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sábado, 19 de junio de 2021

Argentina: El enfermizo tributo a la muerte

 Nuestro naufragio ha sido y es en las aguas de la historia plagada de dictaduras que respondían a mandatos económicos, mientras la población intentaba alcanzar la tabla de salvación de la democracia. 

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América

Desde Mendoza, Argentina


Vivimos celebrando la muerte en las efemérides patrias. Las fechas de conmemoración de nuestros próceres responden a su fallecimiento. Nuestros padres de la Patria, Manuel Belgrano y José de San Martín, se los recuerda el 20 de junio, por su muerte acaecida en 1820 y el 17 de agosto de 1850, respectivamente. Al primero, cubre su inmensa figura la bandera argentina, por su creación y jura el 13 de febrero de 1813 por las tropas patrióticas frente al actual río Juramento (ex Pasaje). El Día de la Bandera, oculta en las escuelas a ese maravilloso, culto, probo y desinteresado hombre que fue Manuel Belgrano. Por su parte, al General San Martín, Libertador de tres países y héroe del cruce de Los Andes, el estratega militar oculta al decidido político que impulsó la Declaración de la Independencia en 1816. En ambos casos, interpretaciones de la historia oficial en su momento, pusieron su acento en el interés que defendían.

 

En esta tercera semana de junio, los estudiantes y los soldados juran la bandera en lealtad a la Patria, los fastos y ritos de la ceremonia tienen tan ocupados a los participantes que, del prócer que donó premios para la creación de escuelas, no da tiempo ni a docentes ni a oficiales superiores que recuerden su sufrida vida y las míseras condiciones que lo llevaron a su temprana muerte.

 

Nació un 3 de junio de 1770, seis años antes de que Carlos III fundara el Virreinato del Río de la Plata. Hijo del comerciante genovés Domingo Belgrano Peri y madre criolla, la santiagueña María Josefa González Caseros, en un hogar de 11 hijos y fortuna. Manuel del Corazón de Jesús, cursó los primeros tres años en el colegio San Carlos de Buenos Aires y luego se trasladó a España con su hermano a estudiar a la Universidad de Salamanca, donde se graduó en 1793, cuando la Revolución Francesa estaba en plena efervescencia. 

 

Con sólida formación en economía y conocimiento de varios idiomas, pudo leer las ideas fisiocráticas del médico Quesnay directamente en francés y traducirlas al español, en sus Memorias cuando fue nombrado secretario del consulado, donde se desempeñó 7 años. 

 

Como miembro de la clase alta porteña obtuvo el grado de oficial y luego general en jefe de un ejército, cuando los sucesos de 1810 impusieron el primer gobierno patrio; hecho que cambió radicalmente su vida. Vocal de la primera Junta, asumió la jefatura de las milicias que partieron a Paraguay para que se asimilaran al nuevo gobierno. Luego tuvo que partir a Salta para conducir el ejército del norte, donde los españoles eran fuertes. Aquel hombre esbelto, rubio y de ojos celeste, fue el encargado de encabezar el éxodo del sufrido y leal pueblo jujeño, para que los realistas no encontraran víveres ni apoyo alguno para la tropa. 

 

Su agitada vida y castigada salud, lo llevaron a su casa natal en Buenos Aires, donde murió en la miseria. 

 

Promotor del libre cambio, como la mayoría de las mentes lúcidas de la época, pretendía un Estado activo y cuidar las industrias, sobre todo el hilado de las lanas, del algodón e incentivar el cultivo del lino y el trabajo de los cueros. Fomentar la manufactura de las materias primas, antes que David Ricardo presentara su teoría de las ventajas comparativas. 

Su estancia española le permitió advertir con claridad la revolución industrial que se estaba produciendo en Inglaterra y los ideales de libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa a las que adhería, no así al país galo. Su compromiso era con esta tierra que había roto sus lazos con la antigua metrópolis.

 

Algunos detractores han criticado su capacidad militar por los reveses de Vilcapugio y Ayohuma. Sin embargo, quien salió en su defensa fue el propio General San Martín quien le manifestó al gobierno de Buenos Aires: “…de ninguna manera es conveniente la separación del general Belgrano de este ejército, en primer lugar porque no encuentro otro oficial de bastante suficiencia y actividad que le sustituya en el mando de su regimiento , ni quien me ayude a desempeñar las diferentes atenciones que me rodean con el orden que deseo, e instruir a la oficialidad… me hallo en un país cuyas gentes desconocidas y cuya topografía ignoro; y siendo estos conocimientos de absoluta necesidad para hacer la guerra, sólo el general Belgrano puede suplir esta falta, instruyéndome y dándome las noticias de que carezco como lo ha hecho hasta aquí…”[1]

 

Nombró Capitana a María Remedios del Valle Rosas, “Madre de la Patria”, muerta como él en la indigencia e ignorada por la historia, por mujer y por negra. Juan Manuel de Rosas le concedió una pensión cuando tenía 69 años; murió a los 80, olvidada como tanto héroes anónimos de la emancipación.

 

En la construcción de nuestras nacionalidades operaron diversos intereses en distintos momentos de la historia a partir de la independencia. La muerte del General Manuel Belgrano coincide con el “día de los tres gobernadores” de Buenos Aires o “día de la anarquía”, porque en realidad no hubo ninguno. 

 

Los conflictos entre los viejos intereses coloniales del puerto y los caudillos federales que luchaban por encabezar el liderazgo político vacante ponían de manifiesto lo que el prócer había previsto y anticipado con establecer una monarquía incaica en esta inmensa región liberada, reconociendo la preexistencia de las etnias nativas y el mestizaje como parte de la nueva sociedad surgida tres siglos antes.

 

Las luchas fratricidas se extendieron varias décadas y el modelo de estado en construcción eliminaría a los pueblos originarios para incorporar sus tierras a la producción que requería el comercio internacional.

 

Otro sería el derrotero de estas tierras si hubieran triunfado las ideas de aquel brillante y activo pensador, de cuya altura moral y altruismo no caben dudas. Como premio por las victorias de Tucumán y Salta, recibió de la Asamblea del año XIII, 40 mil pesos oro, dinero que pidió se dispusiera para la construcción de cuatro escuelas de primeras letras en distintos lugares del país: Tarija (Bolivia), Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero. 

 

El destino y los fondos dispuestos para la construcción sufrieron diversos avatares, la última en inaugurarse fue la de Jujuy en 2004, luego de 191 años de realizada la donación. 

 

A pesar del enfermizo tributo a la muerte, cabe recordar lo dicho por el escritor Leopoldo Marechal: “Muchachos… el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al mar con noticias de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar la memoria.”[2]

 

Nuestro naufragio ha sido y es en las aguas de la historia plagada de dictaduras que respondían a mandatos económicos, mientras la población intentaba alcanzar la tabla de salvación de la democracia. 

 



[1] El legado de Belgrano, autores varios. 1ª. Edición. Universidad de la Defensa Nacional. CABA. P. 16.

[2] Ibídem. P.14

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