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sábado, 11 de septiembre de 2021

China: hacia la prosperidad común (II)

 Las formas y métodos de construcción del socialismo no están escritos en ninguna parte. 

Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América

Desde Caracas, Venezuela


Cada país debe hacer su propia práctica e ir desbrozando el camino a partir de la aplicación de la teoría a las condiciones de cada país, considerando su historia, cultura y tradiciones. En el caso de China, Mao Zedong trazó las líneas fundacionales del “socialismo con peculiaridades chinas”, Deng Xiaoping lo adaptó a una nueva situación que exigía solucionar los problemas de la pobreza y el desarrollo cuando las fuerzas productivas del capitalismo reinaban impolutas en un mundo en el que los capitales y la tecnología eran patrimonio exclusivo de Occidente y algunos otros países. 


Ahora, Xi Jinping ha propuesto construir el “sueño chino” que es el avance de la sociedad hacia la disolución de las diferencias que aún hoy exponen las dificultades para llevar adelante un desarrollo equilibrado y armónico de la sociedad hacia el socialismo. Es lo que se ha llamado el camino hacia la prosperidad común en los prolegómenos de la primera etapa de la transición al socialismo.

 

Pero ello no está exento de contrariedades, errores en algunos casos, situaciones imprevistas en otros. No se puede obviar que las sociedades de clases que han imperado por milenios en el planeta han forjado hombres y mujeres en los que aún prima lo individual sobre lo colectivo, la obtención del lucro y la ganancia de un grupo o sector por encima de los intereses supremos de la sociedad y la comunidad y, la consecución de bienes materiales como expresión de la felicidad y el éxito, soslayando la importancia de la realización plena, espiritual y de valores como objetivo eminente de la humanidad. Se hace necesario entonces, “hacer camino al andar” como dijo Antonio Machado en su hermoso poema “Caminante no hay camino”. Eso es el socialismo, un camino que se debe andar.

 

En el caso de China, los últimos años han aportado un aumento considerable de la riqueza, al punto que hoy cuenta con una “clase media” de 340 millones de personas que ganan entre 15.000 y 75.000 dólares al año previéndose que esa cifra alcance los 500 millones en 2025. Así mismo, a finales de 2020, China contaba con 5,28 millones de “ricos”, con un patrimonio familiar superior al millón de dólares. En 2020, el 1% más rico de los chinos poseía el 30,6% de la riqueza del país, frente al 20,9% de hace dos décadas, según un informe de la empresa de servicios financieros suiza Credit Suisse con sede en Zurich. En el lado opuesto, el año pasado el país aún poseía 600 millones de personas que vivían con unos ingresos mensuales de 154 dólares, que apenas alcanzan para cubrir el alquiler en una ciudad china de tamaño medio. 

 

He ahí un problema que debe ser resuelto. Se trata de ir corrigiendo esa deformación que amenaza con transformarse en un riesgo para la estabilidad de la sociedad. En este sentido es claro que en el pasado, el modelo económico chino consideró que la eficiencia económica en lugar de la equidad era el instrumento principal para el desarrollo. En esa medida, entendieron que debían permitir que un pequeño número de personas se enriqueciera primero en el marco de un plan que buscaba el éxito de un proyecto estratégico. Ahora, se comprende que si no se establecen controles podría perderse el objetivo de construir el socialismo, por lo que han puesto la búsqueda de la prosperidad común en el eje de la política y la economía. 

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