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sábado, 6 de noviembre de 2021

Costa Rica: Una campaña electoral atípica

 La crisis política actual tiene que ver directamente con el papel de los partidos políticos en el ejercicio de los derechos democráticos de los ciudadanos; es allí en donde radica la raíz de la crisis grave que afecta el funcionamiento del sistema democrático en su conjunto.

Arnoldo Mora Rodríguez / Para Con Nuestra América


Obedeciendo fielmente al calendario que establecen las leyes de nuestro país, el Tribunal Supremo de Elecciones acaba de dar el banderazo para que se inicie la carrera por lograr el primer lugar, que tiene como premio a quien la gane el habitar por el próximo cuatrienio la Casa Presidencial. Zapote -sede del Poder Ejecutivo- es el objetivo de los candidatos a la presidencia; pero no menos importante es lograr un asiento en Cuesta de Moras. Multitud de candidatos para una u otra meta se disputan esos trofeos que le dan a esta campaña un cierto e inconfundible tufo de campeonato deportivo. 

 

Pero lo que ha despertado la curiosidad de la opinión pública y ha sido objeto del mayor interés de analistas y comentaristas, es el descomunal número de partidos con sus candidatos que aspiran a ser elegidos, sea a Zapote, sea a Cuesta de Moras.  Quienes se han referido al tema, han sido impactados tan sólo por el aspecto cuantitativo, es decir, por el número descomunal de candidatos, sin profundizar en las causas de este fenómeno tan insólito en nuestra historia política; sin embargo, es allí en donde debemos poner el mayor énfasis. 

 

 De mi parte pienso que lo importante de un hecho, cualquiera que éste sea, no es sólo que se haya dado, sino indagar o, al menos, aventurar una reflexión en torno a sus causas; nada se da por casualidad, menos en política. En mi opinión, la proliferación de partidos se debe a que el interés por la política de parte del ciudadano ha cambiado. Ciertamente hay un rechazo hacia los partidos tradicionales, que se extiende a lo que se suele denominar despectivamente “los políticos”. La gente suele decir: “yo no me meto en política”, con no disimulado desprecio hacia quienes lo hacen, como si de delincuentes se tratara. 

 

Sin embargo, este interés en fundar partidos y lanzarse de candidato, demuestra que el interés por la política sigue vivo en el subconsciente colectivo del costarricense. Esa aparente contradicción tan sólo es el reflejo de una realidad más profunda; el costarricense quiere hacer política, pero de otra manera; no desprecia la política como tal sino la forma como se ha hecho tradicionalmente, al menos en las décadas más recientes. Tal actitud se debe a que ya la democracia representativa está en crisis (¿terminal?). Hoy debe buscarse una forma de estructurar la participación en el quehacer político por parte del ciudadano, de todo ciudadano cualquiera sea su condición y su ideología, de manera directa y sin más condiciones que las fijadas por la ley. Estaríamos hablando, entonces de una democracia directa y participativa; lo cual pone en jaque el funcionamiento habitual de los partidos políticos. 

 

La crisis política actual tiene que ver directamente con el papel de los partidos políticos en el ejercicio de los derechos democráticos de los ciudadanos; es allí en donde radica la raíz de la crisis grave que afecta el funcionamiento del sistema democrático en su conjunto. A la hora de escoger a sus candidatos y de esbozar el programa de gobierno, los ciudadanos actualmente no tienen participación directa, por lo que no se ven reflejados en la oferta que los partidos les hacen; durante el período de campaña, la propaganda en la que los partidos invierten miles de millones, se rige por las normas del mercado, ofertando programas y candidatos como si de productos comerciales se tratara.  En consecuencia, no nos ha de extrañar que la reacción de la mayoría de los ciudadanos denote indiferencia o menosprecio, como las encuestas lo revelan. Los partidos se rigen por el dinero; para ser candidato hay que depositar sumas millonarias que un ciudadano común no está en condiciones de hacer; por ello con sobrada razón, el pueblo se ve excluido de antemano; es un club muy selecto al que se le cierran las puertas. 

 

En una sociedad realmente democrática, la participación ciudadana debe darse desde sus comunidades.  Por su parte, los partidos deben nutrirse de esa red de comunidades de base y expresar sus intereses e inquietudes, sacando sus cuadros dirigentes y sus candidatos de entre los más idóneos ciudadanos. Esa forma de hacer política, interesándose en los asuntos que le son más cercanos a la gente, se funda en una larga tradición de nuestros pueblos, la de los ayuntamientos; allí se tomaron históricamente las más trascendentales decisiones que marcaron el destino de nuestros pueblos; en concreto, tal fue el caso de nuestra independencia hace ya doscientos años. Es desde allí que deben organizarse los partidos, escogiendo aquellos ciudadanos que mejor representen los intereses de las organizaciones de base; de sus ideas e inquietudes se extraerá la materia prima con la que se elaborarán los programas de gobierno que el partido ofrecerá al resto de los ciudadanos. Sólo así podrá sobrevivir la democracia.

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