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sábado, 5 de septiembre de 2020

En guerra con el micromundo: La nueva normalidad (III)

 La nueva normalidad es un proceso de encuentros, desencuentros y rearticulación de clases sociales y generaciones que estamos obligados a visualizar y adaptarnos, si queremos ser parte del nuevo pacto social y evitar nuestro desfase o disfuncionalidad sistémica.

Byron Barillas / Para Con Nuestra América


En América Latina, la “nueva normalidad” en contexto de la actual pandemia es una combinación histórico-coyuntural de “a-normalidades”. Como bien señalaba Ricardo Dudda “la economía de la Gran Reclusión (como la denominó el FMI) era hasta hace poco el nuevo normal (….) que pronostica un mundo más oscuro y cerrado sobre sí mismo”(1) con repercusiones en una crisis recesiva de la economía mundial cuya profundidad cambiará incluso las reglas del juego para salir de la misma, al grado que el mismo FMI está planteando con realismo que no es posible sacar a flote las economías gravando con más impuestos el trabajo y el consumo que también están en cuidados intensivos, por lo tanto, habrá que implementar un estrategia impositiva sobre el gran capital, argumentando que las grandes empresas y multimillonarios deberán asumir una cuota significativa de responsabilidad ante la actual crisis. Pero esa “nueva normalidad” es a la vez un remanente, una evidencia arrastrada de desigualdades sociales, de graves distorsiones del sistema capitalista postindustrial dominado por el capital financiero y su impacto en la distribución y redistribución social del ingreso y la riqueza.
   

Esa desigual distribución que es consustancial al capitalismo como bien lo estableció Marx hace más de 100 años, se presenta en nuestra región con profundas grietas sociales, propiciadas por al menos dos factores estructuralesque preceden la emergencia pandémica del COVID 19.

 

Uno de los factores de esa desigual distribución de la riqueza, es la gradual o fáctica anulación de la función social de los Estados expresada en privatizaciones de los servicios básicos y corrupción en la función pública, con severos impactos al bien común, cuyo caso emblemático es Chile convulsionado meses antes a la irrupción de la Pandemia, por las extremas carencias sociales provocadas durante más de cuatro décadas de absoluto dominio neoliberal que llevaron al pueblo chileno al límite de la sobrevivencia. Un segundo factor clasista disonante de dicha función social,  ha sido la cooptación del Estado y la depredación de los recursos públicos por parte de las élites empresariales en cada país y a nivel global, quienes vienen acumulado capital vía exenciones de impuestos y toda clase dispensadores normativos u ocultamientos gubernamentales que redundan en mayor acumulación de capital,  cuya política económica ha sido adoptada en Centroamérica por Panamá, Costa Rica, Guatemala y la mayoría de los otros países, así como en América del Sur en países como Argentina, Chile, Brasil o Ecuador  en los últimos años. 

 

Sin habernos despojado de las herencias estructurales antes citadas, en plano más societal, el  aquí y ahora de la “nueva normalidad” es vivenciada como ansiedad, miedo y desesperación (con matices y  diferenciaciones de estratos y clases), siendo evidente que el látigo del aislamiento pandémico golpea y golpeará ante todo, a la población más desprotegida e históricamente excluida, multiplicada ahora por lo que podríamos llamar una “exclusión ampliada”, es decir, aquella que alcanza a los nuevos desempleados, a los suspendidos, a quienes han cerrado sus pequeños negocios o ventas, que además amenaza con empobrecer aún más a sectores de la clase media del sector público y privado.  Muchos de ellos abortos en una sensación-vivencia de abandono social, desde donde podríamos decir, --parafraseando al sociólogo funcionalista Robert Merton--, se están configurando claros escenarios de “anomia social” en el sentido de pérdida de proyecto de vida, de invisibilización como sujetos de derechos o su visibilización como no-sujetos disfuncionales al sistema social dominante.  

 

Paralelamente, esa nueva normalidad está configurando o reconfigurando fenómenos sociales diversos, unos que serán pasajeros y otros habrán de ser incorporados a nuestra vida social.  Entre ellos se resaltan los cambios y retos de carácter generacional e intergeneracional.  En cuanto a lo generacional hay una preocupación mundial por la desvinculación de miles y millones de niños y niñas de las escuelas con efectos impredecibles, tal como lo manifestara con crudeza a principios del mes de Agosto 2020  el Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres: “Nos enfrentamos a una catástrofe generacional que podría desperdiciar un capital humano incalculable” (2) , llamando a todos los  países a priorizar la reapertura de escuelas y colegios luego de tener controlada la transmisión local del Coronavirus para evitar esa catástrofe, de esta preocupación surge ahora la nueva tendencia denominada “La Gran Reapertura”, la cual pareciera marcar, un nuevo reordenamiento social y económico a nivel mundial.  El otro fenómeno potenciado en plena pandemia con efectos más allá de ésta, es un proceso de resocialización inter-generacional como no se había experimentado antes, una resocialización mediada por la virtualización de los vínculos sociales, que ha puesto a dialogar a dos o tres generaciones a la vez en el plano doméstico y en el plano pedagógico de la educación formal. 

 

En síntesis, la nueva normalidad es un proceso de encuentros, desencuentros y rearticulación de clases sociales y generaciones que estamos obligados a visualizar y adaptarnos, si queremos ser parte del nuevo pacto social y evitar nuestro desfase o disfuncionalidad sistémica. 

 

NOTAS

(1). Dudda (2020). Nueva Sociedad. NUSO Nº 287 / Mayo – Junio. 

2). Diario El País, España. 

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