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sábado, 27 de junio de 2020

Argentina: En franco retroceso

Llevamos cien días de confinamiento y el virus no cesa de expandirse. La grave situación del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) ha determinado que una estricta cuarentena se extienda por dos semanas a partir del primer día de julio, más precisamente hasta el día 17. 


Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América

Desde Mendoza, Argentina


Lo curioso es la demora en la aplicación. Dejar pasar cuatro días – un fin de semana – puede ser fatal. Esto debido a la insistencia del Jefe de Gobierno de la CABA, Horacio Rodríguez Larreta, que debe responder al empresariado que lo acompaña y siguen presionando con el cierre de negocios y empresas. Toda una muestra de fidelidad a sus raíces macristas de las que no se va desprender por más muertes que tenga en su territorio. Un desatino mayúsculo después de tanto esfuerzo, cuyo resultado va a estar reflejado en las cifras del martes por la noche. Allí veremos quién lo acompaña a llorar las muertes ocasionadas por la ambición de sus socios.
  

Su negativa generó una larga negociación entre el presidente Alberto Fernández, el gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof y el ministro de salud Ginés González García y los equipos de asesores.

 

A partir del miércoles, sólo podrán movilizarse las personas que cumplen funciones esenciales, en mantenimiento de la salud, producción y distribución de alimentos, servicios y policía y FFAA que están asimilados a funciones de apoyo. Un total de aproximadamente medio millón que vive en esa región adyacente que se moviliza en trenes y colectivos. Quien no esté autorizado no podrá circular.

 

Aunque la ocupación del sistema hospitalario está lejos del colapso, la velocidad de contagio de las últimas semanas ha obligado a las autoridades a tomar medidas con la circulación de personas entre la Capital y el Gran Buenos Aires donde se ha registrado un elevado número de personas contagiadas. Hecho que se desprende del relevamiento constante ante una crisis que no admite mentiras.

 

Si algo ha puesto en evidencia la pandemia es que nadie puede ser ajeno a un fenómeno tan acosador como silencioso. No se puede ignorar, está en todas partes y su mortal mensaje no puede evitarse, mucho menos tomarlo en broma.

 

Sin embargo, quienes más están expuestos al contagio son enfermeros/as, médicos/as, personal de ambulancias y de limpieza de los hospitales. Están en contacto con enfermos y saben de la gravedad del mal, pues han visto morir a sus compañeros en servicio. Un gran sacrificio del que toda la sociedad debe estar agradecida y que motivó aplausos unánimes en principio en muchas capitales del mundo donde se reconocía su desinteresada acción solidaria. Su profunda e inestimable humanidad.

 

El paso del tiempo y el hastío del confinamiento han ido trastornando las mentes, desafiando lo evidente. Muchos en forma espontánea, otros fogoneados por los medios masivos de comunicación con su mensaje perverso. Los pobres, los menos favorecidos, obligados a salir a buscar el pan cotidiano, están sobradamente justificados.

 

Detrás, entre bambalinas, los afortunados que están en la cima de un monstruoso sistema que ha profundizado desigualdades, instan a salir en masa a defender la economía. Tienen los recursos materiales, aunque no les importa en absoluto la vida humana.

 

Todo está en franco retroceso, el virus hace estragos en todos los países que creían que lo peor había pasado. El verano europeo inundó las playas que empezaron a poblarlas como si nada hubiera pasado. Los jóvenes ávidos de cerveza saliendo a celebrar nutridas reuniones y los mayores también se animaron a caminar en grupos. 

 

Contingentes de turistas alemanes llegaron a Barajas dispuestos a disfrutar de las bondades del mar Mediterráneo. 

 

España e Italia olvidaron lo vivido hace apenas unos meses cuando la gente moría en las calles y ponían el grito en el cielo.

 

En el imperio del norte ya han muerto más de 122 mil personas y contagiado más de 2 y medio millones, aunque las cifras son dudosas conforme replica el Director del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC), Robert Redfield quien estima que son diez veces más las cifras anteriores. Un barco en plena tempestad con un loco a cargo del timón, que pretende seguir teniendo el mando en las próximas elecciones, no es confiable ni para él mismo.

 

Brasil también sigue en una pendiente macabra con más de 2,2 millones de infectados y 55 mil muertes, mientras Jair Bolsonaro hace apariciones por televisión al borde de la locura. Un verdadero atropello a la razón, como dice el tango Cambalache.

 

China también ha visto crecer nuevamente la pandemia e impuesto severas restricciones en su capital. Otro tanto sucede en la India, Rusia e infinidad de países. 

 

Todos se afanan por conseguir la vacuna, mientras que en los laboratorios los científicos discuten por la velocidad de mutación del virus y las múltiples consecuencias de pruebas rápidas que no pueden comprobarse fehacientemente dada la necesidad y urgencia que involucra la pandemia.

 

Todo se va a pique en franco retroceso, para qué vamos a insistir con las cifras de contracción de la economía mundial dada por los organismos financieros que la registran, si la advierte cualquier hombre de a pie y la padece la mayoría que se muere de hambre o de coronavirus. Una tragedia política que deberá discutirse obligadamente junto con otros temas vitales para la sobrevivencia del mundo pospandemia.

 

Hay que pasar el invierno, como dijo Álvaro Alsogaray, el conservador ministro de economía de Arturo Frondizi, allá por 1959 y posteriormente aliado a Carlos Saúl Menem en los noventa.


Tenemos que pasar un frío invierno, encerrados y con toda la energía necesaria para seguir aguantando como lo hemos venido haciendo hasta el momento. Después… veremos.

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