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sábado, 22 de mayo de 2021

Argentina: De carne somos

 Los verdaderos dueños del país ponen el grito en el cielo cuando peligran sus ganancias, ganancias que provienen del elevado costo de un producto altamente requerido por el mercado internacional.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América

Desde Mendoza, Argentina


De carne somos los argentinos. Nuestra dieta desde siempre ha sido la carne vacuna, de modo tal que su precio gravita excesivamente en el bolsillo de la población. Al punto que, el presidente Alberto Fernández se vio obligado a prohibir las exportaciones de carne al exterior por un mes, por su elevado precio y aceleración del nivel inflacionario que llegó al 17,6% en los primeros cuatro meses del año, siendo que el Presupuesto 2021 preveía un 29% para todo el año.
  

La reacción del campo no se hizo esperar, la Mesa de Enlace que congrega a las mayores entidades agropecuarias del país, lanzó un paro de una semana que comienza este jueves 20 de mayo. Sus argumentos son los de siempre y ponen de manifiesto que, a la hora de los bifes, ellos ponen toda la carne al asador para mantener sus privilegios, con pandemia o sin ella.

 

En un momento en que la segunda ola ataca ferozmente a los grandes conurbanos del país, el agotado personal de la salud tiene que diversificarse en la atención de las terapias intensivas y la vacunación; un amplio panorama de laboratorios extranjeros que proveen vacunas contra el Covid 19 para distintos sectores de la sociedad, intentando ganarle tiempo al tiempo, antes de que llegue el crudo invierno austral y las diferentes cepas detectadas hagan estragos. 

 

La medida tuvo lugar no bien llegó Fernández de su gira europea para renegociar la elevadísima deuda externa con el Fondo Monetario Internacional dejada por el gobierno anterior y que exigen pagos en los meses venideros que deben postergarse conforme las acciones emprendidas. 

 

Sus exitosas gestiones con los gobiernos de Portugal, España, Francia, Italia y sus entrevistas con el Papa Francisco y la titular del FMI, se vieron empañadas con el frente interno que no le da el mínimo respiro.

 

Los verdaderos dueños del país ponen el grito en el cielo cuando peligran sus ganancias, ganancias que provienen del elevado costo de un producto altamente requerido por el mercado internacional. Inversamente, a nivel interno, la suba constante del precio de la carne ha ido disminuyendo su consumo hasta descender a un piso de 49,7 kilos per cápita en 2020, el más bajo de los últimos cien años.

 

Para tener una idea más clara, un salario promedio  de un trabajador podía comprar en 1996, 267 kilos de asado, mientras que en enero de 2021, sólo alcanzaba para 112,7 kilos del mismo producto; mientras un salario mínimo, solo puede llegar a 34,1 kg.[1]

 

Frente a esto, la alternativa del pobrerío fue eliminar directamente la carne vacuna o reemplazarla por la de pollo y de cerdo, porque la de pescado escasea y es cara cuando se aleja de las zonas portuarias.

 

Sin embargo, se sabe que el cambio de pautas de conducta lleva tiempo en el que deben reemplazarse valores culturales arraigados en lo profundo de la identidad nacional. 

 

País formado mirando el mar interior de las interminables pampas, de espaldas al verdadero mar salado, dejó sus ríos navegables y la extensa plataforma continental a las potencias extranjeras desde el comienzo de su vida independiente, vulnerando y comprometiendo su soberanía. 

 

El mezquino y restringido mapa del estado nacional jamás alcanzó a cubrir la extensión de las naciones preexistentes de estas latitudes; por el contrario, su establecimiento lo hizo a su costa, barriendo con fuego lo que el impulso civilizador denominaba un desierto a ocupar. Eliminada la barbarie, entregó el inmenso territorio conquistado al pastoreo de las vacas. 

 

El mestizo criollo errante, el gauderio colonial, padre del gaucho y el indio sometido, fueron la mano de obra esclava por la papeleta de conchabo que dominó casi todo el siglo XIX o si su rebeldía desbordaba, eran milicos de fortín en las fronteras de la patria.

 

Los primeros caudillos de la región pampeana fueron estancieros y basaron su fortuna en la explotación vacuna. Don Juan Manuel de Rosas, apenas comenzada nuestra vida independiente, instaló el primer saladero del Río de la Plata en sociedad con Terrero y exportó tasajo a Cuba para alimento de los esclavos caribeños. Décadas más tarde, fue derrotado por otro terrateniente ganadero entrerriano, Justo José de Urquiza.

 

Por esos años llegaron los primeros toros para mejorar la raza, considerados próceres por los criadores: Tarquino, Niágara y Virtuoso. El primero de raza Shorthorn traído por John Miller, hombre cercano a Rosas; luego de la batalla de Caseros en que Urquiza vence a Rosas, vienen los otros dos, un Hereford y un Aberdeen Angus que ilustran la etiqueta de un famoso whisky nacional. 

 

Posteriormente, el presidente Julio A. Roca introdujo los primeros ejemplares de raza Holstein-Frisia desde los Países Bajos con el propósito de mejorar la producción de carne y leche, desde donde surgió la conocida raza, holando argentina. 

 

Para entonces, las carnes pampeanas ya eran famosas en las mesas del Reino Unido y fuente de ingreso del exitoso modelo agroexportador.

 

Años más tarde comenzó la industria frigorífica donde comenzaron a competir por calidad de frío, ingleses y norteamericanos. Se cuenta que los obreros que trabajaban en esos grandes establecimientos industriales, se llevaban la carne que se tiraba al río como despojo, de donde surgió “el asado de tira” del costillar de los animales, sumamente preciado en la actualidad. De allí su arraigo en la población.

 

La cultura es el freno que opera como resistencia al desclasamiento. Así como las masitas y medialunas y un café con leche en una confitería del Centro era el almuerzo con que la alicaída clase media lucía sus raídos trajes en desuso, del mismo modo el asado y su ceremonia dominguera con humareda incluida, fue el bastión de progreso en los barrios pobres. Aquellos barrios que, en el primer peronismo fueron parte del relato del ascenso social, recordado por la Resistencia Peronista después del golpe de 1955, donde los pobres no hacían mención a los derechos sociales adquiridos ni a las bondades de la industrialización por sustitución de importaciones, sino a la posibilidad de comer carne más seguido, incluso el asadito cotidiano en las obras de construcción, hecho con las tablas sobrantes del encofrado. Esa gente venida del interior del país, o hijos de inmigrantes ultramarinos, todavía recordaba la tradición de prestar un hueso entre las vecinas de los conventillos para darle sabor al caldo o la mísera sopa familiar. 

 

Razón del valor simbólico de la carne en el imaginario argentino más allá de su valor proteico. Imaginario que ha ido cambiando con los años por múltiples variables, siendo una muy importante, su elevado precio a través de los años. Los grandes productores quieren ganar en el mercado interno igual que con las exportaciones. De allí la actual puja con el gobierno de Fernández.

 

Al fin y al cabo, bien podríamos decir que de carne ya no somos, otros países nos superan en el consumo de carne, como Estados Unidos que llega a los 99 kilos per cápita por año; de ellos, unos 26 kilos son de carne vacuna, 50 de pollo y el resto de cerdo. Siguen, Israel con 88 kilos totales; Argentina con 39,9 kilos de carne vacuna – superando en casi 14 kilos a EEUU – (el cuadro tomado no hace referencia al kilaje total de carnes consumidas); Brasil, con 77,1 kilos; Nueva Zelanda, 74,8; Chile, 74,3 y Canadá, 68,9 kilos.[2]



[1] Observatorio del Derecho Social de la Central de Trabajadores Argentinos CTA. El diarioAR 26 de abril de 2021.

[2] CONtexto ganadero. Una lectura rural de la realidad colombiana. Información internacional, jueves 20 de mayo de 2021.

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