encabezado por Mario Vargas Llosa,(18) mientras aparecen formas de protesta nuevas, en pleno enclaustramiento.(19) En Argentina se argumenta a favor de un “New Deal”.(20) Perú adopta una renta básica.(21) Pero todas siguen como medidas aisladas, en función de las orientaciones políticas que asume cada gobierno y respondiendo a la coyuntura.

Sin claridad sobre el futuro, en la región todavía está lejos el planteamiento por un cambio permanente del rumbo histórico, que implique al menos la construcción de economías sociales. Es, en esencia, un problema de correlación de fuerzas sociales y políticas, porque la hegemonía de las elites económicas ricas, no ha logrado ser abatida.

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