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sábado, 15 de agosto de 2020

Vacunas, experimentos y falsa filantropía en tiempos de coronavirus

 Es evidente que no existen vacunas ni completamente seguras ni completamente eficaces, y mucho menos en un mundo donde la medicina está tan mercantilizada y las vacunas, como otros medicamentos, son protegidas por rigurosas normas de propiedad intelectual en forma de costosas patentes. 

Pedro Rivera Ramos / Especial para Con Nuestra América

Desde Ciudad Panamá


Vacunas y epidemias


Esta pandemia ha permitido que las desconfianzas y hasta el rechazo crítico que sobre las vacunas, venían creciendo de modo sostenido entre la población mundial, empiecen a desvanecerse. Las razones hay que buscarlas en la rapidez con la que se ha conseguido alimentar el terror a la muerte inminente, en la inoculación del virus del pánico, que al tornarse contagioso, ha hecho que cedamos con pasividad libertades fundamentales y aceptemos como normal una reducción evidente del estado de Derecho. Somos hoy tan vulnerables, que al saber al virus SARS-CoV-2 en expansión y fuera de control y ante el temor de infectarnos o infectar, estamos dispuestos a consentir todos los sacrificios y asumir todos los costos, cuando de conservar la vida se trata.

  

Las vacunas son preparaciones biológicas usadas para proteger mediante inmunidad contra enfermedades y que en mayor o menor medida o probabilidad, pueden tener efectos secundarios leves y hasta graves o nocivos. Para los que minimizan sus riesgos y solo acentúan sus beneficios y la alta seguridad que aseveran, es una exigencia en su producción, las vacunas han salvado más vidas que cualquier medicamento conocido. Sin embargo, es evidente que no existen vacunas ni completamente seguras ni completamente eficaces, y mucho menos en un mundo donde la medicina está tan mercantilizada y las vacunas, como otros medicamentos, son protegidas por rigurosas normas de propiedad intelectual en forma de costosas patentes. 

 

Esto se torna mucho más delicado, cuando el pánico infundido que actualmente se ha esparcido por todo el planeta con el coronavirus, al diezmar sensiblemente la capacidad de análisis, de racionalidad y de crítica, permite que se justifiquen el salto de pasos esenciales en la investigación, desarrollo y producción de medicamentos y vacunas, se autorice el uso de equipos de efectividad dudosa, que  pacientes graves se conviertan sin su consentimiento, en verdaderos cobayos humanos para probar cuestionados tratamientos o medicamentos experimentales.

 

Así como muchos suelen señalar los grandes beneficios potenciales que aportan las vacunas, aun cuando los mismos no están garantizados; igualmente desde hace mucho tiempo, existen numerosos ejemplos de daños tan graves a las personas, que han terminado hasta con la muerte. Y es que en las vacunas se añaden aditivos o adyuvantes tan peligrosos y que no siempre están suficientemente estudiados, como escualeno, thimerosal, polisorbato 80, productos bacterianos y otros, que pueden causar convulsiones, infertilidad, sobreestimulación del sistema inmunitario, autismo, esclerosis múltiple y como el síndrome de Guillian-Barre, que en 1979 mató en los Estados Unidos cientos de personas durante una campaña de vacunación contra el H1N1. Eso explica porque en el 2017 durante más de un mes, los italianos rechazaron la aprobación de una ley de vacunación obligatoria, que incluso pretendía prohibir a los niños no vacunados asistir a las escuelas.

 

Siendo así, la vacunación con drogas de laboratorio no puede ser la única ni la mejor opción que se tiene para protegerse contra enfermedades. Existen alternativas que aunque parezcan menos efectivas, son medidas que sirven para aumentar las defensas y así alentar la fortaleza de un sistema inmunitario. El ejercicio diario, el uso de la vitamina C o el consumo de alimentos con ajo o ricos en vitaminas A y B, han sido reconocidos por sus efectos preventivos  en la aparición de bacterias patógenas y en el mejoramiento de los síntomas de la gripe. De hecho, las vacunas más que prevenir una enfermedad, lo que realmente hacen es impedir que pueda ser curada, porque suprimen o incapacitan la respuesta inmunitaria celular que poseen todos los individuos.

 

Una de las cosas más importantes a considerar relacionadas con las vacunas, es que todo programa de vacunación debiera estar basado en el consentimiento informado de las personas. Nadie con solo recibir las informaciones de las autoridades sanitarias sobre las bondades de una vacuna, debiera exponerse a ellas sin saber siquiera su nombre y el del fabricante.  Vacunarse o no debe ser siempre resultado de una decisión enteramente individual y voluntaria, que depende de muchos factores, sobre todo del nivel de riesgo de la enfermedad y de los peligros potenciales asociados con las vacunas. 

 

Esto cobra mayor importancia si consideramos que con las vacunas de H1N1, muchos Estados se vieron obligados a suscribir acuerdos con los laboratorios farmacéuticos, aceptando renunciar a  posibles reclamos de indemnizaciones, si las vacunas no respondían como se esperaban. Verdaderos compromisos inviolables de protección legal de las farmacéuticas ante demandas civiles. ¿Por algo será, no? De esta forma si surgen complicaciones o lesiones, la población estará totalmente desprovista para exigir responsabilidades.

 

A los que todavía puedan sorprenderle que muchos tratamientos antivirales tengan efectos secundarios tóxicos, que los laboratorios farmacéuticos casi siempre ocultan o solo deciden revelarlos cuando ya han obtenido suficientes beneficios económicos y acceder a su retiro del mercado de los medicamentos, les sería muy útil revisar parte del historial que se ha podido conocer de los fraudes, engaños, afectaciones al derecho humano a la sanidad y el uso de prácticas que son una verdadera afrenta a la salud pública, en que ha incurrido esta industria para garantizar sus desmedidos márgenes de beneficios económicos. 

 

Pero hasta allí no llega la cosa, cuando alguien rehúsa pagar regalías, la violencia puede ser una buena consejera, como bien lo demostró el bombardeo aéreo ordenado por Clinton, el 20 de agosto de 1998 de la fábrica de medicamentos Al Shifa, en Jartum, Sudán, bajo la falacia que producía armas químicas, concretamente el gas letal VX para Al-Qaeda, cuando lo que realmente hacían eran medicamentos contra el SIDA y bajo un acuerdo con la ONU, productos veterinarios para Irak.

 

Por eso no es tampoco extraño que a finales de la década del 80 y principios de los 90, le concedieran poca importancia al descubrimiento de que muchas de sus vacunas, habían sido obtenidas utilizando productos derivados de bovinos, de países donde la enfermedad de las vacas locas estaba reportada. Mientras que en Finlandia a mediados del 2010, se vieron obligados a suspender el uso de la vacuna Pandemrix usada contra la gripe H1N1, cuando encontraron una correlación clara entre esta vacuna y un aumento alarmante de casos de narcolepsia y trastornos neurológicos en niños y jóvenes. Lo mismo se encontró en Suecia, hasta que la propia OMS reconoció que casos similares se habían producido en 12 países. En ese mismo año la India paralizó completamente su programa de vacunación, cuando cuatro niños murieron inmediatamente, después de recibir la vacuna contra el sarampión.

 

En marzo de este año 2020, la FDA (Administración de Drogas y Alimentos de los Estados Unidos), solicitó al personal de salud de ese país, suspender temporalmente el uso en bebés y niños pequeños de la vacuna Rotarix de la empresa GlaxoSmithKline contra el rotavirus, al encontrar en ella rastros de un virus porcino llamado PCV1. Aunque esta agencia estadounidense asegura que tal medida se adopta por precaución, se recuerda que otra vacuna contra este virus, la Rotashield de Wyeth Pharmaceuticals, fue retirada en 1999 cuando se le relacionó con la aparición, de un raro problema intestinal llamado invaginación intestinal. 

 

Sin lugar a dudas que las vacunas representan dentro de la cartera de ventas de las empresas farmacéuticas, uno de sus productos más lucrativos. La razón más poderosa se encuentra en un mercado mundial de vacunas, que solo en el año 2018 generó ganancias por el orden de 37,000 millones de dólares y que para el 2027 espera alcanzar la astronómica cifra de 64,500 millones. Este tan rentable mercado es controlado en casi un 80% por solamente cuatro consorcios: GlaxoSmithKline, Merck & Co., Sanofi y Pfizer. Sin embargo, dentro de las ventas globales de vacunas, las antigripales, por la complejidad de su producción, su obsolescencia y las fluctuaciones de la demanda, no tenían, como podría presumirse, una cuota ambiciosa. Situación que por supuesto parece que cambiará radicalmente, por la alta demanda que tendrán con la actual pandemia de COVID-19.

 

Lo cierto es que las vacunas antigripales, con su promesa de inmunidad temporal y para las que nunca se le han hecho estudios profundos imparciales sobre su efectividad y la duración de las defensas que aseguran brindar, no han podido demostrar que protegen contra las infecciones causadas por virus, toda vez que estos no solo suelen mutar constantemente y con mucha rapidez, sino que además tienen genes que cambian de ubicación y con ello modifican sus propias propiedades. Pero lo que sí sabemos es que con la inmunidad natural (la que nos otorga nuestra propia biología), se puede llegar a contar con una protección de casi medio siglo, en lugar de un posible resguardo de solo un año contra la gripe y una mayor seguridad de ser más propensos a sufrir efectos adversos.

 

Experimentos humanos y falsa filantropía

 

También es oportuno en estos tiempos de tanta incertidumbre, desconcierto y muchas amenazas reales a la vulneración de nuestra salud y vida, con pruebas aceleradas de tratamientos y vacunas experimentales, acercarnos un tanto a aquellas aberraciones que en nombre de la “ciencia y su desarrollo”, se justificaron como “experimentos” y donde los seres humanos eran considerados verdaderos cobayos. Allí está la infestación intencional de casi dos mil guatemaltecos (incluyendo enfermos mentales), con sífilis y gonorrea entre 1946 y 1948, que en fecha reciente llevó a Obama a pedir disculpas por tanto y criminal agravio. Un ensayo similar se realizó entre 600 estadounidenses negros de Alabama (1932-1972), que fueron deliberadamente dejados sin tratamiento y solo sobrevivieron 60.

 

En 1931 financiado por la Fundación Rockefeller, el coronel y doctor Cornelius Rhoads, condujo en el hospital Prebisteriano de San Juan, Puerto Rico, un supuesto “ensayo científico” donde infectaba a personas anémicas sin su consentimiento, con células cancerosas y sustancias radiactivas. Confesó que mató a 8 y en lugar de ser considerado un criminal, fue condecorado y ascendido a jefe de la División de Armas Biológicas del Ejército, desde donde dirigió el programa de guerra biológica en Maryland, Utah y Panamá. Precisamente desde allí recomendó eliminar a los independistas portorriqueños mediante el uso de estas armas. 

 

Asimismo, aquí en Panamá, en la Isla de San José, durante la II Guerra Mundial y sin ninguna consideración ética o humana, se realizaron experimentos con el venenoso gas mostaza, que era rociado adrede en soldados del Regimiento de Infantería 295, conformado por portorriqueños, afroamericanos y algunos de ascendencia japonesa.

 

Estos experimentos tan brutales solo demuestran, que los cobayos humanos mejores para practicar con ellos abusos y salir exonerados de consecuencias, son todos aquellos que provienen de poblaciones indefensas, pobres, analfabetos, presos, indios, latinos y negros. Una prueba más de este criminal comportamiento ocurrió en 1990 en Los Ángeles, cuando sin informarles a sus padres, más de 1500 bebés  negros e hispanos fueron tratados con una vacuna experimental contra el sarampión. Algo similar ocurrió en Inglaterra cuando a niños negros pobres, les fue aplicado el veneno Zidovudina o AZT para el SIDA. 

 

En estos pocos desinteresados esfuerzos para el control de las enfermedades infecciosas y sobre todo en la investigación, desarrollo y producción de nuevas vacunas en el mundo, viene llamando poderosamente la atención, el sospechoso interés que muestra el magnate de Microsoft, el multimillonario Bill Gates, que junto a su esposa dirigen una fundación desde hace más de veinte años, que se cree que surgió para tratar de limpiar la deteriorada reputación de Gates, después del juicio antimonopolio contra su compañía.

 

A este raro y poco creíble exponente de filantropía, se le ha asociado directamente con la presentación de una fórmula, que con la pretensión de disminuir las emisiones de CO² y su impacto en el cambio climático,  tiene entre sus principales variables la reducción de la población global. Para ello se supone que haría falta contar con una pandemia que tuviera alta letalidad, acelerar la aparición de enfermedades degenerativas o reducir la fertilidad (mediante el uso de técnicas de esterilización) y con ello los nacimientos. En este desvarío de falsa preocupación por la humanidad y sus problemas, una pandemia junto a las vacunas desempeñarían un papel sumamente crucial, al aportar una reducción de la población mundial entre un 10-15% y un aumento exponencial de las personas a vacunarse por miedo al temible virus pandémico. 

 

Es evidente que Bill Gates tiene en esta pandemia de COVID-19 sus prioridades “filantrópicas” muy bien definidas. Ha dedicado cientos de millones de dólares con la esperanza de encontrar rápidamente una vacuna, para un brote viral que asegura haberle advertido a Trump, en diciembre de 2016 que aparecería. Su obsesión de cambiar, desde una visión distorsionada el curso de los acontecimientos humanos es de tal magnitud, que junto a su esposa e hijos se distraen con cierta frecuencia, en un juego de mesa llamado “Los colonos de Catán”, donde “los jugadores son colonos que han aterrizado en una isla deshabitadas y tienen que construir una nueva civilización” ¿Qué curioso?

 

Continuará...

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