Llegamos a cien mil muertos, pero los reclamos de los vivos sobrepasan lo dejado por la pandemia. Reclamos a los que siempre está prendida una oposición furiosa que jamás se hizo cargo de la devastación en la que incurrió.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
Luego de haber transcurrido 16 meses desde que se inició el brote, todos tenemos familiares y amigos que contrajeron la enfermedad con menores y mayores efectos, aunque muchos de ellos no lograron sobrevivir y fueron sepultados en la más absoluta soledad, tal como lo establecían los estrictos protocolos.
Esta situación extendida impuso sin quererlo ni desearlo una banalización de la muerte, una familiaridad enfermiza con este hecho irreversible con que se enfrenta cada persona en esta vida. Hecho social único que ha provocado la obligada reflexión de infinidad de pensadores y científicos sobre los tramos inmediatos a recorrer en todos los aspectos de la existencia, comenzando por aquellos más críticos como los efectos extendidos del calentamiento global, las consecuencias nefastas de un sistema económico perverso altamente concentrado, la gobernanza más apropiada frente a las catástrofes y la funcionalidad del Estado, sus instituciones y la democracia como forma de tomar las decisiones colectivas a través de la discusión de intereses con los debidos umbrales de disenso. Tópicos ya descriptos en diversos artículos anteriores.
La pandemia nos arrasó desde el primer momento y jamás dimos muestras de ser una sociedad seria y responsable capaz de acatar las directivas de emergencia que dio la OMS a la cual se sometieron todos los gobiernos de la tierra.
En principio no sabíamos nada, sólo información sesgada sobre un virus que comenzó su viaje letal en Wuhan, China y, desde allí se extendió por todas partes a través de las facilidades de los vuelos internacionales.
Entonces comenzamos la experiencia del recluimiento obligatorio, el uso del barbijo y las salidas conforme el número de documento y sólo por razones específicas. Mientras tanto nos debatíamos a la espera del descubrimiento de alguna vacuna adecuada.
Las vacunas llegaron y hubo que esperar las diversas partidas según pudo adquirir el gobierno nacional, dado que los laboratorios en principio, no cumplieron con los compromisos acordados y luego, los países centrales acopiaron para vacunar a sus propias poblaciones y distribuir las sobrantes entre los países más pobres. Al momento todavía hay países africanos que no han vacunado a ningún habitante.
Hubo una centralización de recursos públicos y privados como nunca vivimos: científicos, centros de estudios, universidades y laboratorios, trabajaron denodadamente para encontrar soluciones, como también abrir nuevos hospitales y equiparlos con camas de terapia intensiva y respiradores para quienes los necesitaban.
La solidaridad, la cooperación y el buen sentido común indicaron que la única manera de salir delante de una catástrofe como por la que atravesábamos era a través del esfuerzo compartido y el abandono de toda práctica egoísta e individual. La riqueza – se pensaba ingenuamente en ese momento – no era un atributo que garantizara la salud, visto que el magnate presidente de EEUU contrajo la enfermedad en esos días. Experiencia que fue demostrando que, mientras la mayoría de las sociedades estaba atascada por la enfermedad, una minoría selecta se enriquecía a manos llenas conforme los nuevos negocios que desnudaba el recluimiento. Las ventas por mercado libre crecieron, como también se multiplicaron los envíos de comida y medicamentos a domicilio. La concentración ha sido oprobiosa. Lo sabemos.
Mientras tanto, el gobierno argentino optó desde un primer momento por salvaguardar la salud de la población por sobre todo reclamo de reactivar la economía. Los muertos no pagan era una frase recurrente. Sin embargo, la crítica cotidiana fue erosionando los ánimos bajo el encierro y al grito de defender las libertades individuales establecidas en la Constitución Nacional, se salió masivamente a las calles, en torno al eslogan de la “infectadura”. Para ello prestaron su firma prestigiosas personalidades de la cultura nacional que se mezclaban con dirigentes de la oposición.
La respuesta del virus no se hizo esperar y la nueva ola de la pandemia comenzó nuevamente a cobrar víctimas, tal como había sucedió en Europa que nos llevaba medio año de experiencia. Las críticas no cesaron, por el contrario, tomaron el atajo de quejarse de una mala gestión.
Finalmente, llegaron las vacunas en la última semana de diciembre del año pasado, los primeros beneficiarios fueron los adultos mayores de 80, 70 y 60 años, para los que se eligió la vacuna Sputnik V de origen ruso, altamente combatida por los medios hegemónicos en un comienzo y luego venerada por ser la de mayor efectividad, dado que, con la primera dosis se lograba una inmunización superior al 70 por ciento. El convenio firmado entre el Instituto Gamaleya y el laboratorio local Richmond para fabricar parte del componente, ha posibilitado multiplicar exponencialmente las dosis.
Luego le siguieron los trabajadores de la salud, quienes combatían la enfermedad día a día, todo el tiempo. Desde que comenzó la pandemia se contagiaron más de 46 mil profesionales, falleciendo 229, 138 varones y 91 mujeres; el 60% de los mismos menores de sesenta años. Otro tanto ha sucedido con personal docente o de las fuerzas de seguridad y auxiliar y, lo más grave aún, es que las nuevas cepas cobraron vidas cada vez más jóvenes.
Hemos llegado al período de vacaciones de invierno luego de subidos debates sobre la presencialidad, modalidad que se impuso en las escuelas primarias y secundarias, mientras las universidades siguen dentro de virtualidad, manteniendo las prácticas en aquellas carreras que son indispensables.
Llegamos a cien mil muertos, pero los reclamos de los vivos sobrepasan lo dejado por la pandemia. Reclamos a los que siempre está prendida una oposición furiosa que jamás se hizo cargo de la devastación en la que incurrió. Al punto que el ex presidente sigue su gira europea, quejándose: “Al final, tenemos las dos cosas 10% más de pobres y 100 mil muertos”. Dicho esto al quedar varado en Suiza y desentendiéndose de su bochornosa participación en el golpe en el hermano estado plurinacional de Bolivia en 2019.
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