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sábado, 9 de enero de 2021

El año de la pausa

 Frente al apagón dominante, las únicas luces encendidas en la emergencia son las que silenciosamente elevan los sometidos, los dominados, los eternos explotados. De allí que la pausa impuesta encendió la luz roja; esperemos que quienes tienen la sartén por el mango hagan algo.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América

Desde Mendoza, Argentina


Hace un año, celebramos el cambio de calendario como siempre, sabiendo que, convencional y tradicionalmente, en diversas ciudades del mundo se reúne la gente a esperar y corear entusiasmada la cuenta regresiva del cambio de año, que da lugar a los fuegos artificiales durante media hora o más, según los presupuestos. Se iluminan grandes carteles en los edificios más elevados y las sirenas de los barcos largan sus pitazos a los cuatro vientos, mientras las aguas cercanas a las playas se salpican de luces multicolores junto a las estrellas del cielo infinito.
  

Se preparan las copas para el brindis mientras se descorchan botellas de champán, sidra, ponche, canelazo, cola de mono. Es el pretexto para juntarse, comer y beber hasta quedar exhaustos y aliviar la resaca con algún marisco, según la cercanía a la playa que hubiera.

 

En otras palabras, entramos como siempre, como una estampida de caballos desbocados al nuevo calendario 2020. Y… de pronto… un virus diminuto e invisible paralizó el mundo e impuso la pausa. Todo se paró y las narices quedaron aplastadas frente al ventanal que nos mostraba una realidad adversa y aterradora. Algo nunca visto, jamás sufrido colectivamente. Una experiencia única, intransferible que, en lo personal tuvo un impacto subjetivo especial. En el mejor de los casos, dejó una enseñanza digna a ser aprovechada en múltiples y complejos aspectos.

 

Por primera vez fuimos obligados a permanecer encerrados en nuestras casas en todo el planeta. Las calles quedaron vacías, los aeropuertos cerrados y sin vuelos, limpiaron el aire como nunca y muchas especies, algunas en extinción, circularon por las rutas y ciudades.

 

Ante la emergencia se unificaron criterios y en una experiencia inédita de democracia participativa y horizontal, se intentó proteger sanitariamente a todos los habitantes sin importar su condición social. El terror a la muerte obró de maravillas en una sociedad condenada por décadas a un cerrado individualismo que desconocía familia, asociaciones intermedias o el entramado organizativo que sugiere el diseño de las decisiones colectivas, sobre todo estas, que involucran la vida. Los dos primeros meses tuvieron en esa novedad. Luego, vinieron las reacciones adversas.

 

Ante la velocidad de circulación de la enfermedad, el mayor operativo humano sanitario de todos los tiempos se puso en movimiento para encontrar paliativos y al menos, la vacuna que frenara la expansión o pudiera proteger a la población en riesgo. 

 

Los gobiernos de todos los países sin distinción de ideología, régimen o religión, como organizaciones supranacionales ONU, OMS y organizaciones no gubernamentales, universidades, centros de investigación, laboratorios públicos y privados, se pusieron en contacto a los efectos de compartir conocimientos en la obtención de una vacuna y medicamentos efectivos en el menor tiempo posible.

 

No se arrancó de cero, hay una amplia experiencia de desarrollo científico desde la Sars Cov 2 y diversas cepas de gripes de las últimas décadas. Tampoco se puede ignorar la guerra comercial de los laboratorios ni las ganancias que este operativo descomunal va a reportar. Menos aún la ultraconcentración operada en el selecto grupo conformado por Amazon, Tesla y Facebook que ha acumulado miles millones de dólares durante la pandemia, en un mundo con una caída de la economía mundial, como en el caso de Alemania de más de un 20%.

 

Sin embargo, las cifras de expansión de la enfermedad recientes hicieron volver al confinamiento de los primeros días y se temen situaciones más agudas que pongan en jaque la capacidad de camas de terapia intensiva CTI. Los gobiernos de los diferentes países desarrollados se muestran temerosos ante el avance de los números y han cerrado fronteras.

 

Con lo que no se puede lidiar es con la conducta errática individual que hace caso omiso a los consabidos protocolos mínimos de prevención (uso de barbijos, distanciamiento e higiene). Las juntadas multitudinarias de diversión y birra se han extendido, alentadas por los delirios libertarios o los liderazgos aberrantes como Trump y Bolsonario, cuyos países están al tope de contagios y ambos han sido víctimas de la enfermedad. Hecho que parece haberlos promovido a decir estupideces. Y… en tren de estupideces, lo ocurrido en el día de reyes en el Capitolio, no deja de asombrar el grado de deterioro de la democracia más antigua del continente. Una putrefacción que dejó libradas las puertas para que los partidarios fanáticos de Trump ingresaran disfrazados como Pancho por su casa, cuando todos sabemos y lo hemos visto en diversas películas la imposibilidad del ingreso, impedido por agentes de las diversas agencias. Pero allí se pudo, como se pudo escuchar las arengas del perdedor y sus hijos.

 

En tren de sorna y pálida humorada podemos suponer, ¿qué pensaría el entusiasta Alexis De Toqueville? ¿Seguiría enamorado de la democracia en América? Y… nuestro célebre maestro, Domingo Faustino Sarmiento, seguiría tomándola como modelo de nuestra Constitución liberal de 1853, ¿seguiría en la porfía de traer docentes de ese país para librarlos a su suerte en estas pampas chatas? Más reservado y reflexivo tal vez se hubiera mostrado Juan Baustista Alberdi. Pero bueno… más de dos siglos de voracidad y avaricia, prepotencia y explotación planetaria llegaron a esto.

 

A pesar de esta inercia, de esa posible vuelta a la normalidad anterior, todo será distinto. Nada será igual. Ni en las formas, los modos de producción, ni en las relaciones laborales. 

 

El teletrabajo se impuso como la nueva esclavitud de dedicación de tiempo completo, siendo la educación una de las actividades más arriesgadas de volver a retornar.

 

Las grandes industrias automotrices robotizadas, comienzan a reprogramar sus plantas teniendo en cuenta el distanciamiento necesario para evitar contagios. Las grandes urbes que concentran población deben asimilarse a protocolos como nunca lo hicieron antes. No es arriesgado apuntar que todo el sistema de seguridad social deberá modificarse para dar cobertura a la inmensa mayoría de excluidos. Las organizaciones ecuménicas que hicieron posible los beneficios del estado de bienestar desde el siglo XIX se agotaron, fagocitadas por el capitalismo financiero que impuso el mercado y redujo a mercancía, todas las relaciones humanas y a la naturaleza como fuente inagotable de recursos.

 

Otro tanto sucede con las deportivas, recreativas, sumado al clamor del turismo y la hotelería que van a ser diferentes. Como en la Gran Depresión y la contracción del comercio internacional, ahora le llegó la hora al turismo interno; la mayoría de los habitantes se ha decidido por pasear dentro del país.

 

En Europa se vive la contramarcha de los obreros alemanes y británicos que siempre se han dirigido al archipiélago canario.

 

Todo indica que debemos volver al respeto de la naturaleza, a cada ser vivo, a la protección de cada uno los seres humanos, sin distinción alguna. El modelo dominante fracasó a todas luces como lo muestra el calentamiento global y los grandes bloques de hielo flotando en el Atlántico Sur.

 

Frente al apagón dominante, las únicas luces encendidas en la emergencia son las que silenciosamente elevan los sometidos, los dominados, los eternos explotados. De allí que la pausa impuesta encendió la luz roja; esperemos que quienes tienen la sartén por el mango hagan algo.

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