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sábado, 23 de octubre de 2021

Educación superior y juventud universitaria (II)

 En el mundo actual los jóvenes constituyen casi el 20% de la población mundial y son el sector más numeroso de países como el nuestro, donde es frecuente que sean los que más sufren las vicisitudes económicas y la ausencia de oportunidades reales.

Pedro Rivera Ramos / Para Con Nuestra América

Desde Ciudad Panamá


Por eso resulta impostergable el diseño de políticas públicas específicas, encaminadas a la superación efectiva de los principales problemas que aquejan a los jóvenes de hoy. Problemas cuyas soluciones no podrán alcanzarse, si en ellas no se integra la participación plena, decisiva y entusiasta de la juventud. En definitiva no habrá ni podrá haber un mundo de mayor justicia, humanidad y mejor, si en su construcción, configuración y organización social, económica y política, se excluye a un sujeto tan esencial, como lo son los jóvenes.

 

Es la formación y educación universitarias, donde descansa la herramienta más eficaz para reclamar y fundamentar los cambios y las transformaciones, que a nuestras sociedades les urge. Por eso el mayor compromiso y la mayor prioridad de los jóvenes de hoy, deben ser, por tanto, aprovechar al máximo la oportunidad que la sociedad les concede a través de la educación universitaria, para hacerse de una sólida formación académica y una vasta cultura general. Esto implicará necesariamente, que el proyecto individual de vida, -aspiración legítimamente humana-- será mucho más útil y más justo, cuando alcance articularse con un proyecto de Nación, donde las desigualdades y las iniquidades sean solo cosas del pasado. 

 

Sin embargo, cada vez está resultando más claro para los jóvenes, y principalmente para los universitarios, que no basta con una buena educación para salir de la pobreza, para escapar del desempleo o eludir el éxodo hacia otras profesiones u oficios. Es evidente que están encontrando otros obstáculos no siempre bien ponderados, como una mala distribución de la riqueza nacional o una apreciación muy mercantil del titulado, que inciden considerablemente en el logro de sus metas personales y profesionales. 

 

Por eso la juventud en países como el nuestro, tiene todo el derecho de reclamar que se les permita, por un lado, sumarse y participar activamente en el desarrollo de las potencialidades económicas que la Nación exhibe y, por el otro, entregarse en su propio mejoramiento personal, profesional y familiar. Y todo esto en un contexto donde hay una profunda, marcada, incesante y objetiva transformación del conocimiento y del mundo del trabajo.

 

No hay duda alguna que los tiempos que transcurren, reclaman de amplios sectores de nuestra juventud, abrazar la pasión por la militancia política y la lucha social, en defensa de los más vulnerables y desprotegidos de nuestra sociedad. Esto adquiere mayor relevancia, cuando gran parte de esa juventud ha sido ganada por el escepticismo, las visiones fatalistas o un desinterés por los asuntos políticos y las preocupaciones sociales o solidarias.  Ciertamente el sistema imperante ha logrado inocular con bastante éxito, el germen del individualismo, del utilitarismo y de la valoración obsesiva por todo lo superficial y efímero.

 

Ha conseguido que se acepte como natural y hasta necesario, la pérdida gradual de nuestros derechos humanos y sociales. Ha logrado que nuestra vida cotidiana esté casi completamente divorciada, de lo que sucede en nuestro país y el resto del mundo. Sin embargo, esa tan acentuada peculiaridad de esta época, también exige a todos, sobre todo a la juventud universitaria compartir la militancia y el compromiso político y social, con las preocupaciones académicas universitarias. Al fin y al cabo, las luchas sociales y políticas no son sólo de ideas, también lo son de valores y principios.

 

Las universidades tienen un compromiso social, humano y ético con los jóvenes que educan, al que no pueden ni deben renunciar. De allí la importancia de orientarlos en la comprensión más cabal de las particularidades del mundo, que se está configurando delante de sus ojos. Mundo, donde más del 50% de sus acuíferos subterráneos más grandes se encuentran seriamente agotados, situación que se agrava cada día que pasa por efectos del calentamiento global. 

 

En nuestro planeta solo contamos con un 3% de agua dulce y de eso más de 2% se encuentra en icebergs y glaciares. Un dato sobrecogedor es que se considera que la agricultura industrial y el procesado de alimentos, consumen casi el 80% de agua dulce de la que se dispone en un año. Por eso la humanidad tendrá en el futuro inmediato que enfrentar esta “crisis del agua”, si desea prevenir conflictos sangrientos por su disputa, como ocurriese en Mesopotamia hace ya 4,500 años. 

 

Mucho de estos problemas cobran diariamente plena vigencia, al descubrirse signos irrefutables de la declinación de los ecosistemas naturales;  cuando pocos dudan ya del calentamiento global; cuando la democracia neoliberal se muestra incapaz de resolver los problemas de inequidad y pobreza del mundo actual; cuando amplios sectores de la juventud panameña están atrapados por un único patrón sociocultural, que los tiene alienados y los induce a pensar que sólo a través del consumismo, es posible alcanzar la plena felicidad del ser humano.

 

Pese a esto, la juventud, especialmente la universitaria, se encuentra en un momento crucial, desde el cual con suficiente creatividad e imaginación, conjugar sus sueños y darle un sentido más participativo y solidario a sus vidas. Un proyecto dirigido a la construcción de un país más democrático, participativo, solidario y justo, aguarda desde hace mucho tiempo, y en él, la juventud debe ser, como en otras oportunidades, la principal abanderada.

 

Pienso en aquella juventud que respeta el legado de las generaciones que la precedieron y que no siempre pudieron expresar sus utopías más sentidas, sin el riesgo de ser reprimidas salvajemente, o en el mejor de los casos, mal interpretadas.  Aun así, pensamos que supieron asumir las tareas y los desafíos fundamentales que la época les impuso. La vivieron con el rigor y los peligros contenidos, pero con mucha carga emotiva y un sentido del compromiso social y político, que, a nuestro juicio al considerarla hoy, resulta admirable.  

 

Su principal pecado: creer que debían transformar el mundo para poder cambiar ellos, cuando resultaba todo lo contrario. Esto lo decimos a sabiendas que, al hacerlo, a muchos los devuelvo al mundo doloroso y desgarrador de su tiempo; pero lo hacemos buscando que la juventud actual se sienta depositaria de esas luchas y sea fiel a ese legado.

 

Legado que sin dudas puede y debe ser juzgado críticamente, pero nunca reducir su significado a una mera negación antidialéctica.  No es el pasado que debe verse con irreverencia.  Son las profundas desigualdades sociales; la cultura del consumismo que tanto daño hace a nuestra población, principalmente a nuestros jóvenes; el modelo de desarrollo imperante que ha puesto en riesgo apocalíptico a todo el planeta.

 

Confiamos que esa juventud universitaria no se deje cegar nunca por los virus de la intolerancia y el dogmatismo, que tanto daño termina haciéndonos a todos y rechacen el siniestro axioma de divide y vencerás, por el más justo y solidario de unir para vencer.  Que persigan siempre, en fin, sus más genuinas utopías, porque como dijera el destacado cineasta y poeta argentino Fernando Birri, “ellas nos sirven para caminar”

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