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sábado, 8 de agosto de 2020

Pero ¿en África también hay pandemia?

La pandemia ha puesto en evidencia que estamos viviendo una realidad mundial similar en todas partes, y que en todas partes hay damnificados mayores y menores. Es, pues, un fenómeno global cuya evolución es seguida con ansiedad a escala planetaria.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

El cuestionamiento que Donald Trump ha hecho de la globalización la ha vuelto a poner en la palestra de la discusión. Ella, entendida por muchos como característica central de nuestra época, como fenómeno irreversible al que hay que amoldarse sí o sí, como el tren que no espera y al que hay que subirse, aunque sea agarrado del pescante, ha mostrado con la pandemia, a pesar de don Donald, que está vivita y coleando, pero que no siempre es como nos la pintan.

La pandemia del Covid-19 es indiscutiblemente un fenómeno global en todas sus aristas, desde la forma como se propagó hasta las reacciones que ha habido frente a ella. Hoy por hoy, por ejemplo, hay varias discusiones que nos tienen a todos (a todos) tomando posición; algunas de ellas son: ¿debemos continuar con el confinamiento o debe haber procesos de apertura que permitan que la economía siga funcionando normalmente? Es decir, abrir o no abrir. No hay país en el mundo que escape a esta pregunta que parece tener la carga de sentido del ser o no ser shakesperiano.

Otro debate con connotaciones existenciales es aquella que bien podría llevar nombre de western hollywoodense: “Los que deben morir”. Si es usted ciudadano o ciudadana de la tercera edad, probablemente esta pandemia ha hecho evidente lo que usted ya intuía, pero nadie le decía por condescendencia o benevolencia: es usted descartable. La discusión de quién podrá ser enchufado a un respirador en caso de necesidad se ha vuelto más universal que la de si Cristóbal Colón debe seguir en lo alto de su columna en el Puerto de Barcelona.

Podríamos enumerar muchas aristas más que muestran que la pandemia ha puesto en evidencia que estamos viviendo una realidad mundial similar en todas partes, y que en todas partes hay damnificados mayores y menores. Es, pues, un fenómeno global cuya evolución es seguida con ansiedad a escala planetaria. Cada mañana se divulgan las estadísticas que dan cuenta del número de infectados, sanados y muertos, y se hacen proyecciones políticas sobre quiénes son los que en el mundo aciertan o no en sus estrategias de combate. 

No hay, pues, quién se quede sin opinar sobre lo que nos está pasando. Unos lo hacen con más énfasis y otros con mayor timidez, pero no hay nadie que no tenga una opinión o un sentimiento. Los expertos, como es lo usual en la era de las redes sociales, brotan como hongos, y abundan los que saben todo de los remedios milagrosos que no son autorizados por la conspiración de quienes quieren vendernos a precios exorbitantes las futuras vacunas.
Esto pasa aquí y en la Cochinchina. Es, por lo tanto, un fenómeno global. Podemos conversar por Skype, Zoom o Messenger con el amigo de México, Ecuador, Francia o España, y nos entenderemos perfectamente porque todos estamos pasando por las mismas.

Pero nuestra coyuntura pandémica también evidencia otros aspectos de la globalización. Por ejemplo, ¿qué sabe usted de la pandemia en África? ¿Sabe cómo la están pasando en Burundi, el Congo o Angola? Usted, que a lo mejor se sabe al dedillo, para ser el mejor informado en la próxima discusión, de cómo está la mortandad en Italia o España, ya no digamos en ese país gobernado por Donald Trump, ¿se ha interesado por lo que pasa en el continente africano? ¿se ha preguntado por qué no sabe? ¿se ha fijado que los medios de comunicación, que se dicen internacionales, no dicen absolutamente nada de ella?

Y, seguramente (lo digo hipotéticamente, porque no lo sé), a los africanos les pasa lo mismo: se saben al dedillo lo que pasa en los Estados Unidos, Francia, Italia o España, pero no saben lo que nos pasa a nosotros en América Latina.

Hace muchos años, un crítico de arte cubano ejemplificaba ese espejismo de la globalización horizontal contando una anécdota personal: de viaje por África, para poder ir de un país a otro vecino en avión (no recuerdo qué países eran), debía tomar primero un vuelo a París, para tomar allá el avión que lo llevara a su destino. 

Esa es la globalización que tenemos, una que no rompe, a pesar de los espejismos, con las dependencias de las que siempre hemos sido víctimas. Sería bueno tenerlo presente. 

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