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sábado, 1 de agosto de 2020

Panamá: Construir alternativas frente al pensamiento débil y la crisis estructural

Lejos de tocar el cielo con los dedos, el país enfrenta una de las desigualdades más fuertes de la región y del mundo. Tampoco despega de ser un epicentro de los mayores escándalos de corrupción en América Latina. 


Enoch Adames M. / Para Con Nuestra América

Desde Ciudad Panamá


Cuando un empresario, trabajador, tecnócrata  o burócrata, por ejemplo,  emite un concepto orientado  a describir o explicar la realidad, debe quedar claro que siempre lo hace desde un “mirador” que generalmente forma parte de un programa ideológico-político.  Esto significa— y no siempre  conscientes de ello—, que las palabras, conceptos o “ideas fuerzas” que se utilizan, forman parte de eso que llamamos “visión de mundo”.

 

La Visión de Mundo”

 

Utilizamos la expresión  “visión de mundo” para referirnos a un conjunto de orientaciones de  valor, pautas de significación cultural— para un grupo, clase social o sociedad—, que junto a experiencias de vida compartidas, tienen la pretensión  de organizar explicaciones o  respuestas a un complejo de desafíos o retos, según sea el caso. No tienen rigor científico, pero tienden a imponerse como “verdades indiscutibles”, dependiendo de la posición o recursos  de poder de quien las emite.  

 

Por eso, la expresiones de personalidades del pensamiento económico dominante y de connotados actores empresariales—en medio de esta crisis sin precedentes—, tienen un fuerte significación semántica: “Una moratoria es perjudicial para el país”; “Yo eliminaría el requisito de ser panameño para poder ejercer una profesión”; “No sirve una población sana con un país en bancarrota”; “Eliminemos restricciones en las profesiones panameñas y traigamos mano de obra extranjera”; “Debemos tener cuidado extremo con el objetivo de elevar los estándares de la educación pública para que esto no conlleve a la destrucción de la educación privada”.

 

 Ausencia de conciencia histórica

 

Qué significación cultural o consecuencias ideológicas tienen expresiones como las anteriormente consignadas, en un país que desde hace tres décadas crece pero no se desarrolla; con tasas de crecimiento envidiables en América Latina, pero ostentando las más altas desiguales de la región y del mundo.  Cuál es el contenido de esa conciencia intelectual y empresarial que pareciera naturalizar como “condición país”, las grandes exclusiones y asimetrías, sociales y regionales.     

 

Parte del imaginario político-cultural dominante es naturalizar la condición de sociedad fracturada; normalizar las desigualdades del país a nivel del pensamiento cotidiano, del ciudadano común: la desigualdad como “normalidad” positiva y necesaria.  La otra parte, y como perversión compensatoria, es la imagen también  naturalizada de participación sin diferencias sociales en una  sociedad híper consumista. Esto recrea la ilusión, que el crecimiento y las riquezas nos tocan, por vía de un derrame incorporado como valor simbólico agregado en cada mercancía que consumimos. 

 

Sólo las promesas, ideologizadas y sin conciencia histórica, de un futuro de oportunidades aplacan momentáneamente las grandes fisuras que el “transitismo” como concepto de acumulación y crecimiento construyó históricamente, y que atraviesan nuestra sociedad como fracturas sociales y regionales. 

 

Sin embargo, es la interacción de tres niveles de contradicciones —siguiendo a Pierre Rosanvallon  (sociólogo francés) — donde se puede tener una aproximación a la pregunta: Por qué siendo Panamá el sexto país más desigual del mundo, el tercero en A.L., y en el medio de una crisis estructural desatada por Covid-19, el pensamiento débil insiste en un proyecto que profundiza desigualdades.

 

La desigualdad mostrada por la pandemia


La pandemia ha resquebrajado toda esa construcción que históricamente naturalizó el discurso dominante de carácter empresarial: Panamá emporio económico, Singapur de A.L. Mitología que es consagrada por el FMI en su vocero Alejandro Santos, cuando manifiesta: “Panamá experimentó un salto cuántico. Fue un impulso gigantesco, comparable con (el de) otros países asiáticos como Singapur o Corea del Sur” (BBC News). No obstante, y lejos de tocar el cielo con los dedos, el país enfrenta una de las desigualdades más fuertes de la región y del mundo; y no despega de ser un epicentro de los mayores escándalos de corrupción en América Latina.  


El Covid-19 le mostró sociedad en su conjunto las grandes vulnerabilidades que fueron construidas por un modelo económico social fundado desde un crecimiento concentrador y excluyente,  que profundiza desigualdades.  Estas se expresan a tres niveles:

 

1) El telón de la desigualdad como “normalidad” cayó, cuando quedaron expuestas  las fuertes diferencias socioeconómicas y culturales de la llamada “zona de tránsito”— el Panamá metropolitano (Panamá centro y parte del Panamá oeste)—, frente a las diferencias socioculturales y económicas del resto del país. Quedó en evidencia la fragilidad de la cohesión cultural nacional fundada en una histórica anormalidad social 

 

2) A su vez, al interior de ese Panamá metropolitano se mostraron diferencias y desigualdades sustanciales que, por sus heterogéneas características, marcan asimetrías muy fuertes en sus corregimientos y que definen una distancia social objetiva. Diferencias de ingresos, capacidad de consumo, calidad de las viviendas, oportunidades educativas de calidad, acumulación de riqueza y propiedades. Estas desigualdades denominadas estructurales, se extienden al resto del país. 

 

3) El propio devenir de la pandemia creó y desarrollo nuevas asimetrías. Generó  nuevos derechos y nuevas exigencias, imponiendo la realización de estas nuevas necesidades, frente a viejas no realizadas.  Esto produjo desde el ámbito social, conflictivas percepciones de naturaleza cultural que hicieron distancia social y física entre iguales y diferentes grupos sociales.  

 

La igualdad como alternativa

 

¿Porqué hacer lecturas sobre la desigualdad y para qué? Preguntas legítimas si se entiende el carácter socialmente desestructurante y explosivamente político que tiene la desigualdad. Sin embargo, la desigualdad es incomprensible si no identificamos su opuesto: la igualdad. La igualdad como principio, o proyecto programático es siempre una construcción que se hace sobre el horizonte, sobre el fututo. En ese sentido, la igualdad no es un estado definitivo y estático, es un proyecto social mediante la cual se funda la organización sociocultural que estructura el propio acontecer de la sociedad. 

 

Frente a la crisis sistémica que ha producido el Covid-19, se abre una coyuntura que hace compleja la nueva problemática de la igualdad y la diferencia, y que trae consigo un nuevo repertorio de realidades sociales. Algunas de ellas de naturaleza estructural. Otras, aunque  propias de la coyuntura, tienen capacidad de modificar lo que creíamos inmutable. 

 

La Naciones Unidas ofrece un agregado de directivas en “Desigualdad: cómo subsanar las deferencias”.  Con todo, identifica un conjunto de desigualdades que bien pudieran estar refriéndose a Panamá: “...siguen observándose desigualdades derivadas de los ingresos, la localización geográfica, el género, la edad, el origen étnico, la discapacidad, la orientación sexual, la clase social y la religión. (…). Entretanto, están surgiendo deficiencias en otros ámbitos, como el acceso a las tecnologías móviles y en línea”.

 

Corolario final

 

Procurar la igualdad es un esfuerzo que se hace para cambiar la historia, ya que se hace en contradicción con el pasado y el presente. Se trata de modificar realidades con tal de abolir aquellas restricciones estructurales que impide que los excluidos se realicen plenamente como seres humanos. Sin embargo, como manifiesta Amartya Sen: “la idea de igualdad, en efecto, se enfrenta a dos tipos de diversidad: la heterogeneidad de los seres humanos y la multiplicidad de las variables en términos de los cuales pude apreciarse la igualdad”.

 

El autor es sociólogo. Académico de la Universidad de Panamá

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