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sábado, 7 de agosto de 2021

Argentina: Memorias diplomáticas, políticas y periodísticas

 Resulta singular y  aleccionadora la obra “Vivido y recordado. Memorias de vida, política y diplomacia”, del embajador Dr. Guillermo Jacovella.

Carlos María Romero Sosa / Para Con Nuestra América

Desde Buenos Aires, Argentina                                    


Aunque con raras excepciones, es costumbre de los políticos locales que con intención de justificar sus papeles cumplidos en la administración del Estado se hagan escribir libros por amanuenses. Solo que al faltar la intransferible impronta personal, se desvirtúa en forma y fondo el género  autobiográfico, que en el siglo XX dio obras modélicas como  las “Memorias de la Segunda Guerra Mundial” de Winston Churchill que le valieron el Premio Nobel en Literatura en 1953, o las algo posteriores de Charles de Gaulle. Así en tanto con los gruesos tomos de ambos estadistas el historiador sigue aprendiendo y el lector disfrutando, al abordar los libros marcados por el apuro electoral o el afán de mantener vigencia de nuestros máximos responsables en el manejo de la cosa pública, más o menos errados a juzgar por lo que viene siendo la realidad nacional desde hace décadas, continua el engaño a la ciudadanía dado que no son los firmantes sus autores, por lo que esta otra falsedad es continuación de las embusteras promesas de campaña. 

 

Por eso, además de la evidencia de no tener su redactor intenciones de lanzarse a ninguna aventura política, resulta singular y  aleccionadora la obra “Vivido y recordado. Memorias de vida, política y diplomacia”, del embajador Dr. Guillermo Jacovella. El autor, un tucumano de ascendencia asturiana nacido en 1938, abogado graduado en la Universidad de Buenos Aires, fue  funcionario de carrera del Servicio Exterior de la Nación y representó al país con el máximo rango diplomático ante los reinos de España y Bélgica, aparte de anteriores desempeños que jalonaron su trayectoria profesional. Cronológicamente el primero en la Rusia Soviética como integrante del plantel del embajador Jorge Casal en los tiempos del cursillista Onganía y sus ensueños corporativistas a lo Francisco Franco, delirios que fueron sacudidos en 1969 por las insurrecciones populares del Rosariazo y el Cordobazo. Una experiencia la de Jacovella en la URSS más que aleccionadora durante la Guerra Fría y que afianzó su ideario democrático y de progreso social. Después ocurrió su traslado a la embajada en Brasil cuando era su titular  el discutido general Osiris Villegas. Fue allí testigo del crecimiento de la recién construida Brasilia, la sangrienta represión del régimen que encabezaba el general Emilio Garrastazu Médici y de la contrapartida guerrillera con secuestros de diplomáticos para exigir la liberación de presos políticos en medio de lo cual abogaba por una sociedad más justa, pacífica y solidaria monseñor Helder Cámara. Movido por la admiración que le suscitaba su labor pastoral, Jacovella se apresuró a conocerlo y conversar con él en Recife, sede diocesana del “Obispo Rojo” según la dictadura brasileña y las oligarquías terratenientes pero al que San Juan Pablo II llamó “Hermano de los pobres y hermano mío”.  

 

Más tarde estuvo acreditado en nuestra delegación ante la UNESCO, durante la gestión del filósofo tucumano Víctor Massuh, en tiempos de la última dictadura. Y ya a comienzos de este siglo se desempeñó  como cónsul  argentino en Miami, cargo que ocupó  hasta que el entonces canciller del presidente Duhalde, Carlos Ruckauf, que dócil a los intereses imperiales había decidido dinamizar el ALCA, “un engendro propiciado por los Estados Unidos para propiciar un área de libre comercio en todo el continente americano” – a juicio del memorialista- y sin duda para apuntalar en la región su futura candidatura presidencial con alguien de su íntima confianza como lo era el embajador Luis María Riccheri, dispuso su traslado a Buenos Aires. El hecho despertó críticas de la comunidad argentina residente en Miami y repercusiones en el país a través de cartas de lectores en los principales diarios porteños. (Es de recordar que otra peregrina idea de aquel ministro de Relaciones Exteriores, a lo mejor debido a que alguien le sopló  el título de la novela de Roger Peyrefitte “El fin de las embajadas”, fue querer reducir el número de las nuestras incluso en varios países americanos. Entre ellas la de la República Dominicana en agravio a los vínculos históricos, culturales y diplomáticos de la Argentina con la tierra quisqueyana y patria del gran transterrado aquí –por emplear un término que acuñó el filósofo español y traductor de Heidegger, José Gaos- Pedro Henríquez Ureña, el amigo, colaborador  y maestro de notables argentinos desde Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato hasta el doctor René Favaloro). 

 

Si solamente pasara revista el libro a una vida dedicada a la diplomacia, el interés por su lectura quizá se reduciría a los interesados en nuestra política exterior. Sin embargo otros aspectos de la trayectoria del autor y sus más que atendibles consideraciones retrospectivas sobre hechos fundamentales para la integración continental, dado que como director de América del Sur en el palacio San Martín le tocó participar en los primeros pasos del MERCOUR, han de extender la atracción a un público menos especializado, que accederá a las páginas con creciente simpatía  e identificación con las  expresiones vertidas e inspiradas en un espíritu de concordia frente al historial de los desencuentros entre argentinos de los que fue  testigo privilegiado. 

 

PERIODISMO  POLÍTICO EN EL DIARIO MAYORÍA                                      

 

En ese sentido es de destacar el capítulo donde cuenta su paso por el periodismo, respondiendo a una vocación cara a la tradición de su padre: Tulio Jacovella, fundador del medio gráfico “Esto es”, incautado por el gobierno de la Revolución Libertadora y en 1957 de la revista Mayoría donde Rodolfo Walsh dio a conocer en fascículos “Operación masacre”, medio que clausuró Frondizi en 1960. Más tarde Tulio con su hermano Bruno, un colaborador de Juan Alfonso Carrizo e  iniciador de los estudios científicos del folclore en el país junto a Augusto Raúl Cortazar, Félix Coluccio, Rafael Jijena Sánchez y otros investigadores, crearon el diario Mayoría cuyo primer número apareció el 16 de noviembre de 1972 en vísperas del primer regreso del general Perón al país después de su exilio. Mayoría era un periódico alejado de los extremos violentos que se disputaron la herencia del líder a su muerte en 1974, aunque algunos jóvenes de entonces lo juzgáramos algo inclinado a la derecha conservadora del peronismo. En su redacción, en la calle San Martín 439, primer piso, Guillermo Jacovella tuvo oportunidad de tratar a sus articulistas, en general importantes figuras no solo adscriptas al justicialismo como el radical Héctor Hidalgo Solá o el economista de formación liberal  Julio Ramos.        

 

A lo largo de todo el libro, en los intersticios de un anecdotario desbordante de vivencias, aparece el analista político de profundidad filosófica, con tópicos dignos del antiguo discípulo de Xavier Zubiri y José Luis L. de Aranguren y del amigo de Julián  Marías, vínculo iniciado en sus años de becario en Madrid del Instituto de Cultura Hispánica. Con la salvedad que el ensayista corre en paralelo con el patriota lleno de  unamuniano dolor por la Argentina como problema.                                 

 

Es de valorar el rescate hecho de tantas figuras que hoy poco se mencionan como el primer canciller de Perón: Atilio Bramuglia, ideólogo  principal de la Tercera Posición, viejo militante socialista y entusiasta defensor de los avances en materia social del justicialismo. Bramuglia en años de proscripción al peronismo fundó el partido Unión Popular que en 1962 llevó al candidato sindicalista Andrés Framini al triunfo como gobernador de la Provincia de Buenos Aires, en elecciones que anuló Frondizi. O de otra descollante personalidad puesta en el Index por la reacción lopezrreguista: el tratadista en Derecho Internacional Juan Carlos Puig, Ministro de Relaciones Exteriores del presidente Cámpora, sustituido por la oscura figura de Alberto Juan Vignes, sobre quien pesaban escándalos, sumarios administrativos y la fundada sospecha de pertenecer a la logia masónica P2. Entrañable resulta su evocación del ministro plenipotenciario Javier Fernández que en su juventud había acompañado a Alfredo Palacios cuando el general Lonardi lo designó embajador en el Uruguay. Décadas después tuvo una destacada actuación en la UNESCO y como ensayista fue autor de obras fundamentales sobre Sarmiento y Henríquez Ureña.  Además enriquecen el libro otros nombres de ámbitos e idearios diversos como el del economista católico Alejandro Bunge, el sacerdote mártir Carlos Mugica y el filósofo tomista esloveno Emilio Komar. O los de Leonardo Castellani, Arturo Jauretche, Mario Amadeo, Dardo Cúneo, Ángel Federico Robledo, Luis Alberto Murray, José María Rosa, Raúl Alfonsín –respecto al que sostiene una alta opinión-, Italo Argentino Luder -del que bien captó “su personalidad cautelosa” y que como candidato presidencial en 1983 “no podía ofrecer una alternativa vivificante”-, Dante Caputo, Hipólito Solari Yrigoyen, Alberto Closas, Pérez Celis, Mario Fuschini Mejía, Luis Ricardo Furlan o el Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, quien “con su apariencia modesta y su hablar pausado y sin estridencias no delataban al infatigable luchador por la causa de la paz y la justicia.”  

 

Párrafo aparte merecen las observaciones de los cambios que encontró en la España que conoció en los años cincuenta del siglo XX,  al regresar como cónsul argentino en Madrid a poco de la muerte de Franco. Pudo tratar allí a varios compatriotas que habían llegado exiliados tiempo atrás, algunos de ellos aprestándose al regreso instaurada la democracia con el doctor Alfonsín y otros ya afincados definitivamente en la Madre Patria. Entre los primeros nombra al poeta Santiago Sylvester, al novelista Héctor Tizón, al abogado laboralista Armando Caro Figueroa y entre los segundos al escritor Daniel Moyano y al penalista Enrique Bacigalupo, nuestro inolvidable profesor cuando cursamos el doctorado en la Universidad Complutense de Madrid entre los años 1979/80. El maestro Bacigalupo  llegó a ser  miembro del Tribunal Supremo Español entre 1887 y 2011.       

 

Guillermo Jacovella da cuenta en el prólogo que tuvo presente para la confección de este libro, las memorias de su compatriota Daniel García Mansilla: “Visto, oído y recodado”. Cabe anotar que en ellas el diplomático  impulsor del Derecho Internacional Humanitario, un poeta y dramaturgo que en la viudez abrazó el orden sagrado, se reveló a la vez discreto y benevolente para juzgar conductas ajenas, erudito en la profusión de testimonios aportados y sin tapujo alguno explicativo de su actuación oficial dispuesto a afrontar el juicio de sus conciudadanos. Bajo tal inspiración ha surgido el texto de “Vivido y recordado”, escrito con  prosa sostenida con amenidad a lo largo de las 430 páginas y  profusa en datos que hacen equilibrio entre el ineludible primer plano que exige el género y el buen gusto de saber bajar la voz en ocasiones para dejar hablar a otros protagonistas de las historias vividas y en ocasiones también sufridas, todas con extraída enseñanza a trasmitir a los lectores.                    

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