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sábado, 6 de marzo de 2021

La CELAC no ha muerto: Bolívar sigue entre nosotros (II)

 El que participaran, a partir del 2010, 33 países de Nuestra América en la conformación de la CELAC, motiva la búsqueda de sus raíces: algunas en las construcciones republicanas decimonónicas; otras en la descolonización colonial de la segunda posguerra. Empero, se observa la existencia de “normas habilitantes” en la mayoría de las constituciones políticas vigentes, con las que se legitiman compromisos de integración o unidad latinoamericana.

Jaime Delgado Rojas / AUNA-Costa Rica


Las hay en ocho de las diez constituciones sudamericanas (excluyo a Guyana y Surinam) y en unas se hace uso del término “comunidad”. Son ejemplares Brasil que “…buscará la integración económica, política, social y cultural de los pueblos de América Latina, con vistas a la formación de una comunidad latinoamericana de naciones” (art. 4); Colombia donde su Estado: “… promoverá la integración económica, social y política con las demás naciones y especialmente, con los países de América Latina y del Caribe mediante la celebración de tratados que sobre bases de equidad, igualdad y reciprocidad, creen organismos supranacionales, inclusive para conformar una comunidad latinoamericana de naciones” (art. 227) y Perú “[c]onvencidos de la necesidad de impulsar la integración de los pueblos latinoamericanos y de afirmar su independencia contra todo imperialismo (Preámbulo, texto de 1979); no cito los textos emblemáticos del nuevo constitucionalismo latinoamericano expresado en las cartas magnas de Venezuela, Bolivia y Ecuador. Las naciones centroamericanas, por su parte, son más entusiastas en añorar la Federación de inicios del Siglo XIX y la de Nicaragua, además, evoca los liderazgos inspiradores de Sandino y Bolívar.
  

Sin embargo, lo más notorio es que no hay norma expresa que se les asemeje en la Constitución de México. Pero eso no ha sido obstáculo para la firma de sus compromisos y para su participación militante en encuentros, acuerdos y tratados regionales. La nación latinoamericana del Norte, prácticamente desde su momento constitutivo en la revolución de 1910-17 ha subrayado su política de puertas abiertas a los perseguidos y exiliados políticos de toda América Latina (y también de Europa): el exilio en México ha hecho grande esa gran nación y, a su vez, la ha hermanado y acercado, desde adentro al resto de Nuestra América: en su espacio se forjaron encuentros de diverso género: culturales, políticos, intelectuales e, incluso, insurreccionales. Ahí se gestaron luchas antiimperialistas cimeras. No parece necesario, entonces, por su práctica de Estado, que su cometido latinoamericanista se estampara en su carta constitucional, la de Querétaro de 1917.

 

Los vecinos caribeños han estrechado lazos de solidaridad notables: Haití fue inspiración para Bolívar y para la proscripción de la esclavitud desde inicios del Siglo XIX y en Jamaica se firmó la famosa carta de 1815. No obstante, el subsistir como territorios coloniales, prácticamente desde el Siglo XVII y, en su mayoría, cargar con su pertenencia a la Mancomunidad británica los hace diferentes. Lo son, igual, Surinam, Aruba, Curazao y el Caribe Neerlandés, como los otros territorios de ultramar europeos, los franceses. Su hermandad fue construida durante el largo periodo colonial y su emergencia como independientes, en su mayoría, al amparo de la Commonwealth británica. Pero, su acercamiento con sus vecinos latinoamericanos se explica en su ubicación geopolítica compartida: forman parte del patio trasero norteamericano y sufren la agresión emanada del Norte, como lo fuera en la primera mitad del Siglo XX en Cuba, Puerto Rico, Nicaragua, Haití, México, Venezuela, Honduras. No más recién independizado, Granada sufrió, en 1983, la sanción militar norteamericana al mostrarse soberano ante los países vecinos y frente al imperio, cuando apenas estaban estrenando su declaratoria de Zona de Paz del Caribe (de 1979) y contaba con escasos 90.000 habitantes. 

 

Los acuerdos de integración caribeños, algunos con más audacia y profundidad que los de Centroamérica y la Comunidad Andina, los acerca a sus vecinos de mayor tamaño, Cuba, Haití y República Dominicana y, junto a Centroamérica y el Grupo de los Tres constituirán la Asociación de Estados del Caribe (AEC) en 1994. El Grupo de los Tres no puede dejarse de lado: era un acuerdo de cooperación y comercio de bienes y servicios entre tres socios de la ALADI México, Colombia y Venezuela firmado en 1994. Su antecedente fue la participación que tuvieron, al lado de Panamá, en el Grupo de Contadora en 1983 para potenciar una salida diplomática y no militar a los conflictos bélicos en Centroamérica.  A ese grupo se sumaron Argentina, Brasil, Uruguay y Perú en calidad de Grupo de Apoyo a Contadora, en 1985. Los 8 fueron un actor determinante en el proceso de paz centroamericano y en su cumbre de Río de Janeiro de 1986 se denominan “Mecanismo Permanente de Consulta y Concertación Política”, con el nombre de Grupo de Río. A partir de entonces gracias a su accionar político y diplomático regional orientado a la paz, la cooperación y el entendimiento mutuo llegará a incorporar 24 estados. Para la XXI cumbre de 23 de febrero del 2010, ahora con los miembros de la Asociación de Estados del Caribe y UNASUR, se constituirá en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), con 33 estados; quiero decir, con todos los estados del hemisferio menos Estados Unidos y Canadá. México tuvo, en todo momento, como actor interlatinoamericano, proactividad, dinamismo y liderazgo regional. 

 

Pero México, al estar en la frontera soberana del imperio, también ha jugado en calidad de Jano: una cara al Norte, la otra al Sur. Esta extraña cualidad será objeto de nuestra próxima entrega.

 

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