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sábado, 6 de junio de 2020

Estados Unidos: la tormenta perfecta

En los Estados Unidos confluye en la actualidad una serie de factores que crispan al país, y agudizan la crisis de declinación en la que ya se encuentra inmerso desde hace varios años.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

El primer elemento que debe ser tomado en cuenta es su presidente, Donald Trump, quien desde el lugar preponderante que ocupa, ha crispado y polarizado el escenario nacional e internacional, desestabilizando el andamiaje del orden mundial construido por las grandes potencias después de la Segunda Guerra Mundial.

Donald Trump es una de las muchas posibles respuestas del sistema al desconcierto y miedo ante el declive de la preponderancia norteamericana en el mundo, especialmente después del vigoroso ascenso de China. Luego del destramamiento de la URSS, los Estados Unidos veían ante sí un panorama de continuo ascenso victorioso. Nunca se esperaron que a la vuelta de la esquina lo estuviera esperando China, y, menos aún, que el crecimiento del gigante asiático fuera a estar basado, en buena medida, en el traslado de la producción de bienes a su territorio.

Donald Trump es la respuesta de quienes han sido más golpeados por las implicaciones de esa perdida de preponderancia mundial. Al igual que en la Alemania del fascismo ascendente de los años 30 del siglo XX, amplios sectores de la población se han pauperizado y, en el otro polo del espectro, transnacionales norteamericanas, ávidas de eliminar a sus competidoras chinas, no vacilan en declararles la guerra.

La agresividad de Trump es la del que se siente amenazado y lanza golpes a diestra y siniestra. Es expresión de la desesperación, el Calígula del imperio decadente que nombra ministro a su caballo y es proclamado dios por el Senado.

Esta actitud de matonismo político divide al país, lo desgarra y lo enfrenta entre sí. No es una división cualquiera sino una agresiva, mal encarada, irrespetuosa y dispuesta a la eliminación física del adversario transformado en enemigo.

El segundo elemento que confluye en esta tormenta perfecta es la pandemia provocada por el Covid19, que saca a la luz las lacras de la sociedad, la precaria situación en la que viven millones de ciudadanos, la desigualdad y, en última instancia, lo inhumano de las bases sobre la que se construye el sistema.

Lo primero que muestra es lo insuficiente e ineficiente que es un sistema de salud privado en el que prima el sálvese quien pueda, lo desprotegido que están inmensos sectores sociales que no tienen más alternativa que morirse en sus casas o, en el peor de los casos, en las calles mismas. 

Muestra también, crudamente, la preponderancia del interés económico incluso sobre la vida del ser humano. No se trata del bienestar de la nación, sino del afán de lucro que quiere seguir engordando, que no vacila en hacer de la tragedia un negocio para crecer más, en un afán incontenible por deglutirlo todo.

Y a la par de todo eso, explota lo que ya todos sabemos, lo que todos conocemos y es un rasgo constitutivo de ese país tan poderoso: el racismo. El asesinato a sangre fría de un afroamericano a vista y paciencia de todo el mundo hace explotar las protestas que llegan hasta la Casa Blanca. Son protestas contra el racismo, pero son también muestra del hartazgo ante tanto abuso y prepotencia. A los afroamericanos y los anti racistas les ha tocado ahora llevar la voz cantante, pero pudieron haber sido las mujeres, o los ambientalistas, porque las contradicciones y las injusticias del sistema se multiplican en todas partes.

El declive de los grandes imperios es lento y lleno de contradicciones. Nos está tocando asistir al de los Estados Unidos, el más poderoso imperio que ha existido hasta nuestros días sobre la faz de la tierra, junto al que en América Latina hemos tenido que vivir y sufrir. Su derrumbe será estrepitoso y se llevará por delante muchas cosas, ojalá no tantas ni tan valiosas como para que la humanidad tenga que lamentarlo por mucho tiempo.

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