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sábado, 22 de agosto de 2020

La globalización como maquillaje del imperialismo

 Es falso que la globalización implique interdependencia de las naciones, pues en realidad, no hay reciprocidad entre los Estados imperiales y los Estados dominados. Por el contrario, lo que se percibe es la implementación de una serie de mecanismos de imposición económica, política, cultural y militar de los Estados imperiales en detrimento de los dominados, con el fin de volcar todos los flujos de capital hacia los primeros.

Saúl Cortés Chifundo / Para Con Nuestra América

Desde Panamá



A pesar que los autores Antonio Negri y Michael Hardt en su obra IMPERIO (“Empire”) sustentan la desaparición del Imperialismo como expansión territorial y que en reemplazo ha surgido una especie de Imperio capitalista abstracto, sin centros ni jerarquías imperialistas. Cabe señalar que, aunque, su torcido imaginario anuncia dicho obitus, al menos en América Latina palpita con radicalismo, pues mantiene sus raíces más nocivas vivas.

 

¡Claro que vive el imperialismo, sigue funcionando con radicalismo…! y la metafísica se sirve a su estratagema de imponer terminologías que coadyuvan al embotamiento mental que este lesivo mecanismo político-económico cierne sobre los Estados dominados, tan solo para ocultar su nociva y aún preponderante esencia.

 

Es falso que la globalización implique interdependencia de las naciones, pues en realidad, no hay reciprocidad entre los Estados imperiales y los Estados dominados. Por el contrario, lo que se percibe es la implementación de una serie de mecanismos de imposición económica, política, cultural y militar de los Estados imperiales en detrimento de los dominados, con el fin de volcar todos los flujos de capital hacia los primeros. Prácticamente, se trata de una especie de saqueo de los capitales de los Estados débiles, llevados a cabo a través de la desregularización de los mercados que da apertura a la incursión expedita de las transnacionales, bancos y otras organizaciones internacionales creadas por los Estados imperiales, para tal fin. En consecuencia, los Estados-nación latinoamericanos, han perdido su soberanía y autonomía en todos los sentidos, pues estas entidades mencionadas se han convertido en una especie de poder político global que sobrepasa el poder político de los Estados nacionales, debilitándolos, convirtiéndolos en figuras cosméticas y sumisas al gran capital.

 

Esta nueva configuración del poder, enmascarada por el concepto de globalización, preconiza la obsolescencia de los Estados o países dominados como reguladores del orden político y económico o de las estructuras que han organizado nuestras sociedades desde otrora. A nuestro parecer, el Imperialismo con su nuevo ropaje o pseudoconcepto –Globalización– atiza la refuncionalización de los Estados débiles para que respondan al influjo o lógica imperial capitalista. Claro está, que nada de ello hubiese sido posible sin el servilismo que la farisaica burguesía criolla latinoamericana profesa a los grandes centros capitalistas, pues como los mercados internos resultan demasiados pequeños para sus ambiciones, prefieren supeditarse al capital foráneo. 

 

En este sentido, se hace evidente el adoctrinamiento ideológico al cual se someten, intencionalmente, las clases burguesas gobernantes de los Estados latinoamericanos con tal que sus intereses económicos coincidan con los de los Estados imperialistas, a razón de mantener su status quo. En la tradición familiar elitista se desborda su imperiofilia y en el peor de los casos, más precisamente su gringofilia, toda vez, que resulta imperioso enviar a sus proles a realizar estudios superiores en las “connotadas” universidades de los Estados imperialistas, de modo tal, que puedan ser entrenados respecto a toda la parafernalia globalizadora. Luego, estos prospectos, desde las estructuras estatales institucionalizan la corrupción como mecanismo exclusivo de enriquecimiento con fuerte propensión a la postración del Estado social como elemento sui-generis de la lógica imperialista. 

 

Todo este panorama globalizador, como podemos ver, desvirtúa el rol tradicional de los Estados-nación y aunque las innovaciones tecnológicas operan como elementos sustentadores de dicho fenómeno, éste resulta un mecanismo más bien político que tecnológico. Con todo esto, encaja perfectamente el comentario de John K. Galbraith, un genuino socialdemócrata norteamericano cuando decía: "la globalización no es un concepto serio. Nosotros, los norteamericanos, lo inventamos para ocultar nuestra política de penetración económica en el exterior" (Galbraith, 1997: p. 2). Así las cosas, no caben dudas, de que la dominación unidireccional se impone a la reciprocidad entre los Estados. Es decir, que, en las relaciones estructurales de la economía política mundial, los ribetes del imperialismo son más incisivos que los de la globalización.

 

Si bien es cierto, durante la primera globalización, la minería constituyó el eje de la interconexión de América con el resto del mundo y la circulación global de los metales fue el factor fundamental para conectar espacios aislados. Para entonces, a nuestro parecer, esta globalización aún no tenía ese matiz devorador, pue el influjo capitalista no surtía sus efectos en todo el mundo. En contraposición, hoy, no me quedan dudas, de que los Estados imperiales han camuflado sus indolentes mecanismos de depredación capitalista tras el concepto “Globalización”. De hecho, maniatar los Estados-nación ha tenido una función axial para la expansión global del imperialismo.

 

En definitiva, tras el concepto globalización se oculta el aparato militar imperial, norteamericano más precisamente, que desregulariza los regímenes políticos –Socialismo, Comunismo, Nacionalismo, Progresismo, etc. – que obstaculizan el flujo de capitales. Así mismo, convierten los Estados-nación latinoamericanos en una especie de guiñapos –en el sentido de algo débil, enfermizo y decaído moralmente– que se doblegan a las imposiciones que a través de las organizaciones internacionales instauran, tumbando así, el Estado de Derecho. En consecuencia, los sectores populares son pauperizados, su vida cotidiana impactada por doquier y, por tanto, la lucha de clases se hace férrea. Así, los grupos de poder político y económico del mundo, tras un imperialismo maquillado como “Globalización”, sutilmente mantienen su represión a los pueblos o naciones débiles, mediante su indolente economía de mercados.  A propósito, frente a esta arremetida imperialista contra los pueblos latinoamericanos, sería prudente propender a la utopía de crear una gran coalición de pueblos latinoamericanos para cercenar desde las urnas o procesos electorales el acceso al poder político de las tradicionales oligarquías antinacionales, principales aliadas de los imperios capitalistas y que se han prestado al descalabro del Estado social continental. Sin aliados, a lo interno de los pueblos latinoamericanos, sería imposible para el imperialismo materializar sus proyectos. Eso sí, esta estrategia sociopolítica de purga oligárquica debe ser unísona, paralela y contundente.

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