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sábado, 31 de octubre de 2020

Argentina: La derecha, cada vez más vieja

 Si bien las nuevas políticas del odio son un relato cerrado que no requieren validación y, como característica fundamental, descartan el diálogo, su praxis las lleva al ataque y destrucción del que piensa diferente.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América

Desde Mendoza, Argentina


Así como la pandemia demostró que sólo la solidaridad hace posible sobrevivir a la enfermedad. Que no hay medida más eficaz que seguir a rajatablas las medidas de higiene, seguridad y distanciamiento o aislamiento preventivo. Apelando a la obediencia y armonía que concede la vida democrática; la derecha siempre regresa más arcaica y reaccionaria que nunca. Que sus integrantes no están dispuestos a obedecer. Que los únicos que pueden ejercer el mando son ellos. Que sólo entienden que no quieren perder ni uno solo de los privilegios y, como señores feudales, se manifiestan; dueños de fortunas, tierras, vidas y con todos los medios a su disposición.

 

Puede que la irrupción de la posverdad, las fake news, en la política hizo posible el ingreso de personajes sin trayectoria ni ideología en la conducción de los países. Un hábil manejo de los comunicadores, de los formadores de opinión orientada hacia los segmentos jóvenes de la población, sin una experiencia en los rabiosos tramos del neoliberalismo, como también de clases medias desencantadas o de convencidos ultraconservadores que conforman desde siempre las sociedades de la región, como también en los países centrales, posibilitó que irrumpieran bichos raros a gobernar. Y, una vez allí, lo hicieran para sus propios intereses a espalda de sus representados y simpatizantes.

 

Esos grupos antipolítica, que avanzan a contrapelo de la historia, de la ciencia y de las recomendaciones de las organizaciones de la salud y de los científicos, salieron a las calles desafiando al virus y a las recomendaciones oficiales encargadas de resguardar la salud de la población. Puede que en algo se justifiquen dado el agotamiento producido por el prolongado encierro, hecho que erosiona la salud mental de algunos estamentos en riesgo, sobre todo enfermos e infantes condenados a vivir en departamentos o en las reducidas viviendas de los cinturones de conurbanos, los que desde ya se justifican. Esta experiencia sigue sorprendiendo con efectos no deseados. No es a esa gente a las que aludo, me enfoco en los que salen a desafiar con bronca, con ese renovado odio que ha resurgido en versiones aterradoras en diversos lugares. Aquellos que los mueve sólo la bronca. Siempre esgrimiendo la libertad y los sacrosantos derechos individuales en la circulación, destacando su respeto y respaldo constitucional. Porque siempre se presentan como republicanos.

 

En ejercicio de esos mismos derechos, ahora se respaldan en la propiedad privada, como amos y señores de la tierra que, en nuestro continente, desde Colón en adelante, siempre ha sido usurpada. Por eso esgrimen, con ¿justa causa? La tierra no se vende, se hereda. Como si se tratara de un legado de sangre, una cuestión de linaje, propia de señores feudales.

 

Con esa actitud, Luis María Etchevehere, ex ministro de agricultura y cabeza de la Sociedad Rural, recuperó el casco de La Nueva, ocupada por su desheredada hermana, de sus campos en Entre Ríos, tras un fallo judicial que convalida este tipo de acciones, en momentos en que se desalojaba a la gente que había usurpado las tierras de Guernica en Buenos Aires. En ambos casos, el presidente estuvo en contacto con los gobernadores de ambas provincias que son los que tienen a cargo sendas jurisdicciones, respaldando su gestión y advirtiendo sobre la posibilidad de entregar terrenos fiscales para explotaciones agroecológicas y dar respuesta a las demandas de vivienda. Cuyo histórico déficit intenta satisfacer con la reactivación de los planes Procrear, lo que daría un fuerte impulso a la alicaída actividad económica, específicamente, la de la construcción.

 

Hechos que el negacionismo opositor tuerce, intentando instalar un pensamiento hegemónico que avive el fuego entre sus cerrados seguidores. Improvisando el terror al comunismo. Algo absurdo pero de renovado pregón.

 

Si bien las nuevas políticas del odio son un relato cerrado que no requieren validación y, como característica fundamental, descartan el diálogo, su praxis las lleva al ataque y destrucción del que piensa diferente. Hay un aturdimiento y una exhortación a gritos sobre ejercicio de la libertad, derechos democráticos y república, estas consignas están vaciadas de contenido, conforman los estandartes de lucha contra quien se les oponga en el camino. Desconocen la autoridad, los mecanismos democráticos de representación ciudadana como los estamentos científicos. Identificando al oficialismo en este repunte de la pandemia como gobierno de científicos.

 

No es nuevo y puede que la novedad sea la utilización de los avances tecnológicos en comunicación y redes que permiten captar la atención a través de reducir a algoritmos las opiniones individuales y organizar así esas preferencias y gustos, bombardeando luego con mayor insistencia y sin pausa a las multitudes a ser manipuladas.

 

Lo hicieron en la historia reciente, con diarios primero, luego radio y televisión. La libertadora fue un sangriento golpe civil, eclesiástico y militar que derrotó a un gobierno democrático en 1955. No hace mucho tiempo que se reconoció el bombardeo a Plaza de Mayo, los fusilamientos de José León Suárez, cárcel y persecución del peronismo, como la proscripción y prohibición de nombres y símbolos del partido depuesto.

 

En esa misma línea, los monjes ocultos del odio intentan instalar los 30 mil muertos por la pandemia con los 30 mil desaparecidos de la dictadura. Paralelos ambiguos usados por legisladores opositores que luego se retractan y se disculpan, pero el daño hecho está, como la duda que siembran y esperan que germine.

 

En esa atmósfera del vale todo, aparece el libro Hermano, en donde el periodista Santiago O’Donnell expone la denuncia de Mariano Macri, hermano menor del expresidente, cuyo contenido y pruebas pueden derivar en impensadas consecuencias. Sobre todo, porque el denunciante compara su desplazada situación, la diferencia entre el empresario Franco, creador del imperio y su egoísta primogénito,  con la catástrofe sufrida por el pueblo argentino. Testimonio que comienza a planificarse en diciembre pasado y se concreta a través de largas entrevistas en tiempos de pandemia. Desde luego que el principal inculpado niega todo. Seguramente, amparado por esa innata impunidad que da la inmensa y difusa riqueza que lo respalda.

 

Con todos sus efectos devastadores, con su constante mutación, el virus sigue demostrando su fragilidad ante la ambición humana y su perversa mente que la lleva a distorsionar la realidad, propia y ajena. La crueldad del poder no conoce límites. Siempre puede exigir un poco más.

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