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sábado, 6 de junio de 2020

(Pensar) La vida después de la pandemia

En medio del drama de la pandemia, Francisco invita a mirar en la realidad de nuestros días el inobjetable destino compartido que nos vincula: el hecho de compartir una misma barca -la sociedad global, el planeta- en la que todos somos importantes y necesarios, y que no sobrevivirá abandonada al capricho de nuestro egoísmo y codicia.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

La Libreria Editrice Vaticana publicó recientemente un libro titulado La vida después de la pandemia, que compendia una serie de intervenciones públicas y textos -extractos de homilías, cartas y artículos-  del Papa Francisco, difundidos entre los meses de marzo y abril de este año, en los aborda el problema global de la pandemia provocada por el Covid-19, al tiempo que delinea los principales desafíos éticos, sociales, económicos, políticos y ambientales que se despliegan ante nosotros, en el marco más amplio de la crisis de civilización por la que transitamos.

Como bien lo señala el Cardenal Michael Czerny en el prefacio del libro, en el pensamiento de Francisco se advierten dos propósitos concretos: uno, “sugerir una dirección, algunas claves y directrices para reconstruir un mundo mejor que podría nacer de esta crisis de la humanidad”, y el otro, “sembrar esperanza en medio de tanto sufrimiento y desconcierto”. En ese empeño, el Papa recurre a un método de reflexión con raíces en la tradición de la teología latinoamericana, que se remonta a la Conferencia del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín en 1968: ver, juzgar y actuar, una triada de principios que ha promovido como eje de su pastoral desde el inicio de su pontificado.

En medio del drama de la pandemia, Francisco invita a mirar en la realidad de nuestros días el inobjetable destino compartido que nos vincula: el hecho de compartir una misma barca -la sociedad global, el planeta- en la que todos somos importantes y necesarios, y que no sobrevivirá abandonada al capricho de nuestro egoísmo y codicia. “La tempestad -escribe el Papa- desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades”. El sufrimiento de cientos de miles de personas en todos los continentes, insiste, debe servirnos para reconocernos en el dolor de los otros: en los más pobres, los excluidos de la globalización, los sujetos de las periferias, los invisibles, los migrantes, los desplazados, los refugiados… en definitiva, en los prescindibles en esta nuestra cultura del descarte. 

La crisis económica y el aumento del desempleo, el colapso casi generalizado de los sistemas de salud públicos -condenados a su desaparición por el neoliberalismo y sus políticas de ajuste y austeridad fiscal-, y la ausencia de un proyecto de sociedad que nos ayude a vislumbrar “el mañana de todos: sin descartar a ninguno”, son signos que anuncian un tiempo de cambios: “Las fronteras caen, los muros se derrumban y todos los discursos integristas se disuelven ante una presencia casi imperceptible que manifiesta la fragilidad de la que estamos hechos”; ante esta constatación, explica Francisco, “los paradigmas tecnocráticos (sean estadocéntricos, sean mercadocéntricos) no son suficientes para abordar esta crisis ni los otros grandes problemas de la humanidad. Ahora más que nunca, son las personas, las comunidades, los pueblos quienes deben estar en el centro, unidos para curar, cuidar, compartir”.

En línea con esta idea, Francisco llama a actuar vigorosamente por la construcción de una nueva civilización. En su Carta los movimientos populares, perfila con claridad esta tesis: “Pensemos en el proyecto de desarrollo humano integral que anhelamos, centrado en el protagonismo de los Pueblos en toda su diversidad y el acceso universal a esas tres T que ustedes defienden: tierra, techo y trabajo. Espero que este momento de peligro nos saque del piloto automático, sacuda nuestras conciencias dormidas y permita una conversión humanista y ecológica que termine con la idolatría del dinero y ponga la dignidad y la vida en el centro. Nuestra civilización, tan competitiva e individualista, con sus ritmos frenéticos de producción y consumo, sus lujos excesivos y ganancias desmedidas para pocos, necesita bajar un cambio, repensarse, regenerarse”.

Con esta clave de interpretación, y desde una perspectiva humanista que trasciende el carácter de mensajes dirigidos a los fieles católicos, en La vida después de la pandemia podemos encontrar los elementos centrales de un programa o ideario que ilumine la praxis de los movimientos sociales y populares, de las organizaciones partidarias progresistas, y de los hombres y mujeres conscientes de la gravedad de la situación que vivimos, quienes deberán entrar más pronto que tarde en la disputa política por la definición del rumbo de nuestras sociedades. Es decir, en la disputa por el futuro, por el día después en el mundo post-covid, de la que nadie debe permanecer indiferente.

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