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sábado, 10 de abril de 2021

Centroamérica: del Estado contrainsurgente al Estado remesero

 En Centroamérica, especialmente en su Triángulo Norte, sus problemas crónicos no solo persisten, sino que se profundizan. Se debe, principalmente, a la existencia de clases dominantes que utilizan estrategias anticuadas de explotación de la fuerza de trabajo y de ejercicio del poder, que mantienen a la sociedad en estado de precariedad y tensión extrema.

Rafael Cuevas Molina/Presidente UNA-Costa Rica



En los años 80, el tipo de Estado que construyeron para salvaguardar sus intereses e impulsar su proyecto fue el Estado Contrainsurgente. Su elemento central fue la represión, la instauración de una cultura del miedo, la preponderancia del estamento militar en su conducción. En la actualidad, se ha transformado en un Estado Remesero, es decir, que basa su pervivencia y estabilidad en los envíos monetarios que hace desde los Estados Unidos la fuerza de trabajo que expulsa de su territorio.

 

El Estado Contrainsurgente dejó como herencia una sociedad con el tejido social muy dañado, que ha redundado en la prevalencia de un tipo de violencia distinto al de los años de la guerra, pero estrechamente vinculada con ella. No hay nada de misterioso en todo esto, de sociedades que vivieron los grados de violencia como los que estas experimentaron en los años 80 no podía, de pronto, surgir la paz y la convivencia pacífica.

 

Tampoco se puede esperar que, tras las medidas de disciplinamiento cruentas y masivas que vivieron, florecieran pueblos críticos, dispuestos a organizarse y continuadores de formas de organización precedentes. Todo lo contrario: sus organizaciones e instituciones fueron diezmadas, muchos de sus integrantes expulsados del país o asesinados y su funcionamiento se vio mutilado o interrumpido.

 

El estado Contrainsurgente, sin embargo, no desapareció, sino que se subsumió en el Estado remesero, lo que quiere decir que sigue existiendo, pero oculto. Las condiciones que hacen que salga a flote y se manifieste son coyunturales, y, a diferencia de lo sucedido con el ámbito de la sociedad civil y lo popular, que fue golpeada a veces hasta la cuasi aniquilación, sí tiene continuidad de memoria y por lo tanto de métodos y estrategias.

 

Este Estado híbrido o bicéfalo solo conviene a quienes no saben extraer plusvalía si no es a través de los anteriormente mencionados métodos arcaicos. A nadie más, ni a sus más cercanos aliados, como los Estados Unidos, quienes, en parte, experimentan las consecuencias de su aplicación. Éstos, se ven superados por las oleadas de gente que son expulsados por el estado de cosas prevaleciente, que no encuentran ninguna posibilidad de supervivencia digna y no tienen otra alternativa que huir. La sublevación, que fue la otra opción en el pasado, fue escarmentada hasta llegar al genocidio.

 

Quienes permanecen en el poder en los países del Triángulo Norte centroamericano son una mezcla de viejos y nuevos ricos: las viejas oligarquías a las que suman quienes ellos mismos ven como arribistas provenientes de la “nueva economía” de la región: traficantes de droga, armas y personas; mafias especializadas en el blanqueo de capitales; parásitos de proyectos estatales; empresarios de la violencia organizada: secuestros, seguridad privada, amedrentamientos, etc.


Ya no son ellos quienes quitan y ponen a intermediarios que los representen como máximas autoridades gubernamentales, sino que son ellos mismos los que llegan a esas instancias. Véase como ejemplo lo que sucede en Honduras y se entenderá claramente esta situación. La necesidad de que aparezca alguien que, aunque sea providencialmente, arregle las cosas, lleva a la prevalencia de personajes como Nayib Bukele en El Salvador. 

 

En el Triángulo Norte de Centroamérica se vive un estado de degradación generalizado. Es la expresión contemporánea de las Banana Republics caracterizadas por la inoperancia, la corrupción y la impunidad. 

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