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sábado, 23 de octubre de 2021

Colombia: Entre la incertidumbre y la certeza

 Es válido tener diferencias con Petro y cuestionar algunas de sus acciones, pero la transformación hacia una sociedad más igualitaria partirá del Pacto Histórico.

Consuelo Ahumada / Para Con Nuestra América

Desde Colombia


Pocas expectativas quedan sobre un gobierno tan impopular como el actual en lo que resta de su mandato. Su prioridad parece ser encontrar los mecanismos y recursos para perpetuarse en el poder.  Entretanto, acaba de publicarse el libro Una vida, muchas vidas, de Gustavo Petro, líder incuestionable de las fuerzas alternativas en Colombia. Aborda allí todos los aspectos de su vida y quehacer político, incluidos sus aciertos, contradicciones, vacilaciones, errores, fracasos, y los somete al escrutinio popular.

 

Son muchos los asuntos expuestos: la influencia de su madre anapista, sus conexiones con el mundo de la izquierda en su natal Ciénaga de Oro, su vinculación al M-19 en Zipaquirá, “en donde me convertí en líder popular antes que en cualquier otra cosa” (p.70).

 

Posteriormente vendría su encarcelamiento y tortura bajo el tenebroso Estatuto de Seguridad de Turbay Ayala, su vinculación con esa organización en distintas regiones del país y su cuestionamiento a las prácticas de las Farc y el ELN. Sus contradicciones con Pizarro, de quien enfatiza su inclinación militar, mientras él creía que los nuevos retos eran políticos, no militares.

 

Luego se refiere a la desmovilización del M-19 y al proceso constituyente. Reconoce que no fueron capaces de construir una visión alternativa de país. Hubo un proceso de claudicación, de renuncia a todo interés revolucionario, comandado por Navarro. Una extraña concertación entre un proyecto democrático y otro neoliberal, ambos plasmados en la Constitución.

 

Su principal efecto secundario, señala, fue un terrible régimen en donde los clanes locales aliados con el narcotráfico “desataron un genocidio y convirtieron al país en una enorme fosa común” (p.186). El triunfo de Álvaro Uribe representó la plena consolidación de esa alianza, resultante de la subyugación de diversos sectores al poder terrateniente paramilitar.

En este marco, ya como congresista, emprendió sus debates sobre el poder paramilitar y, por supuesto, sobre la parapolítica. Junto con las Cortes, denunció el intento de legalizar al paramilitarismo para convertirlo en proyecto político-militar.

 

En efecto, los paramilitares controlaban el 35 % del Congreso, como parte de su proyecto de “Refundar” la patria. Petro señala cómo se revivió la narrativa fascista que se expresó en Colombia a medados del siglo pasado, por parte de Laureano Gómez y acogida por los mandos militares, para desatar su feroz embestida contra el pueblo liberal.

 

Estas denuncias convirtieron a Petro en blanco de ataque permanente de la extrema derecha, al tiempo que afianzaron su liderazgo político nacional.

 

Su proyecto social lo plasmó en el plan de desarrollo de la Bogotá Humana, cuando fue alcalde (2012-15). Un proyecto centrado en tres ejes: lucha contra la segregación social, mitigación del cambio climático y fortalecimiento de lo público. Más allá de sus aciertos y errores, fue el proyecto progresista más avanzado en la historia del país.

 

Propició una fuerte inversión en salud, a pesar de las restricciones de la Ley 100. Incrementó el presupuesto educativo y se centró en la primera infancia. Construyó vivienda popular, no en los extramuros de la ciudad, sino en el centro ampliado, con el objeto de facilitarles la vida a los más pobres y excluidos. Redujo la tarifa de transporte a estudiantes, jóvenes y sectores desvalidos.

 

Defendió el concepto de densificación de la ciudad, orientado también a detener la expansión urbana, favorecida históricamente por los intereses inmobiliarios y rentistas de los grandes negociantes, en contra de los humedales, las reservas naturales y del curso del agua.

 

El proyecto provocó la oposición permanente y agresiva de dichos sectores y de los principales medios, que lo calificaron como populista y se dedicaron a sabotearlo. Pero los resultados positivos fueron notorios. Quizás el más importante fue la reducción efectiva de la pobreza multidimensional y la eliminación de la mortalidad infantil por hambre.

 

Otro asunto fue la inclusión social y económica de grupos tradicionalmente discriminados: recicladores, en especial mujeres, habitantes de calle, trabajadoras sexuales, diversidad sexual y de todo tipo. Desarrolló una política pública progresista y no represiva para atender la adicción a las drogas.

 

Pero ante todo, despertó los sueños y les abrió oportunidades de vida a niños, niñas y jóvenes de las barriadas populares. Como secretaria de Integración Social de la primera parte de su gobierno, pude participar en la discusión e implementación de buena parte de estas políticas.

 

También fortaleció las empresas públicas. El cambio en el modelo de aseo, que les quitó el monopolio a los privados para dárselo a una empresa pública recién constituida, fue definitivo y le costó su destitución por parte del Procurador.

 

A todo ello hay que sumarle su compromiso decidido con el Acuerdo de Paz.

 

La reconstrucción del país después de esta tragedia de la pandemia y el gobierno de Duque debe partir de una inversión social fuerte, de la adopción de estrategias inaplazables para mitigar el cambio climático y de fortalecer lo público. Y por supuesto, de la implementación integral y a fondo del Acuerdo.

 

Es válido tener diferencias con Petro y cuestionar algunas de sus acciones y declaraciones. Pero, sin duda la transformación del país hacia una sociedad más igualitaria partirá del Pacto Histórico.

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